jueves, 27 de octubre de 2016

EL AFANTE DE JUAN




Juan quería un elefante, un elefantito. El papá de Juan fue a la tienda de juguetes y pidió aquél, el que está al lado de la jirafa azul, sí el elefantito azul con motas amarillas. ¿Sabe? Es para mi hijo Juan. Sí, desde que tenía dos años pedía un afante. Sí, así lo decía, un afante, y mostraba el libro que su tía Elena le obsequió, un libro que contenía animales de todo el mundo. Mi Juan siempre quiso un afante. Yo se lo prometí, le decía, mientras le servía la papilla de manzana, que un día. Cuando Juan tuvo seis años y llevaba el libro abrazado contra su pecho por toda la casa, dijo que los elefantes, ya había dejado de decir afante, vivían en África, entonces, un día trajo a casa un libro que tenía un mapa de aquel continente y me llamó a la sala y me dijo que me sentara y que cerrara los ojos, ahora los podés abrir, yo los abrí y miré una fotografía donde estaban señaladas las regiones del África donde habitan los elefantes y dijo que él quería ir al África, sí, le dije, cuando seás grande irás al África y a Europa y a… ¡No!, dijo, yo no quiero ir a Europa, porque en Europa no hay elefantes, ¿verdad? No, le dije, en Europa hay otra clase de animales. Quiso saber, entonces, qué tipo de animales había en Europa y como yo no sabía bien a bien le dije que ahí habitaban perros y gatos. Ah, dijo Juan, qué chiste. Perros y gatos hay acá en Comitán. No tiene chiste ir tan lejos para ver animales tan de la calle, tan del callejón e insistió en que quería ir al África para tener un elefante. Así lo dijo, ¿puede creerlo?, dijo que quería ir al África para tener un elefante. Sí, le dije, un día, cuando seás grande, irás al África y ya no mencioné nada de Europa ni nada de Sudamérica porque intuí que en Argentina o Chile o Uruguay tampoco hay elefantes. En el libro que había traído de la escuela estaban perfectamente señaladas las regiones africanas donde habitaban los elefantes. Juan, esa tarde, dijo que no tomaría su avena con plátano si yo no le prometía que lo llevaría al África para que tuviera un elefante, yo dije que sí, que prometía llevarlo al África, lo hice para que comiera la avena con plátano. Y él comió la avena y rio, no sabe cómo rio, rio como si fuera una cascada de esas que aparecían despeñándose en el libro de África. Y yo me senté en el sofá de la sala de mi casa, apagué la luz y pensé que, tal vez, mi Juan tenía esa obsesión del elefante, porque yo, de niño, de la edad de él, iba al cine y pagaba la entrada de gayola y ahí, en la penumbra de la sala, me emocionaba con las películas de Tarzán, el rey de la selva, quien viajaba columpiándose en lianas o montado arriba de un elefante, porque Tarzán, ¡qué maravilla!, con un grito mandaba a pedir que los elefantes llegaran, como si su garganta tuviera una campana que al tañerla le dijera a los perros y a los gatos que las croquetas ya estaban dispuestas en los platos para que las comieran. Y entonces dije que por qué no, sí, por supuesto que sí, cuando Juan estuviera más grande, llevaría a Juan al África y yo buscaría el elefante de Tarzán, pero el tiempo pasó, Juan creció y por una u otra razón fuimos postergando el viaje. Cuando él cumplió treinta y dos años, ya teníamos el dinero para viajar a Kenia, ya estaba haciendo las reservaciones del hotel, pero la mamá de Juan se enfermó y todo el dinero tuvimos que invertirlo en la recuperación de su salud, al final de nada sirvió porque la mamá de Juan murió y entonces, como sucede muchas veces en la vida, nos quedamos sin ir al África y sin la mamá de Juan. Una tarde, Juan me dijo que, cuando menos nos quedaba la esperanza de ir al África un día, porque me llevarás, ¿verdad?, preguntó y yo dije que sí, que iríamos al África para que él tuviera un elefante. Me senté en el sofá de la sala, apagué la luz y pensé que cuando menos a mí, sólo a mí, me quedaba la esperanza de que cuando muriera alcanzara a Rosa, la mamá de Juan, porque yo creo en el cielo, ¿usted no? Creo que allá los muertos se encuentran y viven lo que no vivieron en vida. Esa noche un pensamiento me llegó: ¿Habrá afantes en el cielo? No, no, ¿verdad? En el cielo no hay elefantes, parece que los elefantes sólo viven en la tierra y en ésta sólo en el África tienen su casa.
Juan, desde siempre, quiso un elefante, un elefantito. Cuando Juan cumplió un año de muerto, el papá de Juan fue a la tienda de juguetes y pidió aquel, el que está al lado de la jirafa azul, sí el elefantito azul con motas amarillas. ¿Sabe? Es para mi hijo Juan. Sí, desde que tenía dos años pedía un afante. Juan murió un día antes de que cumpliera cincuenta y un años de edad, cuando ya el papá de Juan había, de nuevo, completado el costo del viaje. Ahora, el papá de Juan, por fin, le cumplirá su deseo. Le llevará el afante a la casita color de rosa donde ahora duerme para siempre.