Los hombres somos simples ramas.
Siempre dije que no sabía en qué momento se dio mi gusto por la lectura. Siempre pensé que la lectura había sido como una compañía necesaria por ser hijo único. Cuando uno es hijo único hay tardes en que no es posible tener más compañía que la soledad. Son tardes en que nos metemos en los desvanes y buscamos entre las cajas, con un afán por encontrar algo que no sabemos bien a bien qué es. Tal vez lo hacemos sólo para que el tiempo pase y llegue la mañana y llegue el tiempo de ir a la escuela para toparse con los amigos que, en el juego, toman la cara de los hermanos que nunca tuvimos ni tendremos.
Así, una tarde de esas, me topé con un libro. No sé el título pero sé que esa tarde una luz iluminó todas las estancias de la soledad. Y desde entonces, y para siempre, la lectura acompaña todas mis horas, todos mis anhelos, toda mi vida.
Pero ahora sé que ese aparente tropezón tuvo su inicio.
Ayer, mientras mi mamá tejía, sin previo aviso, como si de pronto comenzara a llover luz, me dijo: "Mi abuelita leía mucho". Yo dejé de pintar y la miré como si nunca la hubiera oído hablar. Mi mamá siguió tejiendo pero yo ya no pude continuar pintando. ¿Cómo pintar cuando mi mamá me había abierto la ruta que desde siempre estuve buscando?
¿Así que "mama mía", mi bisabuela, había sido una gran lectora? Sí, corroboró mi mamá. Ella leía mucho.
Imaginé entonces a mama mía en el patio del rancho, allá por el rumbo de Huixtla, sentada debajo de unas matas de plátano con el libro entre sus manos.
Yo intuía que este gusto mío por la lectura no podía ser gratuito, no podía ser tan simple como un mero pasatiempo de hijo único que no sabe qué hacer en sus tardes de juego. ¡Claro que no! Nada es simple en la vida.
Los hombres somos simples, pero la vida ¡no!
Leo mucho. Leo mucho, porque mi bisabuela, un día, al lado de un arroyo, en medio del calorón de la costa chiapaneca, injertó algo en el árbol familiar.
Hoy estoy más tranquilo. Sólo una duda comienza a engendrar en mí: ¿De dónde tomó mi bisabuela Casimira el gusto por la lectura?
Después de un rato de silencio, mi mamá me vio y comentó: "Mama mía prohibió a sus hijos que utilizaran su nombre para bautizar a alguna de las nietas". Yo sonreí, mi mamá siguió tejiendo y yo volví a empapar el pincel en rojo y pinté, pero lo hice con una exaltación, como si algo maravilloso me hubiera sido revelado. Por un instante agradecí la bendición de ser bisnieto de doña Casimira.