domingo, 19 de octubre de 2014

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE LA LUZ ES MÁS QUE LA LUZ





Es el salón de actos de una universidad. Al fondo se ve un par de cortinas que cubre la luz del patio. Por esto dos lámparas sustituyen la luz natural. ¿Paradoja? No, simple cauce natural de los tiempos. En el primer plano, una asistente a la conferencia sonríe, es una muchacha bonita emocionada. Es bueno decir ahora que no todo mundo se emociona con Julión Álvarez ni con Arjona. Hay gente inteligente que se sorprende ante la inteligencia, ante la luz de la creación. Ella sonríe porque el autor literario (José Martínez Torres) firma su libro (La isla en el lago). Quienes están detrás apuran los pendientes. Durante una hora, el escritor charló con jóvenes universitarios, platicó cómo inició su novela. La sala estuvo repleta de muchachos, todo era como un árbol lleno de pájaros dentro de sus nidos, un poco como si, con el pico abierto, esperaran su alimento. Se sabe que cuando los jóvenes se reúnen hacen la algazara de mil pájaros en los árboles de las plazas, a las seis de la tarde. Esta charla fue en la mañana, pero igual, los muchachos eran como un racimo de promesas.
¿Qué escribe el autor? Sólo él y la muchacha bonita lo saben. Este instante, cuando un autor está cerca de un lector, es un momento prodigioso. Es un poco como un pase de estafeta en la carrera de la vida. Puede ser que el lector sea tocado por la luz de ese instante. Ella (podemos imaginar) le dio la mano al escritor y agradeció la firma, él vio a quienes conformaron su staff esa mañana y preguntó qué seguía en el itinerario (en realidad, esa mañana el itinerario marcaba ir al hotel, comer, descansar un poco para continuar, a las seis de la tarde, con otra conferencia en el vestíbulo del Teatro Junchavín. (Llegó más gente de la esperada, por lo que la conferencia debió realizarse en el interior del teatro.) Ella salió, alcanzó a sus compañeros y éstos se arremolinaron en torno suyo y le preguntaron qué había escrito el autor. Ella, aún emocionada, con esa sonrisa de libro nuevo, abrió el libro y leyó. Llevó el libro a su pecho y lo abrazó como si fuese un hijo, como si fuese un amante. Ella (podemos imaginar) guardó el libro en su mochila, subió al transporte universitario, platicó de muchas cosas con sus compañeros, rio, pidió bajada en una esquina, caminó y llegó a su casa. En su casa tiró la mochila sobre un sofá, entró a la cocina, saludó a su mamá, comió y, ya, en la tarde, descansada, abrió la mochila y halló el libro que, en la mañana, el escritor le había dedicado. Podemos imaginar que ella se recostó en el sofá, se descalzó, subió los pies y abrió el libro. En el momento que abrió el libro abrió el mundo. Todos los lectores del mundo que ese instante es sublime. Ella se abrió como una isla en el lago y dejó que el aire circundante la rodeara. ¿Hasta dónde llegó? Sólo ella lo sabe. Pero, todo este acto de luz fue propiciado por el instante que captó la fotografía: el instante en que una muchacha bonita se acerca al escritor y pide la firma del libro.
¿Qué escribió el autor? Sólo él lo sabe, sólo ella lo sabe. Por esto, se dice que acá hay un puente, un puente que él tiende a la otra orilla y que ella cruza con gusto, con el gusto de saber que la vida puede ser este momento en que un hombre, con una pluma, nada más, tiende algo como una línea de luz en la Vía Láctea.
Dos lámparas sustituyen la luz natural, pero no son las lámparas que están sobre el techo, es la luz que está acá al frente, dos lámparas votivas: la del autor y la de la muchacha bonita que está a punto de leer.