martes, 14 de octubre de 2014

DOS MUJERES PROTAGONISTAS EN LA LITERATURA CHIAPANECA



Nota: el otro día impartí una charla en la Universidad Intercultural de Chiapas, en San Cristóbal de Las Casas. Paso copia del textillo que leí.


El otro día asistí a un foro donde se habló de acoso callejero. Muchas mujeres se quejaron de que los hombres las agreden en la calle. Antes eran los albañiles quienes acostumbraban decir piropos a las muchachas. “¡Esa de rojo!”, gritaba uno y ya se sabía la rima final. Hoy, las mujeres dicen que no sólo son los albañiles. Nuestro lenguaje se ha degradado. Las mujeres pelean su derecho a caminar sin acoso por las calles. Hoy, las mujeres se asumen como seres humanos integrales, con los mismos derechos que los hombres. Se asumen en igualdad de circunstancias. Antes no era así, antes las mujeres apenas tenían capacidad para levantar la voz.
Cuando recibí la invitación para estar con ustedes esta mañana, pensé en compartir una plática sencilla con el título de “Dos mujeres protagonistas en la literatura chiapaneca”. He sido lector durante muchos años. Antes de que ustedes nacieran yo ya leía. Me encanta preparar un té de limón, prender una lámpara personal y bajo el cono de luz, abrir un libro y sumergirme a conocer historias de otros tiempos y de otros lugares. Esta es la maravilla de la literatura, me permite estar en dos lugares a la vez y en dos tiempos diferentes. Ahora mismo, ah, qué bendición, podremos desde el 2014 de San Cristóbal remontarnos a otras épocas.
Hoy, quiero que ustedes también, aunque sea por un instante, se acerquen a la maravilla de la lectura. ¿Por qué decidí presentar dos protagonistas de la literatura chiapaneca? Porque el tema nos acercará a algo que lo tenemos a la vuelta de la esquina y porque creo firmemente en que los personajes literarios son tan reales como ustedes y como yo; a veces incluso son más reales que nosotros.
Todo mundo sabe que El Quijote es un personaje de ficción, un personaje que nunca fue de carne y hueso; un personaje que no existió en la realidad. Un día, en la novela, El Quijote muere y uno presume que, a la usanza de aquéllos y de estos tiempos, su cuerpo es enterrado. ¿Habrá algún despistado arqueólogo que decidiera iniciar una investigación para ver en dónde está la tumba de dicho personaje? ¡Por supuesto que no! ¡Nadie cree tal historia! Cualquiera le diría: “no seás tonto, El Quijote no existió”. Y sin embargo, ustedes lo saben, todo mundo habla de El Quijote y es tan famoso que muchos lo mencionan a cada rato. Casi estoy seguro que ahora que estamos hablando de él acá, en San Cristóbal de Las Casas, en alguna parte del mundo también lo están mencionando. No sólo en un lugar, sino en muchos más. El Quijote, personaje de ficción, es muy real.
Por esto, hoy, hablaremos de dos personajes de ficción. Dos mujeres que pueden darnos una idea de cómo era la sociedad en años anteriores y cuáles eran los comportamientos y la visión del mundo a través de la literatura. Tal vez esta plática nos ayude a reflexionar en cómo, a pesar de todo, el mundo ha caminado sobre sendas menos polvorientas. Hoy, acá lo vemos, muchas mujeres tienen la posibilidad de estudiar en las universidades. Ustedes saben que apenas en los albores del siglo pasado, las mujeres tenían problemas para acceder a estudios superiores.
Hoy, ya lo dije al inicio de la plática, las mujeres siguen siendo acosadas y discriminadas, pero ya su situación ha cambiado. Hay, por fortuna, mejores condiciones de vida y de desarrollo. Los hombres, por la herencia cultural recibida, seguimos viendo las nalguitas de las muchachas bonitas cuando pasan frente a nosotros. Unos sólo vemos, otros más abusivos, les dicen piropos (a veces no muy agradables) y algunos más, bobos, van y meten una nalgada. ¿Con qué derecho? Acarician una nalguita como si las nalgas de la muchacha fueran manzanas o duraznos del mercado y pudieran magullarla sin ninguna consideración. Los hombres, a veces, no saben decir por qué responden de manera automática a tal comportamiento. Porque, ustedes lo han visto, los hombres, en automático, ven las nalguitas de una muchacha cuando pasa frente a ellos. Son nuestros condicionamientos culturales. Crecimos con ese condicionamiento. El cine es ejemplo de ello, los hombres eran machos y siempre aparecían con una botella en la mano.
¿Cuáles son los dos personajes literarios femeninos que compartiré con ustedes? La primera es personaje de una tetralogía que escribió Laco Zepeda. Ustedes saben que Laco Zepeda es uno de los grandes escritores de Chiapas. Un día, Laco pensó en escribir cuatro novelas que tuvieran sustento en los cuatro elementos: el agua, el fuego, el aire y la tierra. ¡Titánica tarea! Pues bien, Laco ya cumplió, ¡escribió las cuatro novelas! En tres de estas cuatro novelas aparece un personaje que ya se incorpora a los grandes personajes literarios de Chiapas y de Iberoamérica: doña Juana Urbina. De este personaje les platicaré un poco el día de hoy.
El otro personaje literario se debe a la imaginación de Rosario Castellanos, la gran escritora de Chiapas. Es una niña que no tiene nombre, pero que es uno de los personajes principales de la novela “Balún-Canán”.
Hay que aclarar, estos dos personajes se desarrollan en entornos de clase media alta. La niña de “Balún-Canán” es hija de hacendados; es decir, es una niña cuyos padres tienen recursos económicos suficientes y bastos. Por otro lado, doña Juana, personaje de las novelas de Laco Zepeda, es una coleta rica. Las mujeres de las zonas rurales, de las zonas indígenas, vivían en condiciones más adversas. Tal vez ustedes se interesen por el tema y ya, por su propia voluntad, se acerquen a leer novelas donde se refiere a ese entorno.
Comencemos pues. Comencemos con el personaje de las novelas de Laco. La primera novela de Laco Zepeda se llama “Las grandes lluvias” y, como ustedes ya apreciaron, tiene al agua como elemento vinculador. La novela inicia con un velorio, el velorio de un personaje que se llama Mariano Montes de Oca. Al lado del cajón está una mujer, la mujer que hoy nos interesa, es su viuda y se llama doña Juana Urbina. ¿Quién es doña Juana? Doña Juana vive en el siglo XIX. En tiempos de la Federación de Chiapas a México, acto que ocurrió en 1824.
Doña Juana es hija de don Desiderio Urbina, quien fue un integrante reconocido en la sociedad coleta en los años treinta y cuarenta del siglo diecinueve. Ahora bien, ¿cómo Juana llega a casarse con don Mariano Montes de Oca, quien llegó a ser gobernador de Chiapas de 1835 a 1836? Laco Zepeda escribe: “Juana aún no cumplía los once años cuando sobrevino la muerte de su madre. Delgada, menuda, con el rostro fino y oval, la nariz como indagando, Juana poseía un vigor oculto en su cuerpo magro. Dueña de un gran dominio sobre sí misma, gustaba demostrar a Enrique, el hermano segundo, sus habilidades ecuestres y, más adelante, su precisión en el uso de las armas de fuego. Las actividades al aire libre la atraían sobremanera, pero al volver a la casa paterna sus músculos reposaban, gozando de la protección que techos y paredes le regalaban. Eran los momentos de volver a la lectura”.
¿Cómo ven? Acá tenemos ya una descripción de quien era Juana, era una persona que dominaba las actividades al aire libre y manejaba las armas de fuego, además de que era una gran lectora de libros. No era una mujer común, podemos decir que era una persona con carácter y, además, con un bagaje cultural que no era el común denominador. Podría decirse que era una mujer que ya gozaba de libertades, no obstante, Laco narra cómo fue que llegó a casarse con don Mariano. Acá podemos entender cómo era la ideología de ese tiempo respecto a las relaciones interpersonales.
La riqueza económica del papá de Juana, por diversos motivos, comienza a menguar. ¿Qué hacer? Pues lo que se estilaba en ese tiempo: tratar de unir capitales. Se sabe de muchos hacendados que “amarraron” noviazgos con el fin de unir sus riquezas y así volverse aún más poderosos. El tema del amor pasaba a un segundo o tercer planos, lo importante era preservar las herencias y continuar alentando los grandes apellidos. Acá vemos la prosapia de los apellidos. Ustedes que conocen de apellidos de esta región podrán dar cuenta que el apellido Montes de Oca suena con la misma importancia del apellido Urbina. Tal vez conocen todavía algunas personas que llevan dichos apellidos y que son apellidos de la alta sociedad. Así que al papá de Juana se le hizo muy fácil ofrecer a su hija en matrimonio, con un viejo que ya estaba más para allá que para acá. Así garantizaba que, a la muerte de don Mariano, todas sus riquezas pasaran a formar parte de su hacienda y con ello regresaría la bonanza de tiempos lejanos. Así lo hizo. Veamos qué nos dice Laco:
“La boda causó escándalo. Sin celebrar aún los dieciséis años, Juana fue llevada al altar por un novio a punto de cumplir la muerte. La fiesta fue generosa y la casona de la Calle Real recuperó la música y las risas”.
Acá ya tenemos un motivo para reflexionar. ¿Fue válido que el papá de Juana decidiera su destino? No lo sé, pero así era antes. Aún hoy, en estos tiempos del siglo XXI, hay relaciones interpersonales que siguen dándose no por decisión de los involucrados, sino por decisiones paternas. Se sabe que, en pleno año 2014, en algunas comunidades los padres siguen recibiendo la dote. Hay ocasiones en que la muchacha no ha tenido mayor contacto con el pretendiente, pero éste ofrece la dote y con ello compra el derecho de llevarse a la muchacha a su casa.
Juana, a pesar de que es una muchacha que posee cierta instrucción, acata la decisión del padre y se casa con un hombre mucho mayor que ella. Ella es una niña, apenas dieciséis años y ya debe casarse por ordenamiento del papá, con un viejo. ¿Qué tipo de relación lleva con el viejo? Laco dice: “Desde el día en que don Desiderio (que es el papá de Juana) le anunció el compromiso de boda, se dio cuenta de que la había utilizado en un mero trámite para que los bienes del anciano pasaran a manos de su padre”. Y así fue, cuando el esposo de doña Juana murió todos los bienes del difunto pasaron a formar parte de los bienes del papá de Juana. Vean a qué grado: “De los bienes personales del difunto, la bacinica de oro fue la primera en pasar a manos del señor Urbina sin ningún trámite. Simplemente la tomó, la metió en un saco de manta y ordenó a un criado que la llevara a su casa, a su recámara”.
Dice Laco que “la casona fue puesta en venta sin opinión alguna de Juana”. El papá decía: Juanita, Juanita, vení a firmar, y ella firmaba. El papá se quedaba con toda la fortuna, pero, en cambio, Juana hacía una vida cada vez más independiente. Este detalle es importante, porque denota cómo el carácter de la mujer, sumiso ante las órdenes del papá, se vuelve más libre en la medida que toma conciencia de su ser.
Un personaje interesante es el que delinea ante nuestros ojos el gran Laco Zepeda. Una de las cosas que doña Juana valora más es la lectura. La lectura nadie se la prohíbe. Cuando estuvo casada con don Mariano, la historia de amor no se dio en su vida personal. Conoce historias de amor, a través de los libros. ¿Qué podía esperarse de una relación con un hombre mayor? Si a ustedes les da curiosidad podemos ver cuál era la rutina que sostenía con el viejo todas las noches. Escuchen: “Se ponía el camisón no sin antes friccionarse el pecho enjuto con un agua de buen olor que le preparaba el barbero. Se calzaba medias de lana y pantuflas de pelo de conejo sentado en un taburete, se calaba el gorro de noche y salía hacia la cama. Antes de acostarse se aseguraba de que su bacinica de oro estuviera al alcance de la mano. Se arropaba con las sábanas y las cobijas cara al cielo, se santiguaba con reverencia, musitaba sus oraciones, deseaba a Juana buenas noches y se volteaba sobre el costado izquierdo. En un santiamén, roncaba”. Mientras tanto Juana, ya pueden imaginar las noches que tenía. Ella leía apasionadas historias de amor en los libros que leía y miraba que a su lado sólo dormitaba un viejo que roncaba como si fuese un cuch en un chiquero. Así es siempre, los viejos son más roncadores y más pedorros. No me pregunten por qué es así.
¿Qué tenemos hasta ahora? A una mujer que fue obligada a casarse con un viejo y que, para compensar la vida, lee. ¿Ustedes creen que haya sido justo que el papá obligara a Juana a casarse con el viejo? ¿Creen que sea justo que el papá haya usado a la hija como medio para apoderarse de la fortuna del otro? ¿Ustedes leen? ¿Leen para compensar la miseria de la vida? ¿Leen para ampliar su conocimiento y para estar mejor preparados? Bueno, estas preguntas ustedes deben respondérselas. La historia es cíclica. Sin duda que ustedes recuerdan el nombre de Isabel La Católica, la reina española que le dio paga a Cristóbal Colón para que hiciera el viaje que, al final, dio por resultado el descubrimiento de América, o encuentro de dos mundos como es más correcto decir. Pues, bueno, doña Isabel tuvo una hija que se llamó Juana (igual que el personaje de Laco Zepeda) y que fue casada a la edad de dieciséis años con Felipe, el llamado Hermoso. Juana es famosa en la historia porque se conoce con el nombre de Juana la loca. ¿Por qué los reyes católicos casaron a Juana con Felipe? Por el mismo motivo por el cual el papá de Juana Urbina la obligó a casarse con don Mariano Montes de Oca. Los biógrafos de Juana la loca cuentan que ella nunca había visto a Felipe, pero ya estaba comprometida. Los reyes católicos unieron reinados con los papás de don Felipe.
La historia de doña Juana Urbina es muy interesante. Después que queda viuda, ya por decisión propia, se une a un sacerdote y con éste tiene seis hijos. La historia se pone más interesante, ¿no? ¿Cómo es posible que en un ambiente tan cerrado, como el del siglo XIX, en una sociedad cerradísima, como la chiapaneca, Juana haya tenido amoríos con un cura? ¡Válgame Dios! Pues así fue. Si alguien se interesa por saber cómo acaba la vida de este maravilloso personaje lo invito a entrarle a las novelas escritas por Laco Zepeda.
Pasemos, de manera breve, a dar una mirada al siguiente personaje: la niña, protagonista de la novela “Balún – Canán”, de Rosario Castellanos. Ustedes saben que Balún-Canán fue el nombre de Comitán. Balún significa nueve y Canán significa luceros o estrellas; de ahí que Balún-Canán se traduce como el lugar de las nueve estrellas. Rosario Castellanos nació en Comitán y su historia tiene mucha semejanza con la historia de la protagonista. Esta niña, a diferencia de doña Juana, no tiene nombre, pero igual que Rosario tiene un hermanito que se muere. Podemos decir, entonces, que la niña tiene muchos rasgos biográficos de su autora.
Ya dije que la niña de Balún Canán es hija de una pareja de gente que tiene dinero. Sus papás son dueños de haciendas y, como se estilaba en esa época, son dueños, también de los destinos de los trabajadores. Las haciendas, en esos tiempos, se vendían con todo lo que contenían: casas, potreros, caballos, vacas, toros, ovejas y trabajadores. Los hombres y mujeres que laboraban en las haciendas no tenían más futuro que vivir y morir en esos espacios. Los hijos de los trabajadores heredaban las deudas contraídas por sus papás y eran obligados a trabajar, como esclavos, para saldar la deuda, pero como ellos solicitaban más préstamos era una historia que nunca acababa. ¿Recuerdan el concepto de tienda de raya? Sí, esas tiendas que los propios dueños establecían en sus haciendas. Ahí, los sirvientes debían comprar sus cosas. Los hacendados, abusivos, les pagaban con vales que eran canjeables sólo en la tienda de raya. El azúcar, el café, el trago, la sal, la manta para sus vestidos, hilos y demás productos los compraban más caro. Ellos, los siervos, nunca tenían dinero para hacer otras compras. Si necesitaban la atención de un doctor, el patrón, entonces, les prestaba y les cobraba intereses. ¿Cómo pagaban la deuda? Nunca la pagaban. Los hijos heredaban la deuda y así esto era un sistema esclavista.
La niña, de la novela “Balún-Canán”, como el nombre de la novela lo delimita, crece en Comitán, y lo hace en tiempo en que el Presidente Lázaro Cárdenas decreta el Reparto Agrario. Estamos hablando de los años treinta del siglo pasado, el siglo XX. Ustedes pueden imaginar lo que significó este reparto agrario. Los hacendados de Chiapas (y de toda la república) andaban bien tranquilos siendo poseedores de grandes extensiones de tierras. Los hacendados eran dueños de cientos y cientos de hectáreas. Las condiciones en que vivían los campesinos eran miserables. Para el caso que nos ocupa es importante recordar, por ignominioso, lo que se llamó Derecho de Pernada. Los que saben dicen que este “derecho”, así entrecomillado, proviene de una práctica de la Edad Media y consistía en el derecho “de la primera noche”; se refiere a un presunto derecho que otorgaba a los señores feudales la potestad de mantener relaciones sexuales con cualquier doncella de su feudo, que se casara con uno de sus siervos. Imaginen la atrocidad. Imaginen a una muchacha que se enamora de un muchacho, imaginen que se conocen, que platican, que se toman de la mano y que un día deciden casarse. Imaginen que el muchacho llega ante su “amo” y le comunica la decisión. El patrón (imagínenlo) con un fuete en la mano se golpea afectuosamente la pierna y el muslo derechos mientras escucha lo que su siervo le dice. Camina de un lado a otro de la sala, en medio de finos muebles hechos con madera de cedro. Al final, se acerca a la ventana, ve los jardines y, sin ver al sirviente, dice que le dará permiso de que ambos se casen, pero ya sabe que antes de acostarse con él, la doncella debe acostarse con el patrón, por el famoso derecho de pernada. El muchacho agradece y sale contento porque ya recibió la autorización del patrón, llega a casa de la muchacha y le comunica la decisión, la muchacha sabe que debe entregarse sexualmente al patrón. ¡Así eran los modos de ser de ese tiempo! La novia, en lugar de amar al novio, en su noche de bodas, debe soportar el aliento asqueroso del patrón. Hoy lo vemos como un absurdo, pero hubo un tiempo en que era la cosa más natural del mundo. Debió ser una práctica asquerosa para las muchachas, pero así era.
¿Cómo era el mundo de la niña protagonista de la novela “Balún Canán”? Ustedes me harán favor de reflexionar en los cambios que se han suscitado, desde esas épocas hasta la actualidad, y dirán si los cambios han sido positivos o, por el contrario, han propiciado el retroceso y, por lo tanto, debemos continuar luchando por los derechos de las mujeres. Y esto no sólo es cosa de mujeres, porque ya veo a muchos muchachos, diciendo “eso es cosa de viejas”. No, la equidad es cosa de todos, porque todos somos seres humanos. ¿Qué nos falta hacer como sociedad para vivir en una más justa? Ya ustedes lo dirán.
¿Cómo se define la niña? Oigamos la voz de Rosario al describir a su personaje: “No soy un grano de anís. Soy una niña y tengo siete años. Los cinco de la mano derecha y dos de la izquierda. Y cuando me yergo puedo mirar de frente las rodillas de mi padre. Más arriba no. Me imagino que sigue creciendo como un gran árbol y que en su rama más alta está agazapado un tigre diminuto”.
“Miro lo que está a mi nivel. Ciertos arbustos con las hojas carcomidas por los insectos; los pupitres manchados de tinta; mi hermano. Y a mi hermano lo miro de arriba abajo. Porque nació después de mí y, cuando nació, yo ya sabía muchas cosas que ahora le explico minuciosamente”.
Ella crece al amparo de una persona que ejercía un oficio muy común en ese tiempo: la nana. Su nana era una indígena. Muchos comitecos crecieron al cuidado de una nana, por esto, el dialecto comiteco está lleno de palabras provenientes del tojolabal, porque muchas mujeres indígenas de esa zona llegaban a laborar a la casa de los hacendados.
¿La escuela? ¿Cómo era la escuela a la que asistió la niña? Rosario dice: “Nadie ha logrado descubrir qué grado cursa cada una de nosotras. Todas estamos revueltas aunque somos tan distintas. Hay niñas gordas que se sientan en el último banco para comer sus cacahuates a escondidas. Hay niñas que pasan al pizarrón y multiplican un número por otro. Hay niñas que solo levantan la mano para pedir permiso de ir al ‘común’.
“Estas situaciones se prolongan durante años. Y de pronto, sin que ningún acontecimiento lo anuncie, se produce el milagro. Una de las niñas es llamada aparte y se le dice:
–Trae un pliego de papel cartoncillo porque vas a dibujar el mapamundi.
La niña regresa a su pupitre revestida de importancia, grave y responsable. Luego se afana con unos continentes más grandes que otros y mares que no tienen ni una ola. Después sus padres vienen por ella y se la llevan para siempre.
(Hay también niñas que no alcanzan jamás este término maravilloso y vagan borrosamente como las almas en el limbo).”
Una mañana cierran la escuela. La escuela a la que asistía era un colegio particular. Bueno, pareciera que la vida de la niña no es tan mala. Es hija de hacendados, tiene su propia recámara, tiene sirvientes a su servicio, pero, oh, Dios, se sabe que la vida no es tan plana. La niña (ya lo dijimos) tiene un hermanito. El hermanito, por ser varón, es discriminado. Bueno, ustedes saben que en este tipo de sociedades machistas aún perdura esa discriminación a las niñas. Cuando alguien espera una criatura, no falta el compadre que pregunta qué será, niño o niña. La respuesta inmediata es: lo que Dios quiera, que venga bien. ¡Mentira! En el fondo, o tal vez no tan en el fondo, el padre quiere que su criatura sea niño, que sea varón. En las comunidades indígenas tal sentimiento sigue imperando. Parece que los varones valen más que las “hembritas”.

Pues bien, la niña de “Balún-Canán” es discriminada por sus propios padres. Cuando el varón muere sucede algo dramático. Veamos lo que Rosario escribe:
La nana le dice a Zoraida que Mario morirá. Que se lo están comiendo los brujos. Comienza a sufrir por este hecho. La niña solo escucha.
“–El niño tiene seis años. Después de él ya no nació ninguno más. Es el único varón. Y es necesario que se logre. Es necesario”.
Y más adelante:
“–Si Dios quiere cebarse en mis hijos… ¡Pero no en el varón! ¡No en el varón!
– ¡Zoraida!
– ¡No en el varón! ¡No en el varón!
–Cállate mujer. Lo que dices es una blasfemia. (…)
Mi madre nos empujó para que saliéramos. Al pasar cerca del señor cura él hizo un gesto como para detenernos. Pero mi madre nos apartó con violencia.”.
De esta manera, la niña protagonista crece con una frustración.
“Y Mario apretando los dientes, resistiendo en medio de sus dolores y pensando que yo lo he traicionado. Y es verdad. Lo he dejado retorcerse y sufrir, sin abrir el cofre de mi nana. Porque tengo miedo de entregar esa llave. Porque me comerían los brujos a mí; a mí me castigaría Dios, a mí me cargaría Catashaná. ¿Quién iba a defenderme? Mi madre no. Ella sólo defiende a Mario porque es el hijo varón.”
“Pero Mario no puede correr; está enfermo. Y yo no puedo esperar. No, me marcharé yo sola, me salvaré yo sola”.
“El señor cura alcanzó a llegar. Alcanzó a saberlo todo. Alcanzó a castigar a Mario. Pero la llave está bien guardada en el cofre, entre la ropa de mi nana. Y yo estoy a salvo”.
“Don Jaime Rovelo se inclinó hasta mí y me tomó entre sus brazos mientras musitaba:
–Ahora tu padre ya no tiene por quién seguir luchando. Ya estamos iguales. Ya no tenemos hijo varón.”
Bueno, hasta acá lo dejaré. Agradezco su atención y me gustaría conocer su opinión, acerca de estos comportamientos literarios que son el gran espejo de nuestra conciencia. ¿Hemos cambiado? ¿Ha sido para bien o para mal? ¿Qué dicen ustedes?