domingo, 31 de julio de 2011

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL CONTROL ES UN OBJETO




Querida Mariana, eran los años sesentas y nuestro maestro de cuarto de primaria, al que le decíamos Juanito Banana, nos recomendaba “guardar control”. Ramiro, quien siempre fue muy precoz (y al que muchos años después, María confirmaría que lo seguía siendo), sacaba el diccionario y buscaba las dos palabras. “Guardar: Tener cuidado de algo”; “Control: dominio”. Unía los dos conceptos y le decía al maestro: “Entonces ¿debemos tener cuidado del dominio?”. El maestro se rascaba la cabeza y, con una vara de membrillo, señalaba el mapa que estaba colgado en la pared y decía: “La capital de Panamá es ¡Panamá!, la capital de Costa Rica es ¡San José!”. Ramiro, desde su pupitre de la última fila, hacía una bocina con sus manos y gritaba: “Y la mujer de San José es ¡la Virgen María!”. Todos reíamos. El maestro se sentaba, como dándose por vencido.
Si continuáramos siendo esos niños, ahora Ramiro tendría otra definición, porque todo mundo relaciona la palabra “control” con el chunche que sirve para cambiar los canales de televisión, y la palabra “dominio” es un concepto relacionado con las páginas del Internet.
Tal vez lo único que no ha cambiado mucho es la palabra “guardar”. Aunque hemos traicionado el concepto: ¡ya no tenemos el mismo cuidado! Mi abuela todavía hablaba de “Días de guardar”, cuando se refería a los días de Semana Santa. Las personas guardaban el desenfreno y se dedicaban a la oración; ahora es al contrario.
Las cajitas donde la humanidad, desde siempre, ha guardado cosas siguen siendo las mismas. Los ricos guardan su dinero en cajas fuertes y los pobres lo guardan en cajas débiles. Estas últimas parecen de cartón o de papel porque tantito les llega la humedad se echan a perder.
Los ciudadanos comunes guardamos nuestros proyectos en cajas hechas con sueños; nuestros gobernantes guardan sus proyectos en cajas de Pandora.
¿Qué lección nos estaba legando el maestro cuando nos decía que guardáramos control? ¿Nos estaba diciendo que en lugar de anhelar cajas grandes debíamos ser como los políticos que se enriquecen con las cajas chicas?
Los niños de la primera fila, los estudiosos, los macheteros, hacían caso a la indicación y se sentaban derechitos y “guardaban” silencio (Ramiro diría que si alguien guarda silencio ¡debe hacer ruido!). Guardar control, entonces, significaba ¿aceptar todas las indicaciones de los adultos sin chistar?
Hoy, vos lo sabés bien, querida mía, los niños y adolescentes no “guardan control”. El control se ha convertido en el objeto más deseado de la casa; es motivo de las disputas más enconadas. ¿Qué diría nuestro querido maestro si supiera en lo que hemos convertido el control? Tal vez tomara su varilla de membrillo (con la que somataba nuestras manos si no decíamos de corridito todos los nombres de las capitales de todos los países) y, señalando el viejo mapa, nos obligaría a repasar los nombres de los estados de la república mexicana, sólo para que cuando nombráramos a Puebla, el cabrón de Ramiro, hiciera la bocina con sus manos y dijera: “Tierra del camote, hagan favor de sentarse”, y los demás nos reiríamos, aunque hubiese algunos que no entendieran el albur, porque no todos eran tan precoces como él.
Pd. En este instante, querida mía, pienso que el maestro, tal vez, decía lo que decía para sí mismo. Para que cuando apareciera el Ramiro con una de sus clásicas, él guardara control y no se extraviara en el mundo de los gritos, de los empujones, de los cintarazos, de las jaladas de patillas, de las patadas y de las expulsiones en que caían sus compañeros maestros.