domingo, 21 de abril de 2024
LA MUJER QUE NO ENCUENTRA SOSIEGO
A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que caminan de lado, y mujeres que caminan como si corrieran.
La mujer que camina como si corriera responde al rol tradicional. He visto hombres acostados en hamacas, al medio día, durmiendo, con una caguama al lado. Jamás he visto mujeres acostadas en hamacas al medio día, en la noche sí, y son bellas. Veo a las mujeres de un lado para otro, subiendo al metro, llevando a los hijos al colegio, lavando trastes o ropa, bajando escaleras. Las mujeres no tienen sosiego, incluso cuando duermen se levantan para ver por qué llora el hijo.
La mujer que camina como si corriera responde a su vocación de río, de mar. Los peces de sus ojos siempre nadan a contracorriente, son salmones en busca de la luz, de una luz que se esconde en los pliegues de la realidad.
Sus sueños son apenas destellos que rebotan en el agua, sus deseos se concentran en el globo que estalla en el espejo del día.
Nunca sabe dónde está la frontera de la realidad, el día a día la abruma, la sobrepasa, le adosa costales llenos de una niebla que jamás deja que pase el sol.
Cuando platica es como si lo hiciera ante el espejo o, dramático, frente a la pared. Sabe que no puede esperar respuestas, ¿quién habla con una mujer que no está acostumbrada a ser flama?
Recorre la vida como si fuera un tren que siempre se topa con puentes extraviados. Si hace un repaso de su vida comprende que siempre se dedicó a costurar los pantalones rotos, los calcetines con hoyos, las vidas de los otros. Ella tiene el espíritu de un indocumentado, del que no encuentra lugar alguno en el mundo.
No tiene amigos, porque la amistad exige el sosiego, la hora para sentarse a tomar un café al aire libre, para ir al cine, para disfrutar una caminata en un bulevar.
La mujer que camina como si corriera, se pierde en medio de la marabunta de gente, se vuelve invisible ante el vocerío de los otros, se siente tierra agrietada en medio de la humedad de la alegría. Ella siempre tiene un rostro como si cargara su espalda, como si ésta no fuera parte de su cuerpo sino fardo lleno de callejones donde habitan delincuentes.
Si llega a un puente no se acoda para admirar el paso del agua, si acaso se detiene un instante sólo lo hace para pensar en los seres que, agotados, se aventaron al río sin saber nadar.
Sus palabras no caminan, vuelan, igual que ella, por eso nadie la escucha, porque quién, en este tráfago, se detiene a escuchar la melodía del aire.
Siente que el contacto con los demás es como una daga, como una cuchilla. La más leve pared de la casa se le revela como muralla inalcanzable.
El polen de sus manos huele a polvo, a cascajo. La palabra esperanza está escondida en todos los basureros del mundo, apesta, se pudre.
Por fortuna, este tipo de mujer cada vez es más escaso, ahora, la mujer se da espacios para la contemplación, para afinar el plafón de su cielo, para aletear en el viento donde juegan las luciérnagas.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que no saben lo que es el caos, y mujeres que soportan el peso de la oscuridad.