lunes, 13 de octubre de 2014

EL CHICHÓN





Imaginá que te llamás volcán. Imaginá que sos volcán. Podés elegir tu territorio. En donde sea causarás problemas, porque tu sangre es muy caliente, casi lava, casi brasa líquida, casi mujer de esas que, en las noches, busca consuelo en una esquina iluminada por una lámpara triste.
Si elegís un territorio desolado ¡no harás mucho perjuicio en la periferia!, pero tus exhalaciones llegarán a lugares distantes. Hay casos (la historia lo consigna) en que las nubes de ceniza viajan, como si fuesen patos canadienses, y buscan climas más benignos para hacer su nido. Si, por el contrario, hacés tu casa en un lugar poblado causarás tragedias en miles de hogares. Uno solo de tus resoplidos hará que miles y miles de personas evacuen. A la par de tus ríos de lava, ríos de gente saldrá de su casa, sólo con lo que tiene puesto. No sabrá bien a bien a dónde dirigirse. A pesar de los señalamientos de ruta de evacuación, la gente se confunde ante un evento. ¿Qué hace el hombre a la hora que, mientras toma un güisqui en la terraza de una cafetería, escucha tus bramidos de gigante encabronado y mira que tu cabeza (supuestamente extinta) se llena de nubes funestas, como si fueses una medusa inédita?
Imaginá que un día, así como las muchachas bonitas se dan vuelta en sus camas en la madrugada, vos te desperezás y provocás grietas en el piso, en los techos, en las paredes y en el ánimo de las personas. Ante tu ligero movimiento, la gente se hinca y pide a Dios que todo pase pronto. Ya luego tendrán toda la vida para costurar las heridas.
¿Por qué la gente construye sus aldeas y ciudades cerca de donde hay volcanes? Debe ser porque el fuego del subsuelo es como la sangre de la tierra. Así pues, vos serás elegida por tu corazón de brasa.
Imaginá que sos volcán y que Malcolm Lowry se imagina debajo de vos. Imaginá que podés concentrar la esencia de la roca, volverlo piedra, volverlo río de agua hirviendo. Imaginá que todos los polvos del inframundo se concentran en tu sonrisa y estornudás y la gente cree que el fin del mundo ya llegó y corre o se pone a tomar trago (por aquello de “el mundo se va a acabar”) o, por fin, se atreve y jala a la muchacha y coge con ella porque ya no hay más futuro y la esperanza de vida sólo fue una flor de diente de león.
Imaginá que los huesos salen a flote y ellos, algún día, servirán de abono (junto con la ceniza) para que florezcan nuevas flores.
Mientras vos tosés, las campanas de la iglesia comenzarán a tocar para alertar a la gente y ésta prenderá sus veladoras, se hincará ante vos, porque sos poderosa, ¡imponente en el sueño y exuberante en el baile de la vida cotidiana!
Tus amados no serán muchos, porque no a todo mundo le gusta despertar en medio del desasosiego. En cambio, los pocos que te busquen serán hombres a quienes les gusta acariciar a los chuchos fieles de la plaza y duermen a mitad del corredor, sin más abrigo que la corbata adosada cada mañana alrededor del cuello.