miércoles, 8 de octubre de 2014

MUNDO BARA BARA





A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en mujeres que son como tianguis y mujeres que son como proa de velero de lujo.
La mujer tianguis se la pasa en la calle. Por favor, establecer la diferencia entre mujer de la calle y mujer que se pasa parte del día en la calle.
Ella, desde niña, amó esos espacios que pertenecen a la comunidad. Por esto, cuando alguien le dijo que la amaba y le puso casa, ella, mejor “puso” cara de plaza pública y dijo que no, que si en verdad la amaba le “pusiera” un departamento. Se entiende, está acostumbrada al bullicio y a la multitud. Creció en una vecindad, estudió en escuela pública y participó en manifestaciones en contra de las reformas y de las contrarreformas.
La mujer tianguis se caracteriza por estar llena de collares y cadenas. Le encanta esta imagen, porque, dice, cuando llega a su departamento, abre la puerta, coloca el pasador y deja las llaves de su auto sobre la mesa, en ese momento comienza a desvestirse: se quita la blusa, el sujetador, luego (con un movimiento de ballet) se descalza de un pie y luego del otro, se quita el pantalón, luego el calzoncito de color rojo con bordes ribeteados, de una seda finísima y, al final, comienza a despojarse de todas las pulseras y cadenas, mientras se dirige al baño para bañarse con agua caliente. Adora el instante en que se despoja de cadenas. Le gusta esa imagen que sintetiza su carácter.
Su personalidad es herencia ancestral. Ella viene del bullicio del mercado de Tlatelolco. Sabe que su cabello tiene el aroma del achiote y la luz del reflejo del xoloitzcuintli. (¡Ah, qué hermosa palabra, qué tersa y fina la piel de ese chucho!)
Su herencia está colgada de ese árbol maravilloso donde el pregonero reza de día y de noche para atraer la atención del posible comprador. ¡Sí, ella se vende! Pero no vende su cuerpo como si fuese una putita, ¡no! Ella vende el sol que siempre ilumina su cara, el viento que siempre duerme en la hamaca de su cintura y el aire alborotado y risueño que es como un colibrí que besa sus pechos y su pubis. Sí, ella vende la luna de su espíritu y el lago de su corazón. Su abuela creció en medio de esos tianguis de ropa que cuelgan de lazos y de tubos. Le gusta ver la gente abriéndose paso en medio de blusas, sujetadores y pantaletas; le gusta ese movimiento del caminante a la hora que mueve el brazo y como si abriera una cortina hace a un lado el vestido azul que cuelga, como nube, de un lazo. Le encanta el jolgorio del tianguis de frutas y verduras, ama acariciar la piel de los duraznos, oler el aroma de la papaya abierta a la mitad (sin albur, por favor); se refresca con un vaso de agua de sandía contenida en un vitrolero enorme (llena su mirada con ese color rojo que parece provenir de la cochinilla. Siempre se pregunta cómo un animal gris parado sobre un nopal verde logra la síntesis de producir un color corazón, un color sangre, un color atardecer).
Le encantan los cielos de plástico y las montañas de ropa donde, como si fuese un tiradero de deseos, amontonan los biquinis, las trusas y las pantaletas de a cinco y de a diez pesos. Le seduce la idea de que esas prendas íntimas que cubrirán lo más bello del cuerpo del hombre y del cuerpo de la mujer están tan expuestos a la luz pública. De ahí viene su carácter, le gusta que lo íntimo se exponga al público, sin regateos, sin pregones que confundan.
¡Ah, cómo disfruta caminar bajo esos cielos hechos con manteados! Hay ocasiones en que esos pasajes son tan compacto que no pasa ni un rayo de sol. Lo único que pasa es el reflejo que el sol provoca en los plásticos de todos los colores, reflejo que provoca una luz ambarina, indescifrable, seductora. Ella, la mujer tianguis, es mujer que se la pasa en la calle. Le gusta ver cómo la gente camina de prisa para el trabajo o se tira sobre el césped del parque y duerme o abraza a su pareja. El amor más sencillo se manifiesta más en la calle, en la plaza, en el transporte público, que en el cuarto de motel o en el asiento trasero del auto.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como una bolsa de plástico que sirve para guardar un kilo de azúcar y mujeres que son como bolsas de papel que sirven para conservar el aroma de una tarde con llovizna.