viernes, 31 de enero de 2014

CONVERSACIONES





Antonio Alfonzo me invitó a ser presentador de su primera publicación. Paso copia del textillo que leí.
Un dicho dice que un hombre debe sembrar un árbol, tener un hijo y escribir un libro. Nunca nadie explicó en qué orden ni una razón de peso para sustentar tal teoría. ¿De veras es necesario tener un hijo para justificar el paso por la Tierra? ¿Qué sucedió con aquel hombre que equivocó los términos y sembró un hijo y escribió un árbol?
Pero, si hacemos caso a la recomendación, debemos decir que sembrar un árbol no es complicado (lo complicado es cuidarlo y esto muy pocos lo hacen). De igual manera no es gran ciencia tener un hijo, lo complicado es guiarlo y muy pocos lo hacen. Tengo una sobrina que ni sembró el árbol ni escribió el libro, pero sí nos salió bien lista para lo otro pues ya tiene un pichito y anda embarazada del segundo, a sus escasos diecinueve años.
Hoy, acudimos a la presentación de un libro. Antonio Alfonzo privilegió el libro por encima del árbol y por encima del hijo. ¿Por qué esta decisión? Tal vez él mismo nos responde con dos versos de su libro: “Dicen que estoy un tanto loco / porque me creo poeta”. Antonio no se cree sembrador de árboles ni sembrador de hijos, se cree ¡sembrador de palabras!
Quien siembra un árbol no recibe aplausos o rechiflas. ¿Quién sembró el árbol de chío que nos da sombra infinita en el parque central de nuestro pueblo? ¿Quién es el papá de Mincho Chaquetas? En realidad a nadie le preocupa. Por el contrario, quien escribe un libro se expone al aplauso o a la crítica. Porque es cierto, quien escribe un libro lo hace porque se cree narrador o poeta. Claro, el chiste de esta ocupación no está en creérselo sino en que el lector lo piense. Es el estigma que debe cargar todo aquel que se cree escritor o poeta, así como es la piedra que debe cargar todo cantante y todo actor o actriz. El artista y el escritor no nace ni se hace, nace en el instante que el lector lo hace. Por esto, poetas y escritores en el mundo son muy pocos, porque los elegidos deben su forma y su estructura gracias a la aprobación de los lectores. Un poeta será un poeta plástico si pocos lectores lo sustentan. Un poeta será un verdadero poeta, un gran poeta, si millones de lectores aprueban sus versos.
Hoy, Antonio comienza un camino y el tiempo, a través de sus lectores, dirá si es un poeta. Al contrario de los artistas que pueden disimular su mediocridad mediante efectos especiales (ahí está Paulina Rubio como prueba irrefutable de lo que digo), los escritores y poetas no tienen recursos plásticos a la mano. Se dice que un escritor o un poeta se desnuda ante su público, porque en efecto así es: la palabra no admite artilugios, brilla o no brilla. Da luz o no la provoca. Los lectores son los más benignos jueces cuando la palabra del poeta tiene algo que decir, pero, de igual manera, son los jueces más implacables cuando les quieren dar liebre por águila.
Antonio decidió escribir un libro. Ésta es apenas la primera línea. El árbol y el hijo no tienen aun sustancia en su código y es bueno que así sea, porque la literatura es una amante que demanda mucho tiempo, casi casi la vida completa. Antonio apuesta su vida por la vida. Hoy acá está ¡desnudo!, sin afeites, sin algo más que ¡su palabra! Ojalá tenga éxito. Es un camino que recorrerá él solo. Nadie más puede ayudarlo a regar su planta, nadie más puede mover la cuna. Ojalá mucha luz, ojalá.