viernes, 10 de octubre de 2014

ESCALÓN CON HUECO





Los escalones son indispensables para la vida de estos tiempos. Muchos motivadores los usan para decirnos que al éxito se llega escalón por escalón; algunos se olvidan y no nos explican que los escalones deben ser en ascenso.
Los médicos también recomiendan a gente de mi edad o mayores a subir escalones. Dicen que ayuda al ritmo cardiaco. Un tío mío no entendió la sugerencia y se quedó arriba, para siempre.
Los escalones, digo yo, han servido para tirar a más de cuatro y dejarlos inválidos para siempre.
Un día, Elena se enamoró de los cinco escalones que estaban en el lateral del escenario de un teatro. Se enamoró porque dijo que era maravilloso ver cómo cinco breves escalones (un metro de largo y 25 centímetros de peralte) hacían el prodigio de que una persona común y corriente pasara de ser una persona común a ser un actor de excelencia (en caso de que el actor fuese alguien como Richard Burton). Marina, quien siempre jodió a Elena, le decía que los escalones no tenían nada que ver en el asunto. Había actores que entraban por la parte de atrás y el resultado era igual. Pero Elena no le hacía caso porque, ya lo dije, se enamoró de los escalones de madera. Luego, a medida que creció, empleó dicho símil para aplicarlo en su vida. Cuando estuvo en edad de tener novio pensó que su amado sería la escalera para que ella alcanzara la mejor actuación de su vida. No se dio cuenta cómo, pero tal imagen la comenzó a usar para todo. Pues sí, es una imagen tan común que no se necesita ser un genio para pepenarla y usarla como un amuleto de vida. Pero, pronto, Elena se dio cuenta que el escalón (tal como había dicho Marina) no era el importante, lo realmente importante era el escenario. Sí, la vida era como un teatro y entonces ella debía prepararse como se preparó Ingrid Bergman. Pero, años después se dio cuenta que esto tampoco era muy original. ¡No! Existen millones de personas que, a cada rato, emplean tal idea en afán de decir que la vida puede ser un drama o una comedia dependiendo del cariz que le imprima el director. Elena dudó, porque pensó que lo importante, entonces, era el guion escrito por el dramaturgo. Lo importante era el texto. ¿Qué hubiese sido de Burton sin el texto de Shakespeare? Entonces, Elena olvidó al escalón, el escenario, el actor y privilegió, sobre todas las cosas, el texto que escribía el gran dramaturgo. Ahí, en ese momento de su vida, cuando creía que, por fin, había alcanzado la respuesta al gran misterio, se apareció la jodona de Marina, quien se sentó en la silla de mimbre, la que estaba al lado de la radiola, pidió una taza de café y, con una sonrisa de cucaracha sobre refrigerador, dijo que ero era absurdo, absurdo porque permitía que otro, y no ella, escribiera el guion de su vida. No importaba que fuera Shakespeare el autor (“Ser o no ser, he ahí el dilema”) o fuera un tonto como… (¿De verdad dijo Arjona, aunque éste sea un escritor de canciones y no de obras de teatro?).
Elena tomó, con delicadeza, con el dedo pulgar y el índice, la taza de café y también sonrió, pero lo hizo con una sonrisa triste, como de pingüino en el desierto del Sahara.
¿Entonces?, se atrevió a preguntar. Dándose por vencida y dándole el gusto a Marina para que ella se convirtiera en una especie de gurú para los días que le faltaban por vivir, que ya no eran muchos. Marina se limpió la comisura de los labios, dejó la taza sobre la mesa de servicio y dijo, con cierta solemnidad, tal como el instante lo demandaba: “Parece que es más digno subir al escenario por la escalera lateral que por el fondo o por en medio de las piernas del teatro. Parece que tenías razón. Una simple escalera puede hacer el prodigio, siempre y cuando estés preparada y sepás bien el guion. ¿Quién lo escribe? Es bueno, para la vida, que el guion sea escrito por alguno de los grandes o por el más grande, que ya sabés quién es.”
Dicho lo anterior, Marina dejó la servilleta sobre la mesa, se acercó a María, le dio un beso en la mejilla, abrió la puerta y bajó los dos escalones que daban a la calle.
¿Escribí María? ¿No acaso era Elena el personaje de esta historia? ¿En qué escalón me confundí?