sábado, 18 de octubre de 2014

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL OFICIO NO HACE AL MONJE





Querida Mariana: hay mil un oficios en el mundo. Hay oficios agradables y oficios difíciles. Siempre he dicho que el oficio de campanero del camión de basura no es fácil. Hay otros que son más complejos y pesados. El otro día vi a un hombre con medio cuerpo adentro de un registro de albañal. Yo estaba a cincuenta metros y aún ahí se sentía el olor a caca, repulsivo. Y el pobre hombre, por necesidad, tiene que estar, todos los días, como cuch, oliendo y batiendo mierda.
Ser lector ¿es un oficio? Hay millones de lectores en todo el mundo. Las estadísticas dicen que en México no hay muchos lectores. No hay tantos como en países de Europa, pero ¡sí hay millones de lectores! Muy pronto será la Feria Internacional del Libro, en Guadalajara, y nos enteraremos que más de setecientos mil potenciales lectores acudieron. ¡No es una mala cifra! En Comitán ¡la gente lee! Me cuentan los amigos de Coneculta-Chiapas que cuando se instala una feria del libro, en el parque central, mucha gente compra libros. ¿Qué leen? Ah, bueno, esto ya es otro cantar. Muchos jóvenes leen a Paulo Coelho. Hay esperanza de que luego pasen a lecturas más inteligentes. Ya te conté que una vez estuve, en Jalapa, con el escritor Sergio Pitol (éste sí un escritor inteligente) y me dijo que, por favor, no leyera al brasileño Coelho. Me sugirió leer al brasileño Rubem Fonseca. (Yo nada le dije, pero en ese momento, en mi cuarto tenía una antología de cuentos de Fonseca. Éste otro ¡también gran escritor!)
Un oficio que a mí me da ñáñaras es el de limpia vidrios, en Nueva York. He visto en fotografías a hombres que, sostenidos por cables y cuerdas, limpian los cristales del piso treinta y dos de un rascacielos. ¡Dios mío! ¿Qué siente ese hombre que está apenas suspendido por una cuerda a una altura mayor a cien metros del piso? ¿Se siente pájaro? ¿Se siente mota de polvo? ¿Piensa en la posibilidad de que, en el instante que lava un cristal, un temblor aparezca, tire la estructura que sostiene la cuerda y él, como avioncito de papel, vuele en caída libre y se despanzurre en el cemento del suelo?
Así como hay oficios ingratos, hay oficios luminosos. La lectura es el oficio más cercano a la felicidad. Y digo que la lectura es un oficio, porque si bien hay millones y millones de lectores que leen por placer, por hobby, hay miles que lo hacen por oficio. Hay gente que recibe dinero por leer, y reciben buen dinero. Un ejemplo es el crítico literario. A este amigo lo contrata un periódico, el New York Times, por ejemplo, para que lea las novedades literarias y ejerza un juicio estético. Cuando un crítico tiene un gran prestigio puede convertir a una novela en un best seller (leída por millones de lectores) y, asimismo, puede, como si fuese obrero de albañal, hacer caca el prestigio de un autor. ¿Imaginás ser lectora y recibir miles de dólares al año por ejercer tu oficio? Los críticos literarios se la pasan en presentaciones de libros y en Ferias de libros; se la pasan leyendo todo el día. Piden un café o un ron o un güisqui, se sientan en un sofá tapizado con cuero, prenden una lámpara de pie, y leen. De vez en vez hacen anotaciones en su Ipad y siguen leyendo. Cuando terminan la lectura de una novela ¡escriben su reseña! Al día siguiente, miles de lectores en todo el mundo leen su opinión y la valoran. Si el crítico dice que la novela es buena, ésta se vende como pan caliente; si dice que es mala, la novela se queda en la mesa de novedades y sólo la mamá del escritor, ocasionalmente, compra un ejemplar para regalar al tío Ausencio. Claro, debe llegar un momento en que la lectura “obligada” debe ser una carga. Por esto (todo mundo lo sabe) la lectura no debe ser por obligación ni por necesidad, la lectura debe ser por el placer de subir todos los días al Everest sólo por el gusto de ver el horizonte desde esa altura.
Otro oficio maravilloso es el que ejerce el crítico de cine. ¿Imaginás la gloria de ver cine todos los días? ¿Imaginás el privilegio de asistir a todas las muestras de cine en el mundo? ¿Tener cerca de vos a los grandes directores y actores? ¿Imaginás el goce de estar en Cannes, Francia, y ver caminar, aunque sea de lejos, a Sophia Loren, en la alfombra roja? Hubo un tiempo en que imaginé que podía ejercer este oficio. Vos sabés que soy cinéfilo de corazón. Te he contado que mis papás fueron grandes aficionados al cine. Todos los domingos íbamos al Cine Montebello (bueno, yo iba a la matiné del Comitán y, entre semana, iba dos o tres veces a uno o a otro cine. Por esto, luego no entregaba tareas. ¡Ay, que Dios y el maestro Hermilo Vives me perdonen, pero era más importante -y aún lo sigue siendo- ver a Brigitte Bardot en el cine que resolver el problema de álgebra!)
Siempre pienso en el hombre que se encarga de prender el faro en una isla. ¿Qué más hace? De igual manera pienso en los hombres y mujeres que trabajan en una plataforma petrolera en medio del mar. Ellos deben permanecer en su puesto de trabajo dos o tres meses, cuando menos; luego, un barco o un helicóptero debe llegar por ellos, para llevarlos a “la civilización”. ¿Cómo viven los hijos que ven a sus padres cada cierto tiempo, porque sus papás laboran en una estación meteorológica en lo alto de una montaña?
Hay oficios jodidos y oficios luminosos. Mi oficio, gracias a Dios, es de estos últimos.
Cuando Gonzalo Ruiz Albores fue presidente municipal de Comitán, Lucely (su esposa) me llamó y dijo que quería hablar conmigo. Fui a su oficina y, después de ofrecerme asiento y una taza de café, me dijo que Gonzalo quería invitarme a que yo fuera el Director del DIF Regional. El gobernador Absalón Castellanos había mandado construir el complejo que está por el panteón y que alberga escuelas y el DIF municipal y el DIF regional. Lucely me dijo que tendría una camioneta con chofer a mi servicio y que tendría la potestad de elegir a mi personal (más de cuarenta personas). Le dije que agradecía la deferencia y que me permitiera responderle al día siguiente, pues lo comentaría con Paty.
A la hora de la comida llegó mi mamá a casa y me dijo que si era cierto que iba a ser el Director del DIF Regional. Una señora había llegado a su tienda y le dijo: “doña Hildita, ya sé que Alejandrito será el director. Por favor, dígale usted que mi hermana está buscando trabajo, que le eche la mano”. ¡Por el amor de Dios, aún no le había dicho a Paty la noticia y ya medio Comitán la sabía! Comenté con Paty y con mi mamá lo que haría al día siguiente y ellas, con un poco de resmolición, me apoyaron.
Al día siguiente se repitió el ritual, Lucely (mi querida Lucely) me ofreció asiento y una taza de café en su oficina. “¿Qué decidiste?”, me preguntó. Yo me acomodé en el asiento y pedí que le dijera a Gonzalo que me nombrara Director de la Biblioteca Pública Municipal, que por esos días estaba por inaugurarse. Ella se sorprendió. Repitió los privilegios que tendría aceptando estar en el DIF Regional y remató diciendo que el sueldo era mucho más en el DIF que en la Biblioteca. Sí, dije, lo sé, ya lo platiqué con mi familia (por eso la resmolición de mi mamá y de Paty), pero, insistí, mi mundo son los libros. Así me convertí en el primer director de la biblioteca y permanecí ahí hasta que recibí un comunicado de Conaculta (a nivel federal) donde informaban que la solicitud de una librería Educal había sido aceptada. Renuncié. Dejé los libros de la biblioteca y me metí en la venta de libros. Esta aventura tardó dos años por razones comprensibles. Tres o cuatro comitecos tenían la sana costumbre de comprar libros, el resto (cincuenta y tantos mil comitecos) bien podían vivir sin libros, ¡vivían sin libros! Llegó el momento en que las autoridades de Conaculta levantaron la librería que yo había montado en el Pasaje Morales. Yo insistí. ¡Estábamos sembrando! Sí, dijeron ellos, pero la cosecha está muy “pishcul”.
Mis oficios relacionados con los libros han sido luminosos. Por desgracia, también han sido miserables, porque no permiten vivir con dignidad. Los ingresos son tan magros que uno apenas sobrevive (cuando bien va).
Mi oficio de escritor ¡es maravilloso! Destino horas y horas y horas a dicha actividad; horas y horas que son casi casi la felicidad. El problema está en que uno no puede vivir de ello. ¿Quién, por el amor de Dios, compra uno de mis librincillos? Cinco o seis lectores manifiestan su gusto por mi escritura y dicen que qué bonito; me alientan a que siga escribiendo. Cuando un librincillo mío se pone a la venta, los cinco o seis lectores desaparecen. En ocasiones cuesta que los acepten de regalo. Y el problema mayor está en la lectura. ¿Leen mis librincillos? No. El otro día, un amigo me dijo que intentó leer una de mis novelillas, pero que le pareció muy complicada y la dejó. ¿Debía colgarle una medalla porque había hecho, cuando menos, el intento?
Hay oficios gratos y hay oficios ingratos. El oficio de escritor es las dos cosas a la vez. Un amigo (de esos pagudos, que tienen harta lana) me dijo un día que el gobierno del estado debería darme una beca, de por vida (así lo dijo), para que yo me dedicara sólo a escribir. Le dije que eso no se daba, era un sueño irrealizable. Estaba más cercana la posibilidad de que él fuera mi mecenas. Le expliqué que hubo un tiempo en que los pagudos apoyaban a los creadores y que, gracias a ellos, el mundo ahora tenía obras maravillosas. Él me quedó viendo (lo vi como si lo pensara y pensé que estaba a punto de decir que sí), me abrazó y dijo: “A ver qué día vamos a comer. Yo invito”. Cabrón, pensé, como sabe que casi no como.
Entonces pensé en el oficio de limosnero. Mucha gente cuenta historias maravillosas acerca de limosneros; dicen que algunos son millonarios; otros cuentan que los hijos explotan a sus padres, ya viejos: por la mañana los llevan a alguna esquina y los obligan a pedir limosna toda la mañana. Como a las cuatro de la tarde pasan por ellos y los “pasan” por la báscula. Si lograron recaudar suficiente dinero les dan dos o tres tortillas con un pedazo de pollo empanizado; si no alcanzaron la cuota, los castigan a fin de que aprendan la lección y al día siguiente consigan más dinero.
Hay mil y un oficios en el mundo. Algunos son como ventanas a patios luminosos, otros son como galeras oscuras. Pienso en los veladores, en los catedráticos universitarios, en los que barren las calles, en los que pilotean aviones o helicópteros; pienso en las putitas que, en las noches, se dejan manosear por borrachos y que en ocasiones las golpean o las matan; pienso en los taxistas que, a las tres de la madrugada, les indican un domicilio alejado del centro de la ciudad. Hay mil oficios que son como el vuelo de una mariposa; mil oficios que son como una flor podrida. Pienso en los voceadores, que a las cuatro de la mañana, van por el periódico; pienso en los periodistas que, a la misma hora, cubren la nota policiaca.
Si alguien me preguntara, en un mero juego, qué oficio me gustaría ejercer en la vida, no dudaría ni un instante, respondería que los oficios que ejerzo. Soy feliz a la hora de escribir, soy feliz a la hora de pintar, soy feliz a la hora de leer. Sería maravilloso que estos oficios me dieran paga. Sé que hay escritores que viven de la venta de sus novelas; sé que hay pintores que viven de la venta de sus obras; sé que hay lectores que viven de esa profesión. Algo se trabó en la maravillosa línea del universo. Hubiese sido tan agradable que ese camino llegara hasta arriba. Se quedó en el mero placer de la creación. Ya no llegó más allá. Esto que te cuento es la historia de miles y miles de seres humanos. ¿Cómo se completa ese camino donde el creador vive, ¡y bien!, de sus creaciones? Ese es el misterio más grande del mundo. Es más fácil descubrir el hilo del origen del Universo que descubrir los hilos que hacen que un creador no se muera de hambre.

Posdata: cuando a Julio le pregunté, como mero juego, qué oficio le gustaría ejercer en la vida, me dijo que le gustaría ser un junior, un hijo de papi. Me dijo que ese es el mejor oficio del mundo. Y entonces pensé en los pocos reinados que quedan en el mundo y cómo muchos habitantes, de España, por ejemplo, critican esos rancios injertos de tiempos caducos. ¿Cuál es el oficio de una princesa? He visto fotografías donde aparecen en yates, bronceándose y tomando bebidas que se antojan con sólo verlas. ¿Ese es el oficio de una princesa? No se ve que sea un oficio muy complicado y, además, tiene el agregado de que no se preocupa por la sobrevivencia. Las princesas viven en palacios y beben los mejores vinos y comen los más regios platillos. En México no hay monarquías. No obstante, Julio dice que la clase política vive como tal, dice que los mexicanos somos como súbditos. ¿Qué decís a eso?, me pregunta. Yo contesto que no sé, ¡qué voy a saber! Yo, dedico la mayor parte de mi tiempo a ejercer mis oficios maravillosos: la lectura, la escritura y la pintura (¡pura tura!, como decía Cortázar). Mis oficios no me dejan paga, no me permiten vivir como príncipe, pero me dan la savia suficiente para vivir casi con felicidad, dentro de la sobrevivencia, y esto es una bendición.