jueves, 21 de julio de 2011

DE NINGUNA PARTE




A finales de los años setenta, algunos amigos escuchaban discos de Facundo Cabral. A mí no me gustaba. No le perdonaba ese aire de Mesías dictando su palabra como si fuese un Jesús redivivo. Mas ahora que falleció me entero que él fue autor de la canción “No soy de aquí ni soy de allá”, canción que, a la menor provocación, cantaba en compañía de los amigos.
Adolfo Gómez Vives, poeta destacado, radica desde hace años en la ciudad de México. Un día, caminando por las calles de Comitán me topé con él. Estaba de vacaciones, por dos o tres días. Nos sentamos en una banca del parque de San Sebastián, me dijo: “Siento que no soy de aquí ni soy de allá”. Recordé la canción y recordé cómo, con mi grupo de amigos, la cantábamos debajo de un árbol, en el rancho de Jorge, o en una banca del parque, en el centro del pueblo. Siempre había un amigo que llevaba una guitarra (“una lira”, decíamos).
Adolfo me confió su sentimiento. Vivir en la ciudad de México no lo había hecho de allá, existían algunas cosas que no podía aprehenderlas; pero, al mismo tiempo, vivir alejado de su pueblo lo había condenado a extraviar elementos de identidad. Al final se había quedado con la sensación de no pertenecer a algún lado. Llegaba a su pueblo y todo lo encontraba ajeno. Regresaba a su lugar de residencia y hallaba elementos que no le eran propios.
Yo no le podía decir que para su “mal” es preciso seguir la recomendación de Alfredo, en la película “Cinema Paradiso”. Alfredo le dice a Toto que no debe regresar al pueblo (recordemos que Toto vuelve sólo cuando Alfredo muere y, entonces, encuentra lo que había dejado, casi casi como si todo estuviera intocado -no por el tiempo- pero sí por la sustancia divina). No le podía decir esto porque sería tanto como condenar a Fito a que no vuelva pronto, y saludarlo es un privilegio. Tal vez algún día Fito comprenda que el territorio esencial está en nuestro interior. El pueblo de siempre permanece eterno en nuestro espíritu, ¡ahí hay que buscar! No somos de aquí, ni somos de allá, ¡somos de un territorio interno que contiene todo el universo y más allá!
No me gustaba Facundo, pero cuando me enteré que en México tenemos también un Facundo, pensé que Argentina nos había ganado. El Facundo mexicano es un muchacho irrelevante. Cuando menos, el otro había escrito una canción regular. Digo regular, porque contenía elementos sujetos a discusión. A mí nunca me gustó “la mujer cuando llora” ni me gustó “ser amigo de los ladrones”, pero sí, en cambio, soñaba con tener “todo el tiempo para ver las estrellas” acompañado con alguna “María en el trigal” (ahora, tengo todo el tiempo para ver las estrellas, pero nunca tuve a mi lado a alguna María para compartir ese instante). Tal vez Adolfo tenga tiempo también y tenga a su “María”, pero como vive en el Distrito Federal, ¿cómo ver las estrellas en medio de esa nata de smog?
En los últimos tiempos circula un texto escrito por Facundo: “No estás deprimido, estás distraído”. Ahí escribe algo que llamó mi atención: “Haz sólo lo que amas y serás feliz”. Bueno, ahora que está muerto ya me reconcilié con él. Claro, seguiré sin escuchar sus discos. ¡No le tolero su aire de perdonavidas! Alguien, ahora por su fallecimiento, me contó que asistió a un concierto de Facundo, donde se prohibía la entrada de niños. Un niño lloró a mitad del concierto (la mamá lo pasó de “contrabando”). Facundo detuvo su concierto, dejó la guitarra al lado de la silla, se retiró del escenario y no volvió.
No le tolero creerse un Jesús y no permitir que los niños se acercaran a él.