lunes, 14 de marzo de 2011

ENTRECRUZAMIENTOS



“Vení, vení, rápido”, gritó Alejandro y, tomándome de un brazo, me jaló hacia la ventana. “¡Mirá!”, dijo. El patio de la casa estaba lleno de hilos, hilos entrecruzados que cubrían la fuente, las bancas, los rosales, el tendedero y la noria. ¿De dónde saldrían tantos hilos?, pensé. Cayeron del cielo, intenté responderme, pero Alejandro difuminó mi idea. “No son hilos, pendejo”, dijo y volviendo a jalarme me llevó hasta la escalera de madera, bajamos sosteniéndonos del pasamanos, abrimos la puerta y nos quedamos parados en el dintel. “¿Ya miraste? ¡Son líneas!”. Esto sucedió hace una semana exactamente, el lunes 7 de marzo, a la una con treinta y dos minutos de la tarde. Una tarde que presagiaba lluvia.
¿Líneas? ¿De dónde? Alejandro se sentó y, como si viera un atardecer, colocó sus manos en puño debajo de su mentón y dejó que su mirada se perdiera en esa telaraña de hilos. “¡Qué bruto, qué necio! No son hilos, son líneas”.
Líneas, según él, de todos los objetos y chunches del mundo. Así como las mariposas Monarca migran hacia los santuarios, de igual manera, las líneas habían llegado al patio de la casa para… ¿para qué?
Me senté al lado de Alejandro y lo imité en su actitud de contemplación. Las líneas se movían (según yo, movidas por el viento; según él, como gusanos con vida propia).
Las líneas llegaron a la casa para su periodo de reproducción. Las líneas del mundo (¿se han dado cuenta?) se están acabando. Tal vez el calentamiento global está provocando su desaparición. Alejandro dice que llegará el día en que las líneas se desintegrarán como si fuesen hojas secas. ¿En dónde quedan las líneas circulares, perfectas, que rodean a un balón cuando éste se desinfla? ¿A dónde van las líneas verticales de un mueble de madera cuando se apolilla?
Alejandro dice que ha sido una bendición tener este fenómeno en casa. Cuando la tía Eufrasia vio el montón de hilos ordenó a Evelio barriera y quemara la basura, pero Alejandro empujó a Evelio y no permitió que se acercara al patio. De inmediato fue con el tío Manuel y le pidió que le diera fiado cuarenta metros de malla para gallinero. Esa misma tarde construyó, con postes de madera, en medio de una lluvia pertinaz, un corral que a medio mundo impidió entrar al santuario de las líneas.
Hoy en la madrugada a Alejandro le llevé un poco de atole de granillo y dos panes. Lo encontré en el mismo lugar donde ha permanecido estos días, envuelto en una chamarra con barbas. Su mirada está confusa, ante el haz de la lámpara de mano pareciera tener un brillo como de hombre que ha visto un ángel, pero el color rojo del blanco de sus ojos es el mismo tono que tienen los hombres que han estado en vigilia permanente por cuidar a un enfermo.
Tomó el atole y mordisqueó ligeramente uno de los panes. Me dijo que las líneas están contentas, algunas han trepado a los árboles. Ya puede detectar quiénes son las hembras. Dice que éstas se mueven como serpientes y, por las noches, como si fuesen cobras, levitan y se mueven de manera sensual para provocar a la línea macho.
“¿Ya te convenciste, burro, que no son hilos?”, me pregunta molesto. Yo guardo silencio. Lo que trato de dilucidar es de dónde llegaron tantos hilos o líneas. ¿Fue travesura de los sobrinos? La tía Eufrasia ya dio un ultimátum, si para mañana Alejandro no levanta su barricada le soltará los dos perros doberman que dormitan en el traspatio. En respuesta, Alejandro ha lanzado una amenaza: si insisten en perturbar a las líneas él utilizará dos líneas que pertenecieron a un cañón inglés de la segunda guerra mundial.