viernes, 24 de diciembre de 2010

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA PORQUÉ LA RAYUELA ES UN JUEGO





Con un abrazo a Miguel González Alonso,
para desearle éxito en su más reciente encomienda laboral.





Querida Mariana: mis primos de Monterrey le llaman “Bebeleche” y acá en Comitán le llamamos “Avioncito”. Es el clásico juego de “Rayuela”, cuyo objetivo es llegar al Cielo. En España le llaman “Tejo”.
La gente no lo sabe, pero todos los días juega Avioncito. Todo mundo debe cargar su piedra para aventar en las casillas pintadas en el suelo. Todo mundo tiene su suelo y su cielo.
Mi tío Alfonso siempre me dijo que era preciso cargar una piedra para avanzar en la vida. Una piedra para aventarle al Goliat de todos los días; una para, como Pedro, edificar la iglesia; una para hacer la repartición de los panes y otra para jugar Avioncito. Hay unos, querida Mariana, que viven en la confusión permanente y avientan sobre la rayuela la piedra que corresponde a la edificación de su templo, y viceversa.
Yo te recomiendo que llevés una piedra sencilla y pequeña, de cantos rodados, de esas que se encuentran en la orilla de los ríos de agua templada. Las piedras de río son muy adecuadas para jugar la rayuela, porque, ya se sabe, el agua tiene nostalgia del cielo. Cuando husmeás por el universo, a través de un telescopio, mirás una bola de planetas que no son otra cosa que piedras del río infinito jugando rayuela.
Nuestros juegos terrícolas son limitados, por esto, el Avioncito no tiene más que diez casilleros. El juego debería ser como ese que juega Andrés Honorato, quien es personaje de una novela de José Saramago y juega una especie de Tejo eterno. En el frente de su casa, una mañana luminosa, pinta una rayuela “normal” e invita a todos los niños del barrio a jugar. Entre los niños descubre a Viviana, una muchacha bonita tan bella como un poema de Efraín Bartolomé y le dedica una casilla extraordinaria. Arriba de la casilla del Cielo pinta una más grande y le pone el nombre de la muchacha. Al día siguiente, su sobrina Esther le pide con ojitos de ratoncito arrepentido le dedique un casillero especial y de esta manera el juego comienza a tener muchas casillas. Llega el momento en que el juego comienza a las seis de la mañana y termina doce horas después. Los niños disfrutan llegar al cielo y luego pasar a Viviana, Esther, Romeo, Lucía y mil nombres más. Todo mundo entiende, entonces, que después del cielo hay más y que estos otros territorios están en los cuerpos y espíritus de los nombres de las personas ahí anotadas. En este libro el juego no acaba nunca. De hecho, los últimas ciento cuarenta y dos páginas de la novela de Saramago las dedica a colocar los nombres de todos los casilleros que están arriba de la casilla correspondiente al cielo. El día que leí la novela me sentí muy bien cuando comencé a leer todos los nombres y en la casilla dos millones cuatrocientos treinta y dos mil encontré mi nombre y ochocientas treinta y dos mil cuarenta y dos casillas más arriba hallé el tuyo. ¿Lo mirás, Mariana mía?, nuestros nombres están en la rayuela infinita. ¿Mirás qué privilegio saber que niños de otros lugares llegan a nuestras casillas y siguen para arriba?
Respeto a los Regios, pero creo que el nombre de Avioncito supera al de Bebeleche. Este nombre debe aludir a la Vía Láctea y es, por lo tanto, limitado; así como es limitado el de Rayuela. Nuestro avioncito no para nunca, su combustible le alcanza para volar mil cielos, para ser línea del infinito.
Pd. El juego, lo sabés, comienza a la hora de pintar el Avioncito sobre el suelo. La primera vez que pinté una rayuela sobre el patio de la casa lo hice con un gis negro. En la tarde de ese día llovió y el agua borró la silueta. Al día siguiente busqué rastros pero no hallé nada. Así ha sido mi vida, siempre, siempre. No obstante, necio, terco, sigo pintando avioncitos en el suelo y colocando nombres y casillas por encima de la casilla del Cielo.