miércoles, 15 de diciembre de 2010

DE LA PERFECCIÓN

A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como libros plagados de erratas y mujeres que son como incunables.
Para llevar a una mujer incunable a la cuna es preciso escribir sobre su piel con una escritura de espejo. Al principio es labor compleja, pero basta un poco de práctica para dominar el arte de colocar las palabras al revés. Los dedos, como si fuesen hormigas, se acostumbran a hacer escalas del Do al La y ¡de reversa mami!
A la mujer incunable le encantan los amantes que dominan el arte de escribir palíndromos. Quien escribe: “Roma”, para decir: “Amor”, tiene abierta la brecha para hundirse en todos los resquicios de su amada. Claro, para que una mujer incunable abra las piernas su amado debe aceitar antes la bisagra de su espíritu. Esto es así porque ella está hecha de tipos móviles y porque, en el fondo, extraña la paciente labor del amanuense. ¿Cómo superar la miniatura hecha con tintas que ilustraban las portadas del año 1500? ¿Cómo intuir la presión exacta para una impresión indeleble?
La mujer incunable no se lleva bien con los hombres celosos, porque ella tiene, en sus pechos y en su vientre, la marca de agua de amantes anteriores. Su pasión no está sellada con las tintas volátiles de hoy, ni sus abluciones impresas con máquinas de láser. Sus ríos están hechos con arabescos de Gutenberg.
Ella es la mujer ideal de los hombres que se entusiasman ante lo único. Ella es mujer irrepetible, como el color del cielo al amanecer, como la receta del pan de elote de la abuela, como una pintura de Picasso, como una película de Werner Herzog, como un balcón de Comitán, como un poema de Efraín Bartolomé. Ella (con el perdón de los apóstatas) es mujer de nicho, debe ser tratada como si fuese el Niño Fundador o la Virgen María. Su piel se agrieta si es expuesta a caricia de hombres burdos y toscos. La mujer incunable, a pesar de ser amante experta de muchos amados, se mantiene impoluta y casta, porque su alma es como el aura de esos juegos de té de porcelana que las bisabuelas legan a sus críos.
En Chiapas hay cierta confusión, algunos amantes creen amar a una mujer códice, cuando en realidad besan a una mujer incunable. Debemos recordar que la mujer códice fue desaparecida por manos que tenían el fuego de Diego de Landa. Este equívoco provoca que los chiapanecos no traten con delicadeza a la mujer incunable. Creen, los muy ignorantes, que su amada es de ayate, sin saber que sus pliegues son de papel con filigrana. Sí (con el perdón de los irrenunciables), la mujer incunable actual tiene su ascendiente en Europa y en América, ¡es mestiza!, por esto sus raíces beben del Guadalquivir y del Usumacinta y sus brazos siembran trigo y maíz en todas las riberas del corazón.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en mujeres que son como esferas para árbol de navidad, y mujeres que son como lamita para los nacimientos.