miércoles, 9 de octubre de 2013



LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE ESTÁ LEOPOLDO BORRÁS

Polo Borrás estuvo en Comitán. En esta fotografía, Polo ríe. Cuando alguien supo que Polo estaría en Comitán dijo: “Polo estará en Comitán”; y otro “alguien”, con coraje de pájaro sin alpiste, dijo: “el Maestro Leopoldo dirás”. El segundo “alguien” reclamaba para el periodista un trato a la altura de su árbol. Yo nada dije, porque ambos tratamientos son justos. Él es Maestro, pero, asimismo, es Polo, porque sus amigos así lo tratan, con afecto. Es más, en Comitán es El Polo. Y uno no sabe si es el Polo Norte o el Polo Sur. La única certeza es que el Sur es el territorio de Polo. Aunque ha sido pata de chucho, hay territorios que le son más cercanos que otros, porque siempre es como un pájaro que emigra. ¿Qué busca? ¿Busca, acaso, el calor del Sur en la inclemencia de los climas nevados? ¿Busca la Fuente de la Eterna Juventud, que es como decir la Fuente de la Palabra Eterna? Porque, así parece, su vitalidad está enredada en el cordel de la palabra. Si el lector ve con atención observará que el cogote de Polo tiene una “mesa”. Vean con atención. Ahí, a mitad del cuello de la camisa, en su garganta, se forma una mesa que es, no lo duden, una catapulta. En la superficie de la “mesa” se forman las oraciones y saltan para hacer el desmadrito, para tirar todas las cosas de los cuartos, porque ¡cómo habla Polo! Si toma la palabra, la toma como si tomara posh y no lo deja hasta que ya, a medianoche, los que están a su lado se duermen. En el común de los mortales esa “mesa” que Polo tiene da paso a la clásica “manzana”, la del pecado original. Porque el pecado original no estuvo en el juego donde Eva seduce a Adán a través de una manzana. El pecado original estuvo en el atrevimiento de los primeros seres al pronunciar una palabra. Al principio Dios estaba contento porque Adán y Eva sólo se comunicaban a través de señas. Él les dijo: “no tomarán frutos del árbol del bien y del mal”, y ellos asintieron, con un simple movimiento de cabeza. Pero una tarde, Eva (mujer tenía que ser) llegó hasta Adán, se refregó en su cuerpo y le señaló un fruto del árbol. No, dijo a señas Adán, ¡no!, moviendo la cabeza, pero Eva lo tomó de la mano y le dijo, a señas, que si él cortaba un fruto del árbol le dejaría cortar, también, un fruto de “su” árbol. Y Adán (hombre tenía que ser), ya emocionado, movió la cabeza en sentido afirmativo y trepó al árbol, buscó el fruto más maduro y en cuanto lo cortó gritó: ¡eureka!, y desde entonces ya se sabe en qué acabó la historia. Dios oyó el retumbar de la palabra, pensó que soñaba, pensó que era un trueno extraviado, pero, en su infinito conocimiento, supo que Adán y Eva habían cortado un fruto del árbol del bien y del mal y los expulsó. Desde entonces, los hombres y mujeres cargan con el pecado original: ¡la palabra! La palabra que redime; la palabra que aniquila. Y Polo, irreverente de toda la vida, juega con ella de noche y de día.
En esta fotografía ríe. Tal vez siempre ha sido así, un hombre risueño, un hombre alejado de la solemnidad. Cuando le hace al conferenciante, su charla es como el brinco de un niño sobre un charco. Las gotas del agua salpican el césped. Los escuchas se divierten. Cuando el dato histórico parece un tren subiendo la cima, un tanto agobiado, Polo le imprime alas al vagón y éste se convierte en un tzucumo que camina gozoso por la rama.
Dije que el segundo “alguien” reclamaba para Polo un trato a la altura de su árbol. Dije, entonces, que Polo, que el Maestro, también es un árbol. Pero, también es una torre. ¿Ya vieron que uno de sus dientes parece una campana? La campana sobresale por encima de los demás dientes. Y esto es así porque ya está a punto de ir de un lado para otro. El badajo es la lengua. Por esto, tan tan, Polo asegura que es de Comitán; por esto, tan tan, las campanas hacen rín y hacen ran.
Polo campanudo, Polo campante, Polo badajo impulsor de la palabra, abracadabra.