lunes, 28 de octubre de 2013

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE LAS MANOS SON COMO RAMAS DE ÁRBOL





¿Estética de “paisajito”? ¿Estética de altura? ¿Por qué la estilista está encaramada sobre la banca de cemento? Sí, ¡el lector tiene razón! Ella se paró ahí porque tiene vocación de árbol, ¡sus manos son ramas! Sí, por eso su peinado es como un nido de esas aves que se llaman “chinitas”. Por eso su blusa es verde, por eso su pantalón de mezclilla tiene estrías, que son como el recuento de los años del árbol. ¿Sus pechitos? Son como esas ligeras y seductoras protuberancias que tienen los árboles y que sirven para evitar la rutina del tronco. ¿imaginan troncos erectos, lisos, avaros en su geometría? Nada en la naturaleza tiene la pulcritud del cemento, la rutinaria pulcritud, la aburrida pulcritud de lo plano y lo planchado.
La muchacha bonita de la blusa azul turquesa se deja hacer, se deja consentir. Ella se sentó en la banca, en la plaza y sintió algo como manos de aire, caricias de viento. Se dejó consentir. Ella aún no sabe que es una estilista la que juega en el mar de su cabello, cree que los dedos de ella son delfines que brincan de una a otra ola. Todo mundo sabe que al final, la muchacha de blusa azul terminará con el mismo peinado de la estilista. Su cabeza será la fronda de un árbol para que las aves del sueño puedan hacer el nido sobre ella. La única manera de invocar a los sueños es proveerles de un territorio propicio para el aterrizaje.
El hombre de lentes que está en segundo plano ve para otro lado, se hace el desentendido. No quiere que alguien descubra que él también sueña con esas ramas y con esas frondas que juegan a mitad del día. Lo mismo hace la muchacha bonita que, generosa, da la espalda al espectador. Parece que todo mundo mira hacia un punto indefinido. La estilista mira hacia un hueco negro en el universo del cabello de la muchacha de azul; mientras ésta mira hacia el frente y se pone la mano en el pecho como si preguntara: “¿acaso seré yo, señor?”. ¿Hacia dónde mira la mujer que nos da la espalda? ¿Por qué esconde sus manos? Una de éstas la tiene adentro de la bolsa y la otra juega con su blusa de cuadros. Trata, lo sabemos, de decir que ella no quiere ser árbol ni refugio para aves; por esto, sus ramas las coloca detrás de su tronco. ¿Quién imagina a un árbol trunco? Por definición, los árboles tienen sus ramas extendidas como si fuesen nubes dispuestas a prodigar abrazos. Quien ya alcanzó su sueño de árbol es la muchacha de la blusa verde, la que está encaramada sobre la banca de cemento, por esto sus pies no están ahogados en zapatos sino que se derraman como raíces, para recordar que de la Tierra somos, pero que soñamos con alcanzar el cielo.
¿Y la muchacha bonita que está detrás de la muchacha de cuadros? ¡Ella es la incógnita! No sabemos qué piensa, ni cuál es su sueño. No podemos intuir si ella hace fila en esa fila inédita. ¿Es ella quien sigue en la estética de “paisajito”?
La muchacha de la blusa azul llegó y se sentó a mitad de la plaza. La muchacha de verde, parada ahí desde siempre, árbol de hojas perennes, bajó sus brazos, que es decir sus ramas, y comenzó a bordar el cabello de la muchacha que, sin saberlo bien a bien, será un nido para que se posen las aves que son las que dan la vida y llenan de algarabía las tardes de las plazas.