domingo, 5 de octubre de 2014

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE SE VE EL COMAL DEL MUNDO





“¿Qué hay detrás de la montaña?”, es lo que Fernanda siempre preguntaba. Ella abría la ventana de su cuarto y miraba la montaña que era como la teta de Alicia cuando estaba recostada sobre la almohada y su hijo Mincho le pedía leche.
¿Qué hay detrás de la montaña? Mariana dice que esa es una pregunta difícil de responder. Dice que es tan compleja como responder cómo se formó el Universo. Mariana no se traga ni una ni otra explicación; es decir, ella no cree en el acto divino de creación ni tampoco en esa titubeante teoría del Big Bang.
El tío Eulogio le respondía a Fernanda con un “andá a jondear gatos a otra parte”, pero la niña insistía. ¿Era cierto que detrás de la montaña estaba un lugar donde el viejo Matías tenía el horno para llenar de brasas al cielo? ¿De dónde Fernanda había sacado tal idea? De la abuela Emilia, quien, todas las tardes, sacaba su silla a la veranda de la casa y se ponía a bordar. Fernanda también sacaba una silla pequeña y se sentaba al lado de la abuela y miraba cómo el cielo se llenaba de amarillos y de oros cada que el sol se ocultaba, precisamente detrás de la montaña, que era como una teta llena de vida. La abuela, mientras ensartaba un hilo rojo en el ojo de la aguja, decía que esos colores del cielo los provocaba el horno de Matías y la abuela contaba que Matías, siempre con su pantalón de manta arremangado sobre las piernas camotudas y con el sombrero de palma, dedicaba toda la mañana y parte de la tarde a calentar el horno. Desde las seis de la mañana alimentaba con trozos de madera de espinos la boca del horno. Con una gran veleta soplaba para que la brasa fuera agarrando color y calor. Ya cuando la tarde pardeaba, el horno estaba listo para recibir el sol. Ahí la brasa del horno de Matías y la brasa del sol se fundían en una sola brasa. El choque producía esos colores que formaban el halo sobre el pezón de la teta. La abuela decía que esa montaña era como el pecho de la vida. “¿Y la montaña tiene leche?”, preguntaba Fernanda. ¡No!, decía la abuela, mientras en la lejanía, la brasa se iba apagando. No, el sol no es un cordero, el sol no bebe leche, el sol bebe el calor.
¿Qué hay detrás de la montaña? Tal vez la abuela no estaba tan alejada de la verdad. Tal vez ahí existe el laboratorio del viejo Matías y esas nubes como parvadas de algodón naranja las forma cuando coloca una sábana en el fogón y como si lanzara mensajes de humo escribe las palabras que sólo entienden aquéllos que están acostumbrados a ver el cielo.
Cuando la noche llegaba, la abuela le decía a la nieta que era hora de meter las sillas, levantaba la bolsa de mimbre con sus estambres y agujas y entraba a la cocina, donde Arminda ya tenía listas las tazas de café y el pan dulce.
Un día, Fernanda dejó de preguntar. Todos los de casa se extrañaron. Cuando el tío Eulogio se enteró de ese silencio trató de responder la pregunta hecha mil años antes. Llamó a Fernanda, la sentó arriba de la mesa del comedor y le dijo que detrás de la montaña estaba el mar y que los colores que adquiría el cielo en el atardecer eran los reflejos de los peces dorados a la hora que brincaban por encima de las olas. Fernanda bajó de un solo salto y dijo que el tío estaba lurias, que de nada servía querer hacerse el simpático.
Fernanda fue a la recámara de la abuela, le acomodó la almohada y se sentó en una orilla, al lado del buró. La luz discreta de la lámpara apenas iluminó sus pies, piernas y muslos. “Abuela, ya sé que hay detrás de la montaña”, dijo. La abuela removió el cabello de su nieta y ahora fue ella quien preguntó “¿qué hay detrás de la montaña?”. Fernanda respondió: “Abuela, imaginé que nacía detrás de la montaña, que nacía en el otro lado y que le preguntaba a mi abuela qué hay detrás de la montaña. Ya sé, ya sé, acá también es detrás de la montaña”. La abuela palmeó dos veces, la sirvienta entró y preguntó qué deseaba. La abuela dijo que sirviera café para ella y una taza de chocolate con un pedazo de pay para la niña, porque esa tarde era una tarde importante en la casa. Fernanda había descubierto lo que hay detrás de la montaña. Ahora sólo le faltaba descubrir qué hay detrás del Universo, pero eso, dijo la abuela, sería más adelante.