domingo, 14 de diciembre de 2008

El ojo


Abro los ojos cuando despierto. Hay una sustancia que siempre se cuela: la rutina. De ahí es muy fácil que lo rutinario entre a la sangre y contamine todo el espíritu. Por esto, como ablución, debo hacer un ritual para exorcizar esa niebla.
Abro los ojos y busco el cielo. El aire es el río donde flota la fruta del asombro. El asombro es la nube que debe cubrir todos nuestros cielos.
Cada día debe ser la ventana para una piedra novedosa.
No hay peor cosa en la vida que cubrirse con el manto de la rutina. Por esto, cada mañana, junto con las colchas aviento al suelo esa resaca. Lo misterioso, entonces, siembra un árbol luminoso en el patio de mi corazón.