Mucho antes que el comediante Flavio -a nivel nacional- hiciera popular la libreta con chistes, ya en Comitán mi amigo Rafa usaba una pequeña libreta donde tenía apuntados los chistes. Era una pequeña libreta que guardaba en el bolsillo de su camisa. En cuanto me veía sacaba su libreta y me contaba los más recientes. Debo admitir que tenía una gracia especial para contarlos, yo los disfrutaba mucho.
El otro día saludé a Rafa, iba con uno de sus hijos, estaba comprando unas llantas para alguno de sus carros. Nos saludamos con afecto. No sé si sigue contando chistes, no sé si sigue con la libreta. No lo creo, de pronto la vida nos lleva por otros ríos.
¿Yo? Yo nunca he sido bueno para contar chistes. Juro que, a veces, me hago el propósito de aprenderme un chiste de memoria para que cuando, en alguna reunión, me digan: "Ora, te toca contar un chiste" yo lo haga. Pero no logro hacerlo. Dos o tres días repito el chiste, practico en mi casa, frente a un espejo. Sale más o menos. Pero cuando estoy en una reunión y comienza la ronda de chistes me doy cuenta que ya olvidé el chiste y por más esfuerzo que hago no logro recordar ni uno solo. Es como si los chistes perdieran su chiste. Y a la hora que me toca digo que no me sé ninguno y noto en la cara de mis amigos alguna cara que dice: "Éste, tan alzado, tan sin gracia".