lunes, 21 de octubre de 2013



CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LA ESQUINA ES EL CENTRO

Querida Mariana: ¿cuál es el centro de una calle, de una manzana, de un barrio? Los matemáticos dirán que debemos buscar el punto equidistante. El centro de un círculo es el punto donde los demás puntos del aro están a la misma distancia. Es bonita esta figura; es bonito pensar que no importa el lugar donde estés siempre estás a la misma distancia de ese punto. Por esto, los que saben los secretos de la vida siempre están en búsqueda del centro, a fin de que, sin importar la distancia, nunca estén fuera del equilibrio.
Por lo tanto, esa pregunta que escribí al principio no tiene una explicación sencilla. Porque todo aquello que no es círculo es imperfecto. Tal vez vos ahora te botarías de la risa si dijera que el centro de una calle es una esquina. ¿Cómo es posible -pensarías- que el Polo Norte fuera el centro de la Tierra?
En los años sesenta, en el “Centro” de Comitán, hubo un edificio que estaba en una esquina. Mucha gente lo conoció como la Casa Yannini (debido a que don Vicente, comerciante de San Cristóbal de Las Casas, puso un negocio donde vendía electrodomésticos). En los años setenta, en la segunda planta, un grupo de jóvenes abrió un café que se llamó Intermezzo; así que el local pasó de ser “Casa Yaninni” a “Café Intermezzo”.
Siempre llama mi atención esa capacidad que tenemos los seres humanos de bautizar los edificios y, de primas a primeras, sin mayor preocupación, cambiarles su nombre. Los edificios “toman” su nombre del oficio de su vocación. El otro día entré a un hotel. Este edificio fue casa de una amiga. Caminé por el pasillo y al llegar al patio central un empleado me preguntó qué deseaba. “Nada -dije-, perdón, sólo estoy recuperando piedritas”. El empleado entonces (que tenía una casaca color vino y debía ser empleado de segundo rango) pidió a un muchacho de camisa blanca que, por favor, pasara una escoba por el patio y los corredores. ¿Cómo explicarle que mis piedritas eran metafísicas? El muchacho de camisa blanca, sin duda, era empleado de menor rango.
El edificio que fue Casa Yannini y luego Café Intermezzo fue un edificio propiedad de mi papá. Así que, comprenderás, para mí fue el Centro de mi río. Fue así porque un día don Vicente cerró su negocio y mi mamá puso un negocio con venta de estambres. Tres amplios mostradores delimitaban el espacio que correspondía a los compradores y a los pasillos donde estaban los estantes llenos de estambres. Los mostradores eran la línea que pintaba mi mamá para decir “atrás de la raya, ¡estoy trabajando!”. Ahí, al lado de la Joyería Escobar y enfrente del lugar donde se estacionaba el burro que cargaba las gaseositas de don Jorge Soto, ahí ¡estaba mi Centro! Era así porque, siendo adolescente, yo me dirigía a muchos lados, pero, siempre (no se si así es con toda la gente) pasaba por el “centro”. Así que a cualquier hora miraba a mi mamá chambeando. Siempre ha sido así, mi mamá ha sido una mujer muy trabajadora. Todavía ahora, con ochenta y tres años de edad, sigue tejiendo y haciendo pasteles por encargo. Esa esquina fue mi Centro. Lo sigue siendo.
La física diría que es imposible que un centro se traslade hacia otro punto. Einstein sostendría esta afirmación. Pero, tal vez no sea tan exacta esa imposibilidad. Tal vez, en el Universo sea cosa de todos los días. Ahora mi Centro ya no está en esa esquina; ahora mi Centro está en mi casa, en la esquina de mi corazón. Ahí donde vos también estás.