lunes, 15 de abril de 2024

CARTA A MARIANA, CON UN RECUERDO

Querida Mariana: platico con mi querido amigo Jorge Pérez y recordamos instantes de nuestra juventud. El otro día, Jorge se acordó del queso “Supremo”, que botaneábamos en la Ciudad de México, en los lejanos años setenta. En Comitán, como cualquier chiapaneco, estábamos acostumbrados a comer queso, hasta queso de bola, de Ocosingo. La costumbre obligaba que, siendo estudiantes universitarios, buscáramos sustitutos. No había quesos tan ricos como los chiapanecos, pero nos conformábamos con los industrializados, como “el supremo”. Era fiesta en el departamento cuando llegaba una cajita desde Chiapas, con tascalate, butifarras, tostadas y quesos chiapanecos. El complemento ideal lo conseguíamos muy fácil, bastaba bajar del departamento e ir a la tienda de la esquina para volver con tres caguamas, adentro de una morraleta. Caminábamos alegres en la avenida Cuauhtémoc, al lado del camellón con sus palmeras. En tiempo de pandemia quedó demostrada la importancia de los motociclistas que llevan despensas. Nosotros, en los años setenta, descubrimos esa ventaja. Cuando echábamos trago en el departamento, ya avanzada la noche, oyendo marimba, recitando la de “Chiapas es en el cosmos…”, cantando la de “Comitán, Comitán de las flores…”, sin poder evitar el llanto, a la hora que se terminaba el “parque”, Jorge marcaba un número telefónico y pedía Sabritas, salsa, tostadas y tres quesos Supremo. Perdón, olvidé decir que antes pedía hielo, cocas, tehuacanes y una botella de brandy, de a litro. Diez minutos después sonaba el timbre y el que estaba menos bolo bajaba por el pedido con la paga en la mano. Los demás seguíamos botados en los sofás, apenas estirábamos la mano para que el vaso se rellenara. Fueron tiempos “supremos”. Claro, los tiempos “doble crema” superaban todos los demás tiempos. Fue prodigioso ir a los ranchos del papá de Jorge y comer frijoles con queso hecho en los propios establos, con tortillas recién salidas del comal y salsa verde molcajeteada. Hoy vivo sin queso, no tomo lácteos, pero en aquellos años no podíamos vivir sin queso. El queso para hacer las quesadillas, el queso para espolvorear en las tostadas con frijol o con salsa de jitomate, el queso para hacer dip y botanearlo con Sabritas. El queso era parte importante de la vida, no veíamos un horizonte sin ese maravilloso ingrediente. En las cantinas pasaban un platito con queso Oaxaca, chile, limón y sal. Ah, era una botana exquisita, servía para acompañar los demás platillos. Posdata: la marca del queso que botaneábamos en la Ciudad de México, en los años setenta, era Supremo. El sabor nunca se comparó con nuestros quesos chiapanecos. Ahora me asombra enterarme que hay paisanos que van al supermercado y compran quesos Lala y adquieren frascos de Nescafé, ¿nadie les ha informado que hay excelentes quesos chiapanecos y que hay cafés chiapanecos que no tienen comparación? ¿Quién compra Nescafé en una tierra donde hay excelentes cafés naturales? El mismo compa que va al supermercado y compra quesos industrializados y desdeña los maravillosos quesos de la región. ¡Tzatz Comitán!