jueves, 23 de agosto de 2007

Sólo para comitecos

Hace tiempo, en Comitán, discutíamos con un grupo de amigos la necesidad de defender las tradiciones del pueblo. ¿Qué hacer para que Comitán no perdiera su esencia, su habla, sus costumbres? En el calor de la plática me atreví a decir que el libro "Sólo para comitecos" debía ser empleado como libro de texto en el bachillerato de Comitán, a fin de que los jóvenes conocieran de dónde vienen. Uno de los que estaban en la mesa, en aquella ocasión, tomó de manera literal mi comentario y ¡pegó el grito en el cielo! ¿Cómo era posible que yo propusiera tal barbaridad?
Yo me refería a la necesidad de hacer algo a fin de revalorizar lo propio.
Mi comentario era una exageración, pero no exenta de buena intención. El libro de Armando Alfonzo tiene secciones que pueden ocasionar un escozor en las buenas conciencias, pero es un libro que, con la picardía característica del carácter comiteco, expone mucho del modo de ser. Ahí están los orígenes de nuestra idiosincracia.
En la presentación de un libro en la Universidad de Las Américas (en Cholula), una joven se paró, pidió la palabra y explicó que no hallaba el sentido de identidad a través del lenguaje que empleaba. Como era un comentario dirigido a mi persona compartí con el auditorio una anécdota personal.
En el año de 1974 salí de Comitán y fui, como muchos de mis amigos y compañeros, a estudiar a la ciudad de México. Allá encontré otro modo de ser, un modo de ser que me deslumbró. Yo tenía la costumbre de hablar "de vos", en la ciudad de México sentí vergüenza y comencé a usar el "tu". No sólo esto, adopté un "sonsonete" muy cercano a lo que en ese tiempo se llamaba "chico ibero" y que hoy suena muy "nice". ¡Me sentí realizado! Mas un día mis compas comitecos y yo nos hicimos amigos de un grupo de norteños y ahí, por primera vez, sentí la vergüenza real. Ellos hablaban como siempre lo habían hecho, se sentían orgullosos de su modo de ser y no se sentían menos ante los modos de ser de los capitalinos. Al contrario, los capitalinos reconocían el valor de su lenguaje y de su idiosincracia. Yo no había podido enseñar nada de lo mío, porque lo había botado quién sabe en qué baúl.
"¡Quiubo, bato, trépese en la troca!", me decía Chucho y yo subía a la camioneta. Con timidez comencé a rescatar mis palabras comitecas, con cierta pena balbuceé mi voseo original. Ese día, lo juro, sentí que volvía a ser yo, que recuperaba mi sentido de pertenencia. Boté el sonsonete "chavo ibero" (que no me pertenecía y que me obligaba a ponerme un traje que me quedaba grande y que me hacía parecer un pelele), y recuperé las nubes de mi árbol.
El día de hoy no tengo ningún empacho en usar el vos. Un amigo poblano me confiesa que al principio pensó que era yo un argentino que había perdido el "sonsonete". Ahora reconoce que soy comiteco y yo me siento muy bien.
Crecí con el uso del vos, no puedo negar mis orígenes, sería tanto como si me negara yo, como si quisiera ser polvo y no aceptar que soy nube.