jueves, 25 de diciembre de 2008

Una mañana somnolienta


¿Qué hace el mundo de acá, a las ocho o nueve de la mañana en este día? Más de la mitad duerme. ¡Quién sabe hasta que hora se prolongó la cena!
Yo salí a la una de la mañana de la casa de don José Luis y de doña Tenchita.
A la hora que caminé hoy con rumbo a la oficina las calles estaban casi casi desiertas. La mañana era cálida. Sólo los pájaros, que no saben de ajos navideños, continuaban con su alharaca de todos los días.
En la oficina hallé a José Antonio, ya trabajando. Me platicó que anoche tomó champaña. Una sobrina que es azafata les ofreció champaña traída directamente de París (claro, acompañada con panes compuestos y tostadas comitecas).
La mesa de don José Luis, con la bendición de Dios, también fue generosa. Tan generosa que junto al pavo apareció, como si fuera una película de Fellini, un langostino. El patio de doña Lencha se dio la mano con el mar Caribe.
José Antonio fue al centro de cómputo y yo quedé en la oficina, corrigiendo el número dos de la Serie "Testimonios", de la Colección Cuadernos Universitarios.
El escritorio está colocado frente a un balcón (es uno de los privilegios que Dios me obsequia dìa a día). De vez en vez pasaba alguna persona, como personaje de Rulfo, como si hubiera extraviado el camino para llegar a casa.
A la una y media me despedí de José Antonio. Él todavía quedó trabajando un rato. Me dijo que iría a comer al restaurante de "Doña Chelo" que está frente al parque de Guadalupe.
Acá en Comitán existe la tradición de comer "el recalentado" o "los recortes"; es decir, los sobrantes de la noche.
Entiendo que el pavo sabe mejor al otro día. Ojalá que la langosta haya terminado porque no creo que sea buena idea comer un langostino re-calentado.