martes, 25 de octubre de 2016

EL FIN DEL MUNDO





¿Qué sucede con los que se comen el mundo? A cada rato escucho que alguien dice: “Fulanito de tal está dispuesto a comerse el mundo”. Lo dice en ánimo de advertir que el mencionado tiene muchos deseos de volverse exitoso.
Parménides Ochoa, narrador tamaulipeco, tiene un cuentito donde un muchacho dice que quiere comerse el mundo. Lo dice frente al espejo del baño, lo dice convencido de su talento pictórico. Sueña con exponer en las más afamadas galerías de Nueva York. Mientras imagina que sus amigos lo ven por televisión y leen las revistas donde él aparece en las portadas, escucha un ruido, como de cucaracha, adentro de un bote de crema de afeitar. Levanta el bote, lo mueve en su oreja y escucha que el ruido se intensifica. Aprieta el botón del bote y echa un poco de crema sobre su palma izquierda. Con espanto, ve que una mancha oscura se mueve en medio de la espuma blanca. Horrorizado agita su mano una y otra vez para eliminar la espuma, misma que cae al suelo. Desde su altura, el muchacho observa que la mancha, como si fuera un globo, comienza a crecer y crecer y crecer, casi hasta topar con el techo. Conforme la mancha crece, él parece minimizarse. Está pálido, ha enmudecido, por eso tarda en responder cuando la mancha dice: “Soy el genio y puedo cumplir tu deseo de comerte el mundo. ¿Lo deseas en verdad?”. El muchacho se recarga en la pared para no caer. ¿Está soñando? ¡No! Frente a él está el genio que cumple los deseos y él, sin duda, le cumplirá su sueño de llegar a exponer en las mejores galerías de Nueva York. ¡Será famoso! Traga saliva y dice que sí, que sí quiere comerse el mundo. El genio, como si fuese lámpara, emite una luz cegadora y, en seguida, desaparece. Sobre el piso sólo queda una mancha gelatinosa, como si la espuma se hubiese derretido. El muchacho se hinca, alarga la mano, temiendo que la espuma vuelva a inflarse. Mas nada sucede. La espuma se ha derretido por completo, el piso ya está casi seco. No puede pensar más, porque ya su mamá toca la puerta, urgiéndolo a salir. El muchacho abre y pregunta si ya está listo su desayuno. La mamá dice que sí, lo aparta, porque le urge entrar al baño. El muchacho va a la cocina, se sienta en el antecomedor y comienza a comer la tortilla de huevo que le preparó su mamá. Toma el control que está sobre la mesa y prende la televisión. En la pantalla aparece el conductor del noticiario matutino, su cara muestra un asombro como si el mundo se estuviera acabando. Y en efecto, esa noticia está dando: “…medio continente africano ha desaparecido…”. El conductor se enlaza con el corresponsal en Sudáfrica y él comenta que toda la parte del norte del continente ha desaparecido, como si “un tiburón gigantesco se lo hubiera tragado”. El muchacho se atraganta. Ve el plato y mira que él ha comido la parte superior de la tortilla que, coincidentemente, tiene forma del continente africano. Toma cubierto y cuchillo y hace un corte a la mitad de la tortilla, le pone un poco de salsa verde molcajeteada, la lleva a su boca y la traga. El conductor del noticiario dice que está recibiendo un reporte urgente, parte de Etiopía y toda Kenia han desaparecido también. El conductor dice que el Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica ha convocado a los líderes del mundo a una reunión urgente. El muchacho, sólo como una travesura, sin ponerle ningún aderezo, y sin la ayuda de cubiertos, toma el fragmento restante y con sus dedos lo lleva a su boca y comienza a masticarlo. Apaga el televisor. Está casi seguro que en ese momento en el noticiario dan la noticia de que toda África ha desaparecido.
Su mamá entra a la cocina y le pregunta si estuvo rica la tortilla y él dice que sí, como si fuese gato se relame, y pide que le prepare otra para la cena, que tenga papas, dice, mientras entra al baño, dispuesto a lavarse los dientes, porque ya es hora de que vaya a la escuela.
¿A quién contarle el don recibido? ¡A nadie! El muchacho cree que su petición fue exagerada o mal entendida por el genio, pero, algo en su interior, hace que se envanezca, porque, en efecto, ¡tiene el mundo en sus manos!
Sale, grita: “¡Nos vemos en la tarde!”, tentado a completar: “Si decido que el mundo siga”. En el descanso de las escaleras se topa con un viejo que sube a duras penas y le pide ayuda. El muchacho dice que no tiene tiempo, a la hora que lo dice, siente que el viejo lo toma del brazo. La mano del viejo es una tenaza. El anciano se quita la capucha que le cubre el rostro y dice: “Soy el genio y estoy dispuesto a cumplir tu deseo. ¿Quieres tener todo el tiempo?”. El muchacho no puede hablar. El dolor que siente en el brazo es muy intenso, la mano del viejo es como un cascanueces que está a punto de destrozar sus huesos. Pide que deje de apretarle el brazo. El genio dice que está dispuesto a cumplir su deseo. ¿Quiere que deje de apretarle el brazo? El muchacho dice que sí. El genio, como si fuese humo, se evapora. Al muchacho le duele el brazo, intensamente. Se lo toca con la mano izquierda, se lo soba, pero en el lugar que se sobó se le hace una hondonada. Oh, dice, aterrado, se lleva la mano a la boca y siente un vacío, se toca de nuevo y el vacío se hace más grande. ¡No!, quiere gritar, pero la voz ya no le sale, porque sus cuerdas bucales han desaparecido junto con su boca, junto con su barbilla. Desesperado, se desmadeja y cae sentado sobre un escalón, se lleva ambas manos a las sienes, pero un segundo después se arrepiente. Ya es muy tarde, parte de su cerebro desaparece. Su cabeza, como si fuese un péndulo se hace a un lado, al lado que está completo, el más pesado y choca contra el barandal. El dolor es agudo, quiere sobarse pero lo evita. Piensa levantarse, se apoya sobre el escalón, pero su brazo se va y con él su cuerpo entero cae hasta, tres pisos más abajo, hasta chocar contra el suelo, donde se hace un hueco que cruza la tierra, el espacio.
Gracias a ello, el mundo siguió su marcha. En el momento que el muchacho murió, el anterior conjuro quedó deshecho y quienes prendieron el televisor escucharon la noticia donde el conductor del noticiario decía que había ocurrido un milagro y África, como si fuese una ballena gigantesca, había emergido de las profundidades y era un territorio nuevo. Y así termina el cuentito de Parménides.
Por eso digo: ¿qué sucede con todos esos que sueñan con comerse el mundo?