viernes, 15 de marzo de 2013



LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE EL COLOR QUE PREDOMINA ES EL COLOR DE LA INOCENCIA

Sólo una persona, en apariencia, está en armonía. Los dos niños y la mujer del fondo buscan algo. La niña busca lo que busca en la otra calle; el niño lo busca en la calle frente a él; y la señora, con apremio, busca en sentido contrario al que busca la niña. ¿Qué buscan? ¿Por qué la otra mujer tiene un rostro que, en apariencia, está armonioso? Siempre es así, los que buscan andan con “armonía”. En Comitán empleamos la palabra armonía en sentido contrario al que significa. “Armonía”, en Comitán, significa inquietud. Cuando alguien tiene una duda, bien puede decir: “Tengo armonía por conocer al novio de mi hija” y nadie se sorprenderá. La armonía es un agobio. Por esto, la señora que está al fondo se ve que anda con armonía de saber qué hay más allá, sin que esto signifique que el más allá le intrigue.
La niña también tiene armonía. Tal vez busca a su mamá, tal vez está apenada porque su traje ya está manchado, en el lado contrario del corazón. Los lectores tal vez no lo adviertan, pero puedo asegurar que esa mancha tiene forma de corazón. Las manchas que oxidan los trajes nuevos de los “diablitos” siempre adoptan una forma afectuosa.
Los dos “diablitos” tienen el rostro descubierto. Será más tarde, a la hora de la procesión, cuando ellos se cubran la carita con la máscara. Se trata de un juego. Ellos juegan a que son diablitos; juegan a que El Mal es su territorio natural.
Una tarde; una tarde en que Liliana y yo jugábamos en el patio de su casa, a ella se le ocurrió que jugáramos a los diablitos y angelitos. Cuando dije que sí, que estaba bien, ella dijo que sería el diablito. Bueno, dije yo, haré el papel de angelito. Entonces ella entró a su cuarto y salió vestida de blanco. Yo brinqué y le dije que ella debía vestir de rojo, los diablos siempre son colorados, dije. Entonces ella rió, rió mucho, y dijo que ella era un diablo blanco y que si yo estaba dispuesto a jugar debería ser un ángel rojo. Entonces, no sé por qué, pero de inmediato me ruboricé. Algo no cupo en mi memoria y en mi corazón. El cambio de paradigma no es simple. ¿Yo, un ángel rojo? ¿Así fue como Luzbel perdió la gracia de Dios? Me sentí infiel y salí corriendo. Liliana rió, rió mucho. Aún recuerdo su risa rebotando en mis oídos y en mi conciencia. Sonaba tan diferente, como si ella, diablo blanco, estuviese tentando a Dios y le ofreciera todo el poder del universo a cambio de su conversión. Por esto, doy gracias a Dios, que los “diablitos” de mi pueblo son rojos y que se quitan las máscaras cuando no están en la representación. Doy gracias a Dios porque, cuando termina la procesión, ellos, niños bonitos, vuelven a ser lo que son. Ya la vida se encargará de ponerles el blanco o el rojo que les corresponda, sin atavismos.
La mujer mayor, quien se tapa la cabeza con el suéter, de color café, husmea en la distancia. Busca. La niña también busca. La mujer mayor estira el pescuezo como si fuese una garza color café; la niña se apoya en la pared. Siempre es así, los niños, en la búsqueda, necesitan de asideros. Los viejos sólo buscan apoyo cuando están a punto de caerse, cuando se dan cuenta que la búsqueda fue irremediable. Al final, ningún hombre o mujer encuentra lo que busca. Siempre todo está un paso más allá. Por esto, me sorprende la otra mujer, la que no busca. No busca y esto no significa que ya encontró. ¡No! Tal vez a ella el dilema del rojo y del blanco no le causa ninguna inquietud. Tal vez es mujer sabia y sabe que los paradigmas no son más que un simple hueco en medio del aire.
Sólo ella está en armonía. Los demás, la mujer mayor, la niña y el niño, tienen una especie de “armonía” en su corazón. Por eso están inquietos, por eso ya tienen ganas de echar a andar matracas, un poco como para espantar la inquietud acerca de la vida.