sábado, 11 de octubre de 2008

Atención

Tal vez nos falta estar atentos. Estar atentos a la forma en que el río fluye. Ayer fui a San Cristóbal de Las Casas. Estuve en el COBACH 11. Dicha escuela está ubicada casi casi en la entrada a San Cristóbal. Al llegar al Valle de Jovel, y antes de entrar al bulevard, basta torcer en una carretera de la derecha, "andar" uno o dos kilómetros -o tal vez menos- para hallar la escuela.
Asistí por vez primera a una Feria Profesiográfica (la sexta que organiza esta institución educativa llena de muchachos activos, llenos de vida. Cuando una batucada de la Universidad de Los Altos intervino los muchachos y muchachas comenzaron a bailar, a vivir con intensidad).
Fui porque acompañé a José Antonio -Director de la Universidad Mariano N. Ruiz- en el módulo donde repartimos información acerca de las licenciaturas que imparte nuestra universidad.
Como a las doce del día una maestra del COBACH nos dio una torta y un refresco. Como yo no como tortas de pollo ni tomo refrescos de toronja embotellados, José Antonio tuvo doble gusto en comer y tomar.
A las dos me dio un piquete de hambre. En el trayecto de Comitán a San Cristóbal me había parado en un puesto de frutas. Ahí compré unos "papauces" y unas mandarinas. Cuando el hambre arreció, dejé a José Antonio en el módulo atendiendo a los jóvenes estudiantes y fui al estacionamiento, abrí la puerta de la camioneta y bajé la fruta. Busqué un basurero -era un simple bote de plástico de esos que en algún tiempo contienen pintura- y lo llevé hasta una esquina, donde había un coche rojo, al aldo de un arriate con flores amarillas y azules. Abrí uno de los "papauces" y miré su corazón rosado. En esas andaba cuando a mi lado apareció un colibrí -Chupamirto le decimos en Comitán- y en mis meras narices comenzó a hacer su rutina de vuelo. Dejé la fruta sobre el arriate y puse atención. El cielo amenazaba lluvia. Desde donde estábamos comiendo (el chupamirto y yo) se miraba una montaña como barrera natural. El contraste era evidente, a la distancia estaban instalados el verde de los árboles y el gris oscuro del cielo tirando a negro, y cerca de mí el sol sobre el pavimento, sobre el arriate con flores, sobre las alas del chupamirto que picoteaba en una flor y al segundo posterior volaba hacia otra. Recogí la fruta y acompañé al colibrí en su vuelo. Me bastó poner atención para llenarme de luz, de cielo azul, de un aroma de tierra mojada que llegaba desde el horizonte porque, parece, el viento también es un colibrí que chupa esencias en la flor del aire.