viernes, 4 de octubre de 2013

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE HAY MUROS





Mi amigo Jorge Luis Rojas Irecta subió esta fotografía en el facebook. Cuando la vi, a mi mente asomó un latinajo: “carpe diem”. Nada sé de latín ni de latón, pero esa cita la aprendí de la película “La sociedad de los poetas muertos” y aún cuando no sé bien a bien qué significa entiendo que se refiere a la fugacidad de la vida. Quienes están acá fueron maestros de la Escuela Federal Dr. Belisario Domínguez, en Comitán. La mayoría ve a la cámara, otros, en pose de tres cuartos, se resisten y ven hacia su derecha, como si intuyeran que el futuro no está al frente sino de lado.
Si, imitando a los muchachos de la Sociedad de Los Poetas Muertos, acercáramos nuestro oído a esta fotografía, podríamos oír el murmullo de estos hombres y mujeres, podríamos escuchar el latido de su corazón; asimismo escucharíamos un ligero rumor pegado en las paredes: el tintineo de la campana y la bulla de los niños a la hora del recreo.
La mayoría ve al frente, pero hay dos o tres que ven hacia un lado. Como si, a la hora que el fotógrafo llamó su atención y dijo que vieran “el pajarito”, ellos, hubiesen escuchado otra voz. Y puede ser que esta voz haya sido la voz pegada en los muros, esa voz que siempre se descuelga cuando entramos a un patio vacío.
No sólo la película “La sociedad de los poetas muertos” apareció en mi memoria cuando vi esta fotografía. También asomó “Cinema Paradiso”. Asomó la escena cuando el director de cine entra a la sala vacía, ya derruida. De pronto, en medio del silencio y de la soledad, él escucha las voces de los niños que abarrotaban la sala de cine a mitad de la función, la chifladera y el trajín de las butacas. Todo espacio vacío está lleno, lleno de voces que, como manchas, permanecen inalteradas. Basta aguzar el sentido del oído para comenzar a escucharlas.
Luego pensé que era una pendejada relacionar este instante con películas famosas. Pero, un segundo después caí en la cuenta que si me remitía al cine fue porque esta fotografía es del tiempo en que Jorge y yo íbamos al Cine Comitán. Este blanco y negro, ¡tan lleno de vida!, era el mismo que nos recibía tarde a tarde en la sala con el piso recién regado con agua, con sus butacas rojas y con el niño que, cubeta en mano, ofrecía refrescos en toda la sala. Y entonces vi al primer maestro, de izquierda a derecha (el maestro Ernesto Cifuentes), y lo vi como un actor de cine, supe que era Johnny Weissmuller, el famosísimo Tarzán. Sí, era él, de traje, con un pañuelo blanquísimo en la bolsa del traje, haciendo una pausa a la Selva de su vida. Y entonces, ¡Dios mío!, a cada uno de los maestros de la fotografía los vi como grandes actores del cine. Supe que estaban representando un papel. Lo hacían con entusiasmo, deseando obtener el Ariel por Mejor Actuación. Por esto, los dos hombres parados que, en el centro, ven hacia su derecha, lo hacen porque la voz del director les dijo que debían ver hacia ese punto. “Todos los demás vean al frente”, dijo el director. Y ellos (maestros) como niños obedientes (actores) siguieron la indicación. Cada uno siguió el apunte, el rol que les correspondió. Por esto, también, el hombre del traje oscuro tiene las manos entrelazadas en la parte posterior; por esto, el maestro que está sentado, al frente y al centro, también enlaza las manos, para dar la nota de armonía del instante. ¿Qué historias hay enredadas en esta fotografía? Son 18 maestros, ¡dieciocho vidas! ¿Vive alguno de ellos? No lo sé. Yo, Jorge, apenas puedo acercarme a esta fotografía que vos compartiste y tratar de oír las voces que se desparraman de los muros y corren por el patio de ladrillos, ese patio donde los niños juegan canicas, trompo y una que otra lucha. ¡Es la vida, Jorge! ¡La vida apenas es un instante! ¡Carpe Diem!