martes, 2 de abril de 2024

CARTA A MARIANA, CON UN MUNDO VIRTUAL

Querida Mariana: los grandes escritores no saben lo que hago con su obra. Aparte de subrayar y hacer anotaciones en los márgenes de las páginas de sus libros, los califico. Es en serio. Califico, sobre todo, los cuentos, que es un género literario que me gusta mucho. ¿Qué haría Vargas Llosa si supiera que he calificado sus cuentos? Cuando me acercara a saludarlo ¿haría conmigo lo mismo que le hizo a su gran amigo Gabriel García Márquez? ¿Me metería un trancazo y diría: “Por lo que le dijiste a mi cuento”? Leo cuentos de muchos autores vivos. Si ellos se enteraran de lo que hago con su obra no sé qué dirían. Casi puedo asegurar que les valdría un cacahuate al enterarse de ello. Imagino la reacción cuando un periodista preguntara: “¿qué opinión le merece saber que un tal Molinari califica sus cuentos?” Los escritores, los famosos, venden miles de libros y no saben quiénes los leen en el mundo. Hay escritores que están pendientes de las críticas que hacen los profesionales en los medios de comunicación, pero hay muchos otros que caminan como Cristo sobre el agua de la indiferencia. Sólo eso faltaba, que los escritores estuvieran sujetos a la opinión de los demás. Así pues, Vargas Llosa y los demás escritores vivos nada dirían acerca de mis calificaciones. Estas calificaciones no las publico, son como una guía para mí. Primero diré que ningún cuento ha obtenido el tan anhelado diez. Esto nada tiene que ver con aquella teoría de que el diez es para el maestro (a final de cuentas si califico es porque me asumo como un lector magistral. Qué bobo). No, si ningún texto obtiene el diez es porque ¡no existe el texto perfecto! Mucha gente admira esa ocurrencia de Tito Monterroso: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. No falta el que lo considera una genialidad. En lo íntimo pienso que el Tito se botaba de la risa al ver la serie de comentarios a favor que había logrado su textito. Ya te conté que una vez estuve en un salón donde él dijo que le había llevado mucho tiempo colocar las palabras precisas. Así se vendía. Una vez, Aurora hizo una variante: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía seguía allí”, dijo que era el mismo número de palabras y el verbo seguir daba más aire al texto. Estuve de acuerdo con Aurora, el texto de Aurora lo califiqué con ocho, por el atrevimiento de superar al maestro. Vos sabés que Julito Cortázar es uno de mis autores favoritos y, como dijo Vargas Llosa, “es uno de los mejores cuentistas del siglo XX”. Bueno, mi querido Julito no obtiene calificación de diez, hay textos donde lo califico con nueve, nueve punto dos, pero hay otros donde lo califico con siete punto cuatro. ¿Lo imaginás? Pucha, no sé qué tan soberbio soy, tan pedante. Me doy el lujo de ponerle siete a uno de los grandes autores literarios. Y esto hablando de cuentos. Si te dijera las calificaciones que le he puesto a su poesía, estoy casi seguro que te enojarías conmigo. Digo que esta posición mamila que adopto lo hago para demostrar que hasta los grandes autores derrapan con frecuencia. Como una vez me dijo la poeta Marirrós Bonifaz: “no siempre se saca diez”. Así pues, cada libro de cuentos que cae en mis manos lo califico. Muchos grandes autores ya han fallecido, así que Faulkner o Chéjov nada pueden decir a la hora que, en forma docta, tomo el lápiz o pluma y les pongo calificación. Insisto ¡nunca alcanzan el diez! Lo mismo hago con autores chiapanecos vivos. Ah, ya quiero ver la reacción de mis paisanos al saber cuánto les pongo a sus textos. Si de por sí son tan sentiditos, no entienden que un lector no juzga al ser humano sino al texto. Cuando expreso una opinión entre amigos y el dicho llega a sus oídos los veo que ponen cara de: “pendejo, tus cuentos están más jodidos”. Pues eso entiendo, sé que los pocos lectores de mi obra también pueden hacer el mismo ejercicio que yo hago. A mí, por si alguien estaba con el pendiente, no me preocupa la opinión de críticos ni de lectores. Sé que no tengo el talento de los grandes, ¡grandes! Hago mi esfuerzo modesto, trato, siempre, eso sí, de cumplir con el ideal sugerido por Roald Dahl: ¡no aburrir al lector! Cuando me topo con un inicio de cuento que no me jala ya comienzo a afilar el lápiz para calificar con una nota de media tabla. Posdata: ¿para qué califico los cuentitos? Digo que me sirve como guía, cuando releo el libro voy al índice y encuentro las calificaciones, así que desecho los demás cuentos y disfruto los que obtuvieron las notas más altas. Redescubro el misterio de su literatura y así puedo tomar elementos para diseñar mi propia obra, en intento de escribir textos más o menos presentables, que no sean los clásicos que pasan de panzazo. ¡Tzatz Comitán!