sábado, 18 de agosto de 2007

El don de la palabra

Empleamos miles de palabras al día. Cientos de palabras como bandadas de pájaros a la hora en que platicamos, a la hora en que pensamos, a la hora en que escribimos.
Tal vez la palabra es el don óptimo del hombre. Cada vez que usamos una palabra: ¡nombramos! Al nombrar damos sentido a los objetos y a los seres.
¿Cuál es la primera palabra que usamos al despertar? Pocos son los hombres que usan las palabras a conciencia.
Imagino un costal inagotable lleno de palabras. Me basta meter la mano y sacar diez, veinte o más palabras. El costal es infinito, es un surtidor inagotable de luz (diría el poeta).
Me gustaría poseer la paciencia que posee mi madre cuando separa los frijoles buenos de aquellos que tienen gorgojo.
Me gustaría, cada amanecer, sacar un bonche de palabras del costal; me gustaría, a la hora en que el aroma del café se extiende por toda la casa, colocar las palabras sobre la mesa y elegir las más apropiadas para bendecir el día.
El mundo es oscuro, la palabra lo ilumina.
No hay palabra maldita, incluso la misma palabra "maldita" posee la iluminación. Lo que sí hay: son tiempos y espacios adecuados. Cada palabra es un río y cada río tiene un cauce, cuando la palabra se desmadra; es decir, cuando sale de su cauce ¡provoca inundaciones sobre las orillas del espíritu!
A veces, las palabras se llenan de gorgojos, porque se contagian de la humedad de las bodegas.
Por eso, es preciso invocar la palabra adecuada para cuando la vida nos reclama nuestro aliento.