miércoles, 31 de agosto de 2011

LA JUNTA DE MEJORAS DEL BARRIO




El pueblo recuerda la fecha con precisión. Fue el 14 de septiembre. Ese día ocurrió una de las mayores desgracias que los vecinos tengan memoria.
Todo comenzó cuando en cada puerta de la casa apareció el sobre con una invitación personalizada, con la firma del Presidente del Barrio. La cita era para las seis de la tarde, en el parque del barrio de Santa Eduviges. El texto no aclaraba bien el motivo de la reunión, pero tenía carácter de urgente.
A las seis, todas las bancas del parque estaban llenas. En los andadores los niños corrían o montaban bicicletas, mientras un globero iba de un lado para otro ofreciendo globos rojos, amarillos y azules.
Al principio la gente se preguntó el motivo de la reunión, pero don Alfonso, en medio de las carcajadas que siempre suelta, dijo que dejaran de especular, ya cuando llegara don Víctor, el Presidente, conocerían la razón. Por ello, como siempre sucede, la plática tomó caminos diferentes, se habló de los sucesos recientes: del fallecimiento inesperado de doña Carmelita, la panadera; de lo que le pasó a las hermanas García cuando fueron a cobrar su “Amanecer”; del embarazo inesperado de la Lupita, la nieta de doña Alcancía (sus papás la bautizaron con este nombre porque creyeron que con eso apostaban al futuro). Hablaron también de lo acontecido en Monterrey y en los demás lugares del país. Don Eustaquio puso el punto final cuando, a los diez minutos para las siete, puso sus manos como bocina y preguntó que dónde estaba el Presidente. Dos o tres comentarios irónicos sirvieron como válvula de escape al enojo de don Eustaquio, quien exigió que alguien le hablara. Armando, el estudiante de Contaduría, dijo que había estado marcándole a su celular pero no respondía. Don Eustaquio exigió que alguien fuera a verlo. Total, el Presidente del Barrio vive a dos cuadras del parque. Doña Azucena se ofreció a ir. Mientras la doña cumplía con el cometido, la plática retornó al ambiente armonioso que tenía diez minutos antes. Algunos niños jugaron “encantados” en el kiosco y otros jugaron “escondidas” en los árboles o en las esculturas.
El corrillo de los adultos guardó silencio cuando vieron aparecer en un extremo del parque a doña Azucena, del brazo del Presidente. Don Eustaquio, casi a gritos, dijo: “¿Qué pasó con esa puntualidad, mi Presidente?”. El Presidente se separó de la mujer y avanzó con paso firme hacia donde estaba la multitud. Todos guardaron silencio. El Presidente dijo: “Ya me explicó doña Azucena, pero yo también le expliqué, así como ahora lo hago con ustedes, que no convoqué a ninguna reunión. Yo estaba tranquilo en mi casa, porque mi hijo Ramirito vino a verme, desde Tuxtla”. Don Eustaquio sacó la invitación y se la puso en la cara al Presidente. “¡No -dijo- ustedes conocen que esta no es mi firma!”. Lo acababa de decir cuando doña Irma llegó corriendo a avisar que le habían robado su carro, ¡lo habían sacado de su casa, de su propia casa! Todo mundo se vio. Como si hubiese sido una señal de alarma todo mundo intuyó lo que había sucedido. Salieron corriendo con rumbo a sus casas, sólo para hallar que ellas estaban saqueadas.
Dos horas después la gente estaba de nuevo en la calle comentando el monto de lo robado. Los maleantes se llevaron autos, dinero en efectivo, joyas, modulares, televisiones y muchos objetos valiosos más.
Ya luego comentaron que alguien vio que los maleantes hicieron uso de un tráiler. Lo vio ir con rumbo a Tierra Caliente. Tres camionetas seguían al tráiler. Dicen que fueron más de veinte los integrantes de la banda. Doña Alcancía lloró durante varios días la pérdida de su caja fuerte.

lunes, 29 de agosto de 2011

EL DIVO DE CARTAGENA




Enrique me envió un mensaje: “Estoy en Gandhi. ¿Qué libro querés?”. Le respondí de inmediato. Enrique, desde siempre, me ha obsequiado libros. En los ochentas, cuando él trabajaba en la ciudad de México y yo radicaba en Comitán, me enviaba libros por correo. Su biblioteca actual tiene miles de libros.
Le pedí la novela “El ruido de las cosas al caer”. Es un título bello. Pienso que el ruido de un vaso que se quiebra no es grato, pero una vez leí un cuento de nubes que caían y el ruido era sigiloso, casi celestial.
“El ruido de las cosas al caer” es una novela de Juan Gabriel Vásquez que obtuvo el Premio Alfaguara de novela 2011. Está recién echado al mar.
Un día después, Enrique me dijo que ya tenía el libro en su oficina. Quedé de pasar en la tarde.
En los setentas, cuando ambos estudiábamos en la ciudad de México, teníamos la costumbre de asistir a la Feria del Libro. Del presupuesto que destinábamos para el trago, siempre hacíamos un guardadito para la Feria. Los demás integrantes del grupo de amigos no tenían la costumbre de comprar libros porque carecían del gusto por la lectura. Por esto, siempre que la botella terminaba nos pedían les prestáramos del guardadito, pero nosotros nos negábamos (nuestro amor por la literatura nunca cedió terreno al vicio de la botella, tal vez por eso, ahora seguimos siendo grandes lectores y la botella, en mi caso, está desterrada, y en el caso de Enrique es una amiga ocasional y de ratos más bien breves).
Enrique me dejó el libro con Blanquita. Pasé a su oficina y lo recibí. Con la punta de una pluma rasgué el plástico y lo abrí, sólo por el gusto de pasar mi mano por la textura que irradian las hojas de los libros nuevos.
Me coloqué el libro en el sobaco y entré a la Farmacia del Ahorro que está frente al parque central de Comitán. Una señorita, de sonrisa de tiuca y de tez morena, chaparrita, atendía a un joven que pidió una crema de esas que tanto publicitan en la televisión para terminar con el acné. La señorita le dijo que estaban en promoción hasta tal día de septiembre. Ella me vio y dijo que ya pronto me atendería., le dije, no hay problema. En cuanto el joven aceptó la oferta de dos cajas por el precio de uno, la señorita me atendió. Pedí una caja de curitas, con veinte piezas. Ella entró a la bodega y regresó con la caja. Antes de verificar el precio me dijo: “Disculpe que sea indiscreta, pero ¿cuánto le costó su libro?”. “Doscientos cincuenta pesos”, dije (el precio rondaba por esa cantidad según vi en la etiqueta amarilla de Gandhi que venía pegada al papel translúcido de protección). “Juan Gabriel es mi autor favorito”, dijo ella y puso la caja sobre el lector óptico. Sonreí. Igual que ahora mis lectores pensé que se había equivocado y que había confundido al Divo de Juárez como autor de libros. “¿Perdón?”, dije. “Sí -respondió- Juan Gabriel García Márquez es mi autor favorito”. Me maravilló hallar a una lectora del Gabo en esa farmacia.
¿México es un país que no lee? ¡Falso! Hay muchas personas que leen. La dependiente morena de la Farmacia del Ahorro ¡lee! Claro, agregó un nombre, pero eso es lo de menos. Me maravilló pensar que ella se maravilló con “Cien Años de Soledad” o con “El amor en los tiempos del cólera”.
“No -le dije- está equivocada” y le mostré la portada del libro y le leí en voz alta el nombre del autor. Le dije que este Juan Gabriel también es colombiano como su autor favorito. Ella sonrió. Me dio el precio del producto y lo llevó a la caja. Le agradecí. Casi casi estuve a punto de decirle que para la próxima vez que Enrique vaya a Puebla o a la ciudad de México (lo hace seguido) le pediré que me obsequie un libro del Gabo para llevárselo a esta muchacha, pero me contuve. A veces la gente confunde mi emoción con un deseo torcido. Capaz que me quedaba viendo y me mandaba a Ciudad Juárez con todo y libro, o un poco más allá. Y cómo ir a un lugar tan lejos sin que se escuche un ruido estrepitoso cuando cae una buena intención. ¿Qué ruido hace un libro cuando cae de las manos y llega al corazón?

sábado, 27 de agosto de 2011

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO HAN NACIDO EN MI RANCHO DOS ARBOLITOS


Con un abrazo respetuoso a la familia De la Vega Kánter
por la ausencia física de doña Elenita.




Querida Mariana: en nuestro pueblo, como en cualquier lugar del mundo, existen sitios públicos que son sagrados. Los comitecos se han apropiado de esos espacios y los han convertido en sitios que están más acá de su corazón. Los urbanistas explican que las personas estamos hechas, en buena medida, del entorno. Quien vive en un callejón adquiere una personalidad diferente a la del que vive frente a un parque. No es lo mismo abrir la ventana y encontrar una pared, que abrir un balcón y toparse con los árboles, la gente, las bancas y los sonidos de viento del parque de San Sebastián.
¿Quién sabe cómo y en qué día la Plaza Picadilly Circus, en Londres, se convirtió en un lugar de reunión de jóvenes? ¡Quién sabe! De igual manera nadie puede decir cómo el espacio que rodea a la fuente, en el parque central de Comitán, se ha convertido en un espacio de convivencia de jóvenes. Los muchachos preparatorianos, a la hora de la salida de clases, se congregan ahí. ¡Es un estallido de luz verlos congregados! Sus risas y sus chanzas contagian el parque, tanto que el agua de la fuente salta con más emoción cuando los jóvenes ocupan el espacio. ¿Tiene algún nombre ese espacio? No lo creo, los comitecos, a pesar de todo, siguen citándose “en la fuente”. Aunque no faltan las parejas que prefieren citarse en la banca junto a “Las Dos Lolas” del parque central. ¿Mirás qué prodigio? Esto también es un buen ejemplo de cómo la gente se apropia de los elementos arquitectónicos y artísticos expuestos en las calles y en las plazas. La obra escultórica de Luis Aguilar se llama “Día Marcado” o “Día de Mercado”, pero, de inmediato, los comitecos la bautizaron como “Las dos Lolas” porque alguien dijo que las mujeres de la escultura tenían cierto parecido con doña Lola Albores (cronista de Comitán) y Lolita Guillén (funcionaria de varias administraciones municipales). Cuando esto sucedió, más de dos pararon las narices en señal de enojo y advirtieron que nuestro pueblo era un pueblo inculto. ¡Jamás! ¿A poco es signo de incultura que los pobladores hagan suya una obra de arte? No estábamos acostumbrados a ver arte en las calles. Habrá que reconocer que nos llevan algunos siglos de adelanto los pobladores de Florencia, Italia.
Ahora, querida mía, “han nacido en mi rancho dos arbolitos”. Contra esquina del Teatro de la Ciudad, el pasado 7 de agosto se develó un busto dedicado a Rosario Castellanos. La escultura es obra del mismo Luis Aguilar.
Escuché por la radio y en conversaciones particulares cierto encono porque la autoridad municipal mandó a talar uno o dos árboles que estaban sembrados, desde quién sabe hace cuántos años, en el lugar donde hoy se erige el árbol de luz que es la sombra de Rosario. ¡Ay, Mariana de mi corazón, si estas voces supieran que en los años setenta muchos más árboles desaparecieron cuando fue derruida toda una manzana! En donde hoy está la fuente de reunión, en donde hoy los jóvenes aprenden a leer el mundo de Comitán, ahí, niña mía, ahí hubo casas, patios, comercios y, sobre todo, un portal que enmarcaba el parque de esos tiempos. Y un día, así, de la noche a la mañana, decenas de hombres se apostaron frente a esas casas y comenzaron a derruirlas. ¡No sabés lo que significó para los jóvenes de mi generación ese derrumbe! Nuestra personalidad estaba formada con los ladrillos y los ventanales de esas casas. Los de ese tiempo recuerdan cafeterías con nombres propios de esos años psicodélicos: “La Pantera Rosa” y el “Intermezzo”. Sin darnos más razón que la sinrazón nos dejaron huérfanos de una buena parte del corazón de nuestro pueblo.
Mas un día, lo que fue simple cascajo se convirtió en lo que hoy es la ampliación de la plaza. Hoy, los jóvenes de ese entonces nos paramos en la parte alta del parque, frente al templo de Santo Domingo y pensamos que esa manzana (conocida como Manzana de la Discordia), tal vez, tal vez, era como un muro que nos impedía ver la magnificencia de la fachada de Santo Domingo; nos sentamos en las gradas y pensamos que esa manzana, tal vez, era como un agujero negro que absorbía la energía que hoy, en espectáculo lleno de vida, observamos cuando en derredor de la fuente se reúnen las tiucas y cenzontles comitecos que sueñan con volar otros cielos algún día, cuando terminen su bachillerato.
Cuesta trabajo pensar que la propiedad privada se convierta en espacio público, pero cuando, al paso del tiempo, uno mira cómo ese territorio común es como la sonrisa más bella del pueblo, uno piensa que, tal vez, valió la pena el trueque. Durante mucho tiempo estuve dolido por el despojo de ese espacio tan nuestro, pero hoy ya perdoné a las autoridades municipal y estatal que “orquestaron” tal modificación. Los jóvenes de hoy no lo saben, pero esas autoridades les legaron este espacio que hoy es parte de su cotidiano ritual.
Ahora, algunos comitecos siguen dolidos por la ausencia de los dos o tres arbolitos que cedieron su espacio vital para erigir el monumento dedicado a Rosario. Nosotros, los de aquel tiempo, perdimos más, ¡mucho más! ¿Valió la pena tirar la manzana para ampliar el parque, para darnos ese remate visual de la imagen completa del templo? ¿Valió la pena cambiar cuartos, bodegas y sitios de las casas para diseñar una explanada con la fuente donde los jóvenes de hoy beben los cielos de nuestro amado Comitán?
Hoy, Mariana de mis aires, algunos comitecos piensan que perdimos dos árboles en el parque. Yo, dentro de mi bobera (como dice el Maestro Jorge), pienso que sólo hicimos esa magistral jugada del ajedrez que se llama enroque. En esa esquina ahora crecen orondos dos árboles: ¡Rosario y La Palabra!
Algún día los jóvenes de hoy harán el recuento de estos tiempos y dirán si el trueque valió la pena. Si el busto de Rosario sirve de guía para decir que este pueblo es savia de talentos y si sus versos son como el arco iris para encontrar la luz ¡habrá valido la pena!
Pd. Siempre he pensado que si nuestros vecinos de San Cristóbal de Las Casas hubiesen tenido el privilegio de haber acunado los años infantiles y adolescentes de Rosario ya la habrían convertido en su principal divisa de turismo cultural. Los comitecos la hemos ignorado. Medio mundo habla de ella, pero basta acercarse con el bolero que trabaja al lado del busto para saber que él ignora quién fue Rosario. Un día antes de la develación le entregué una invitación y le dije que él, por ser vecino más próximo, era ¡invitado de honor!, pero él me dijo que no sabía quién era su nueva vecina. Por el contrario, me confesó que conocía el nombre de una comiteca famosa: Josefina García. ¿Mirás, en el pueblo tiene más peso el personaje inexistente que el real?
En Japón medio mundo ignora quién es Josefina García o Belisario Domínguez, pero muchos saben quién es Rosario; muchos conocen Comitán porque han leído “Balún-Canán”. No nos hemos dado cuenta pero Rosario hizo mucho y sigue haciendo mucho por este pueblo llamado Comitán. ¿Valió la pena botar dos árboles por sembrarle alas de luz al parque? ¡Saber! ¡Yo qué voy a saber!

viernes, 26 de agosto de 2011

DEBAJO DEL PUENTE




Los jóvenes de hoy ¿escriben Diarios personales? ¿Los escriben como antaño, cuando una muchacha de quince años guardaba su bitácora personal bajo llave en su escritorio, o el muchacho la guardaba debajo del colchón?
Hoy, como nunca antes, se escribe mucho. Veo a los jóvenes, a los adultos (Dios mío), escribiendo mensajes todo el tiempo. Existe una necesidad de contarlo todo. Los jóvenes no hacen caso a los mayores porque están pendientes de su blackberry; los adultos tampoco hacen caso a los jóvenes. ¿Quién hace caso al otro? Todo mundo parece empecinado en enviar mensajes, en decir: ¡Acá estoy, mírame!, pero sin ver a los otros y, lo que es peor, ¡sin verse a sí mismo!
¿Alguien escribe para sí? Los Diarios tenían el don de ser “mensajes espejos”. El escriba de un Diario se confesaba. Los jóvenes de todos los tiempos nunca han encontrado un interlocutor ideal. Por esto, el diario funcionaba como la toalla donde los jóvenes limpiaban su conciencia y secaban sus alas tristes.
Hoy, todo mundo escribe en cualquier lugar y a cualquier hora. Mientras la muchacha está bailando en el antro ¡escribe!, mientras hace pis ¡escribe! (tal vez alguien ya tuvo la experiencia de que mientras le hace el amor a su pareja, ésta responde un mensaje en su celular. Las prostitutas de mi juventud se recostaban boca arriba en la cama y abrían las piernas; mientras los adolescentes se aplicaban en cumplir, ellas masticaban chicle y leían una revista, que bien podía ser Lágrimas y Risas, una creación de Yolanda Vargas Dulché; revista que vendía millones de ejemplares cada semana).
Disculpen ustedes, pero algo de esas prostitutas de los sesentas llevamos en nuestra piel del siglo XXI: mientras la vida pasa con su flor de viento, nosotros estamos respondiendo mensajes a través de una pantalla. ¡Nos hemos prostituido!
Por esto pregunto: ¿quién escribe Diarios? Ahora escribimos a diario, pero nadie conserva lo escrito, todo se va a ese inmenso basurero cibernético llamado Internet.
Nos hace falta el ritual. Los escribas de Diarios escribían debajo de la sombra de los árboles o encerrados en su cuarto, alejados de ventanas indiscretas. Los Diarios eran sólo para sus propietarios, eran las películas más íntimas y estaban proscritas para los demás, sobre todo, para los padres. No era bueno que ellos se enteraran de los ríos de nuestros espíritus porque los de ellos iban, indefectiblemente, a dar a otros mares.
Me gustan las muchachas que visten con decoro, con sutileza, con sugerencia; me desagradan aquellas muchachas que visten como si estuviesen en una playa o adentro de su recámara.
Era bueno el tiempo cuando los hombres y mujeres contaban sus intimidades sólo a sus cercanos. Hoy está de moda el “Sexthing” y medio mundo mira a medio mundo en actitudes que, antes, estaban reservados a los íntimos, a los amados.
Me desagrada, disculpen ustedes, la gente que va en auto y responde mensajes mientras maneja; me desagrada el que no hace caso a la plática del acompañante porque revisa su “facebook”.
Hemos perdido el encanto del ritual; extraviamos la magia del encuentro con el otro. La reunión en torno a la fogata se ha consumido y hoy todo mundo se reúne ante la pantalla, pero sin el sentido maravilloso de lo gregario. ¡Estamos más solos que nunca! ¡Ya no platicamos con los prójimos ni escribimos Diarios para encontrarnos!

miércoles, 24 de agosto de 2011

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO HAY OTRAS RUTAS




Querida Mariana, a veces pareciera que, como decían los muralistas mexicanos: ¡no hay más ruta que la suya! Pero no es así, ayer encontré una ruta diferente (y eso que no soy chofer de microbús).
Salí de casa porque debía hacer un pago en el banco que está a media cuadra del parque central. Al llegar a la esquina, un agente de vialidad me dijo que no podía pasar. Me sorprendió porque no iba en auto. “De todos modos no puede pasar, porque hay una marcha”, dijo. Vi la calle por encima de su hombro y observé un hato de ovejas que llenaba la calle, de banqueta a banqueta. ¡Eran más de cien ovejas! (de inmediato pensé una bobera: “estas ovejas hacen un plantón porque los del banco les quitaron su lana”).
Un señor, con sombrero, sentado en la banqueta, se limpiaba el sudor y exclamaba que eso ¡era el colmo! Me acerqué, me vio, con cara de perro ovejero. Me senté a su lado. “Sí -dije- esto era lo único que nos faltaba”, lo dije para ver si tragaba el anzuelo. ¡Lo tragó! Me preguntó que si había yo visto algo similar en alguna parte. No, dije. ¡No!, es la primera vez que veo tanta oveja en una calle de la ciudad, interrumpiendo el tránsito. Y ¡el colmo!, dijo el hombre, es que la policía los solapa. ¿Por qué no les lanzan gases lacrimógenos o chorros de agua? No lo hacen porque luego asoman los defensores de los animales. ¿Y a nosotros, quién nos defiende?, dijo el hombre y volvió a limpiarse el sudor con un paliacate sucio.
Los policías llegaron y colocaron barricadas para impedir el paso de las personas. Nosotros, quedamos en la zona de exclusión, al lado de las ovejas. Una señorita, con visera tejida con palma, se acercó a nosotros y nos dijo si queríamos firmar el manifiesto a favor de las ovejas. El hombre, carraspeó y, de mal modo, le dijo que sólo eso faltaba. La muchacha se sonrojó y corrió hacia el otro extremo de la calle. Lo lamenté. Estuve cerca de conocer el motivo de la manifestación. Me despedí del hombre. Estaba visto que si seguía a su lado me metería en problemas. Caminé por en medio de las ovejas, pisé la caca que manchaba toda la calle. Vi a la muchacha platicando con un señor de barba hasta la mitad del pecho. La muchacha me señalaba y el hombre se dirigía hacia mí. Caminé en sentido contrario, pasé al lado del hombre del paliacate y le pedí al policía me dejara salir. El hombre de la barba corría. Hice a un lado el policía y derribé la barrera de protección. Las personas que estaban del otro lado vieron el camino abierto y se metieron a la fuerza, impidieron que el hombre me alcanzara. A mitad del parque volví la mirada y vi al hombre con los brazos elevados tratando de avanzar, pero la fuerza del río de personas lo llevaba en sentido contrario, hacia donde estaban todas las ovejas. Las personas se confundieron con las decenas de animales. La turba enardecida quebró el cristal de la puerta de la sucursal bancaria y todos entraron en tropel. Los empleados bancarios de piso se escondieron detrás de los escritorios y quienes estaban en las cajas, detrás de los cristales, renunciaron a sus puestos, activaron la contraseña de la puerta de seguridad y en cuanto se abrió corrieron a esconderse en las bóvedas. El banco se llenó de personas y de ovejas.
Subí a un colectivo y fui a la sucursal del bulevar, pero cuando llegué ya estaba cerrada. No pude hacer el pago. Me castigarán y mi tarjeta de crédito será suspendida por un mes. Todo por unas ovejas que nunca supe por qué se manifestaban frente al banco.
Pd. Al otro día compré el periódico local. En la página siete había una nota perdida acerca del destrozo que un grupo de manifestantes había hecho en el banco. La nota decía que el grupo de inconformes exigió la devolución de su dinero porque corrió el rumor de que los bancos congelarían los dineros de las cuentas de ahorro, como medida de defensa por la recesión. De las ovejas ¡nada!

domingo, 21 de agosto de 2011

ARENILLA PARA MARÍA DE JESÚS CASTILLEJOS AVENDAÑO (JESU)


Con un abrazo respetuoso a la familia Trujillo Cordero
por la ausencia física de doña Lucita Cordero de Trujillo.




La leyenda cuenta que Jesu, siendo niña, miraba la luna por la ventana de su cuarto. Colocaba sus brazos en el marco, se recargaba y veía cómo la luna era una piedra bola blanda extraviada en la inmensidad del cielo. Mas una noche descubrió que si se sentaba sobre el borde de su cama podía ver la luna enmarcada. El marco de la ventana disminuía el tamaño del cielo y hacía el prodigio de poner a la luna en primer plano. Jesu conoció el prodigio de enmarcar los objetos para restar importancia al entorno apabullante.
En la mañana siguiente, Jesu, con ayuda de un amiguito del barrio, un mazo y una barreta, quitó el marco de la ventana y salió a la calle y enmarcó los objetos, los paisajes y las personas. Su mundo se transformó. Su ilusión fue tal que quiso compartir su descubrimiento, regresó a la casa y retiró todos los marcos de las ventanas de su casa y de las casas de los vecinos y los regaló a sus amiguitos.
Hoy, Jesu ya encontró una forma más práctica y menos perjudicial de dañar el patrimonio. Sale a la calle con una cámara fotográfica y con ella enmarca el mundo. ¡Su descubrimiento la sigue emocionando!

1.- ¿Cuál sería la fruta de tu Paraíso?
En mi paraíso no existirían frutas, si una fruta provocó el destierro de ese lugar. Mejor vivir en mi paraíso donde existen sueños, ilusiones y palabras mágicas que llenan el alma y el cuerpo.

2.- Si encontrás un ángel en una esquina, ¿cómo identificás su oficio?
Si lo encuentro en una esquina, seguramente ese ángel es Ángel Penagos, fotógrafo comiteco. Lo identifico porque siempre a donde quiera que va trae una cámara capturando a un f64 el mundo a su alrededor.

3.- Si tuvieses que dominar a tu amado, ¿cuál sería el "instrumento de dominio" que emplearías?
Primero me gustaría conocer a mi amado y si tuviera que elegir un “instrumento de dominio” sería la mente, creo que no existe en el universo arma más poderosa que el poder del pensamiento bien enfocado.

4.- ¿Qué palabras grabarías sobre el ala de un pájaro que está a punto de emigrar hacia el Sur?
Amor, para el necesitado.
Ilusión, para el alma cansada.
Esperanza, para el afligido.
Paz, para las guerras.


5.- ¿Qué hacen las viudas de la nostalgia?
Ya no lloran, ahora viven. Sonríen, cantan, suspiran… Aprendieron a vivir el ahora, el instante que transcurre en un segundo, capturan cada momento en su memoria; viven hoy con felicidad para no recordar el ayer con esa nostalgia.

6.- ¿Cómo las ostras se quitan el aburrimiento?
Pensando en humanos, que se aburren como ostras.

7.- ¿Qué harías al saber que la semana tiene diez y no siete días?
Tener una vida de 10, vivir al 100 y disfrutar al 1000. Más tiempo para disfrutar con lo que más me gusta: la familia, mis amigos y la fotografía.

8.- Cuando “tomás” una decisión, ¿te gusta tomarla sola o a las rocas?
Acompañada, sentada sobre las rocas, nada como el sonido del agua en las rocas, corriendo a través de pequeños orificios o sobre ella, sonido mágico que transporta a cualquiera al paraíso sin frutas.

9.- En Comitán acostumbramos comer guisos con "recados", ¿qué mensajes llevan esos recados?
Mensajes de amor de la abuelita que cocinaba con tanto esmero y dedicación para los 4 hijos y la primera nieta de la familia. Recados que llenan la panza hambrienta; recados para el alma alborotada por el día a día, que son una máquina del tiempo que transportan a cualquiera a los mejores años de su infancia cuando todo se solucionaba con un caldito de pollo caliente; recados con acento comiteco que hacen recordar nuestras raíces.

10.- Si tuvieses la posibilidad de crear una religión, ¿qué nombre le pondrías y cuáles serían sus tres primeros mandamientos?
No la crearía porque la religión divide, encarcela, crea conflictos entre las personas y construye muros entre el hombre y Dios; quitaría todas las religiones.


(María de Jesús Castillejos Avendaño (Jesu) nació el 24 de Diciembre de 1983, en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.
Licenciada en Ciencias de la Comunicación y Diplomado en Fotografía Digital. Le gusta la música, ir al cine, leer un buen libro y, sobre todas las cosas, ver el mundo a través del lente de la cámara).

viernes, 19 de agosto de 2011

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO NO HAY LÍNEAS DERECHAS




Querida Mariana, ayer conocí la historia de una mujer que le falta una “a”. Pero no sólo es ella, todos los seres humanos estamos incompletos. No es gratuita esa forma de hacer porras en la política donde alguien grita: “¡Denme una B!”. Tal vez sea la necesidad de rellenar los huecos.
Nuestros espíritus tienen vacíos y es difícil hallar con qué llenarlos. La mujer se llama Marina y le dicen “Marina, la loca”. ¿Tiene un comportamiento raro? Ella vive en una comunidad rural, de caminos polvorientos, casas de adobe y patios con flores y perros somnolientos. Todos los días, como a las doce de la mañana, sus dos hijos pequeños cargan platos, vasos, chamarras y un poco de leña, mientras ella carga dos o tres láminas de zinc. Salen de su casa y se dirigen a la milpa. Cuando llegan a la milpa, ella (sobre los troncos que sembró quién sabe hace cuánto tiempo) levanta su “casa”. Una improvisada construcción donde pasa el resto del tiempo. El ritual se repite día tras día, los vecinos la ven cargar sus láminas con rumbo a la casa o con rumbo a la milpa. “¡Ahí va Marina, la loca!”, gritan los niños, mientras con sus tiradoras buscan pájaros para tirarles piedras. Marina, como niño travieso, también avienta piedras, las avienta contra las personas que se atreven a caminar por sus territorios. Tal vez es su manera de alejar a los delincuentes que quieren quitarle “su casa”. Todo mundo defiende su patrimonio.
Un afecto de ese pueblo me preguntó si quería conocer a Marina. ¡No!, le dije. Tuve cierto temor a ser lapidado por ella, pero lo que me contuvo, en verdad, fue la idea de no interrumpir su búsqueda. Digo búsqueda, niña bonita, porque todo mundo es como Marina.
No es visible, pero todos cargamos esas láminas de zinc. Vamos de un lado a otro tratando de hallar algo sin saber bien a bien qué buscamos.
Le dicen “la loca”, porque ella se atreve a mostrar lo que otros escondemos. ¿Alguno de los “normales” reconoce que carga piedras para construir cimientos de una posible construcción? ¡Nadie! Todo mundo se piensa armonioso y se atreve a lanzar la primera piedra.
Por esto, muchas veces no me acerco a mis afectos, ni permito que ellos se me acerquen. Trato de respetar los caminos que buscan y exijo lo mismo para mí. ¿Quién te puede decir por dónde está la senda para hallar lo que nos corresponde? ¿Algún mortal posee ese don? Creo que no. Sólo Dios tiene la virtud de indicar el camino correcto. Por esto los seres humanos andamos con los ojos vendados, tentaleando, un poco como lo hace Marina todas los días.
Igual que la Marina, yo también cargo mis láminas todas las mañanas. A diferencia de ella, yo no tengo mi pedazo de milpa, no sé en dónde realizar mi construcción temporal. Por esto reconozco que estoy más perdido que ella.
Pd. Vos sos joven, aún no tenés conciencia de esto. Por el momento caminás sin buscar motivos a esta caminata, pero cuando los seres humanos llegan a cierta edad y hacen una pausa se preguntan cuál es el motivo del viaje y entonces cargan sus láminas y van de un lado a otro para ver si, por casualidad, en el trayecto encuentran una razón válida para tal comportamiento.
Algunos recomiendan vivir al aire libre, sin más techo que las nubes y el azul del cielo. Pero quienes viven así también son tachados de locos. En fin, esta vaina de la vida es complicada. A Marina le falta la “a” que vos tenés. ¿Y si no le falta a ella? ¿Y si a vos te sobra? ¡Dios mío! “¡Quítenme una E!”.

martes, 16 de agosto de 2011

DE FICCIÓN




Sucedió. Chabelo, comediante mexicano, iba en su carro por una calle de la ciudad de México. En una esquina, con el semáforo en rojo, un chavo le puso la pistola frente a la cara y le exigió la cartera. Chabelo vio al delincuente. Éste retrocedió. ¡Había reconocido a Chabelo! Titubeó, corrió, se perdió en un callejón.
Sucedió. Con diferentes personajes, la escena se repitió en una calle de una ciudad de Brasil. Una escena similar le ocurrió a Pelé, famoso futbolista.
Al contrario de personalidades como la de David Chapman (asesino de John Lennon) que pretenden volverse famosos al atacar a famosos, los delincuentes que quisieron asaltar a Chabelo y a Pelé se retiraron al reconocerlos. Tal vez pensaron: “¿Cómo voy a asaltar a quien me hizo feliz de niño?”. El primero de los delincuentes le “catafixió” a Chabelo un instante, y el segundo le hizo un drible a Pelé.
Sucedió. El policía, con pasamontañas, le apuntó con el arma a la cabeza de Efraín Bartolomé. Según la crónica del propio Efraín, el diálogo, en medio del horror y de la niebla, fue éste:
“-¿Cómo se llama?
-Efraín Bartolomé.
-¿Cuántos años tiene?
-60.
-¿A qué se dedica?
-Ya se lo dije, señor, soy psicólogo y escribo libros.”
Cualquier romántico hubiese pensado que, en este momento, el policía, al igual que los dos delincuentes comunes, bajaría su arma, se quitaría el pasamontañas y preguntaría: ¿Usted es el poeta, Efraín Bartolomé? Y el hombre explicaría a sus compañeros. Todo mundo bajaría las armas, se disculparía y saldría a la calle porque ahí, en esa casa de luz, no tendrían qué hacer.
A veces duele no llamarse Chabelo o Pelé. Duele vivir en un país donde la gente, todo el día, permanece bajo la influencia de Televisa. Duele vivir en un país donde los libros están lejos de las manos de sus jóvenes. Duele vivir en un país donde los delincuentes no retroceden ante la presencia de un escritor que tanta luz ha dado a este país. Duele, de veras duele, llamarse Don Nadie por no aparecer en la televisión. Duele querer llamarse Jordi Rosado o La Tetanic.
Los asaltantes que amagaron a Chabelo y a Pelé reconocieron al artista y al futbolista como si fuesen parte de ellos, como si la idea de pueblo los hermanara, prevaleció el sentimiento de tribu. Por el contrario, en México, los escritores no están vistos como parte de la misma sociedad atribulada. ¿Cómo decir que los escritores están más del lado del pueblo, mucho más que los propios actores y deportistas? Pero, ¡no!, es imposible incubar esta idea, porque el gobierno ha hecho hasta lo imposible para que la lectura y sus escritores estén lejos de las manos y del corazón del pueblo. Los autócratas saben que la lectura contraviene sus fines esclavistas. Las sociedades deben estar adocenadas. Por esto el gobierno y las empresas televisoras caminan tan de la mano, para que el pueblo se nutra sólo de Chabelo y de fútbol.
Y ahora resulta que debemos agradecer que aún no llegamos a extremos. En sociedades totalitarias, al saber que alguien es escritor, las autoridades lo exterminan. ¡Dios mío!
Sucedió. Efraín y Pillita, gracias a Dios, ¡están vivos!

domingo, 14 de agosto de 2011

ARENILLA PARA SOLMARENA TORRES




Conocí a Solmarena porque conocí a su hermana. Su hermana estudiaba en Puebla y yo radicaba allá. La conocí porque su hermana me dijo que Sol era una niña empecinada en ser escritora, en ser artista. La conocí porque su nombre era la síntesis de la vida. Su papá estuvo dispuesto a marcarla para siempre cuando la bautizó.
¿Qué puede hacer una niña bonita que en su nombre y en su destino lleva el Sol, el mar y la arena como guías del sendero? ¿Falta el aire, falta el fuego? ¿Y si ella lo lleva en su espíritu rebelde, en sus ganas de convertir a este mundo en un gran teatro?
No conozco a Solmarena porque nunca, físicamente, la he visto. No la conozco porque nunca he visto un performance de los que hace.
La conozco porque, un día, leí un texto suyo, en un libro que editaron en homenaje a Jaime Sabines; la conozco porque, a veces, algo de su vida se derrama en la página que tiene en el facebook. La conozco porque respondió una Arenilla, donde dibujó algunos de sus sueños y sus deseos. Comparto este cuestionario con los lectores de “El Heraldo de Chiapas”, para que también tengan, en sus manos y en su corazón, el Sol, el mar y la arena.

1.- Quien manda un abrazo cósmico, ¿cuántas galaxias abarca?
Los abrazos cósmicos los puede mandar cualquier persona que desee enviar a otras ¡buenas vibras, cariño, estima o simplemente consuelo! Con abrazos cósmicos se puede curar la tristeza de otros. Todos tenemos a alguien lejos, todos hemos extrañado alguna vez.
Los abrazos cósmicos también se dan a esas personas que ni siquiera conoces o nunca has visto, pero que sientes debes darle un abrazo donde quiera que este; también a aquéllas que desean que al mundo le llegue un poco de energía positiva.
Los abrazos cósmicos suelen abarcar todas las galaxias para las que uno tenga fuerzas.


2.- Tu nombre no requiere traducción, pero de esas tres sustancias, ¿cuál es la que constituye tu cuerpo y cuál tu espíritu?
Cuatro sustancias constituyen mi cuerpo, el espíritu es una sustancia única. Mi cuerpo lo conforman fuego, tierra, agua y aire, que circulan por el casi todo el tiempo, aunque sin duda también son más presentes la tierra y el fuego. Por eso cuando estoy estresada o triste suelo tomar baños para reconectar estas sustancias. Todas las personas deberían hacerlo ¡es muy bueno para re encontrarse!
Es bueno que las personas sean conscientes de las sustancias de su cuerpo, saber de qué maneras pueden liberarse y crecer.
Mi espíritu es una sustancia única en armonía con mi cuerpo, algunas veces no es tan notorio. Soy una chica pequeña, tengo diecinueve años, no podría esperar controlar todo el tiempo mis situaciones, mucho menos emociones. Pero creo que debemos tener presente los cuatro elementos, saber que se combinan y que son absolutamente necesarios para tener una vida tranquila.


3.- Si el mar se enreda en tu piel, ¿qué sabor tiene el costado azul de tus muslos?
Aunque el mar es salado no me gusta pensar que siempre lo es. Creo que de mora azul, cuando es invierno, cuando es primavera toma un sabor agridulce.

4.- Si tu amado coloca Torres en tu arena, ¿de qué material las hace?
De piedras volcánicas y estrellas de mar, que alguna vez alumbraron el espacio celeste.

5.- ¿En dónde caminan los juegos que construyes por las tardes?
Entre los jardines llenos de rehiletes de colores, entre los carriles de doble sentido de la Avenida Central, en la azotea del terruño, entre mesas de lecturas, entre poemas de Bukowski, entre Tzara, Kant y prosa poética.

6.- ¿Cuántas palabras caben en una caricia dada al amanecer?
Dos: paz y amor, o te amo.

7.- Si la almohada es buena consejera, ¿a qué hora da consejos si la gente, por lo regular, duerme sobre ella todo el tiempo?
Al momento de dormir no tienen cerrados sus oídos, como cuando tienen los ojos abiertos. Para las almohadas es mucho más sencillo aconsejar a la personas porque están relajadas pero alertas.

8.- ¿Qué necesita una piedra para relajarse y tomar la calma del agua estancada?
¡Ser piedra! No pensar en que tiene que relajarse, simplemente aceptar su condición de piedra y dejar que todo fluya sobre ella de manera suave, ligera.

9.- ¿Qué colocarías en el diseño de tu árbol gene-ilógico?
Un caballito de mar.

10.- ¿Cuál es el mejor perfil de tu perfil?
Sonreír.


(Solmarena Torres, nació en 1992, en algún lugar de la Selva Baja. Le gusta escribir poesía y hacer performances. Anhela salvar al mundo a través de la individualidad).

FORO: EL PAPEL DE LA RADIO COMO MEDIO DE COMUNICACIÓN Y SU INFLUENCIA EN LA SOCIEDAD.


Radio "Brisas de Montebello" cumplió 8 años de transmisiones, el pasado sábado 13 de agosto. Juan Manuel González Tovar me invitó a participar en un Foro, donde se me asignaron 8 minutos para intervenir. Para tal propósito escribí el textillo que comparto a continuación:

¿Cuándo se inventó la radio? ¿En qué momento la conversación de la sala o del café se volvió un espacio público?
No sé cuándo se inventó la radio, sólo sé que en algún momento alguien descubrió esta maravilla. ¿Cuál es la maravilla? Que una voz se escuche en mil oídos, por encima de las montañas o a través de los mares.
Antes del invento de este chunche, medio mundo se comunicaba de manera muy elemental y primitiva. Don Nepomuceno salía, de madrugada, trepaba al monte y enviaba señales de humo. Prodigio era “escribir” ese código, prodigio era “descifrar” el mensaje.
Pero si hablo de señales de humo hablo de ¡nubes! Y hablar de la radio significa hablar de nubes, porque la radio es lluvia. Lluvia de sonidos. Y ahora, gracias a ese compa que inventó la radio, ¡llueve en todas partes! Llueve tanto que, incluso, a través del Internet, escuchamos voces desde el Japón, desde la Rusia, desde Alemania, ¡Dios mío!, hasta de por acá cerca con ese invento de Barba Roja que se llama radio pirata.
Hagamos un sencillo juego de imaginación: cerremos los ojos, un segundo, y pensemos que la radio ¡no existe!
Nos levantamos, ponemos el vaso de peltre con agua en la hornilla de la estufa, prendemos el calentador para el baño y luego vamos a la sala a encender ese aparato que, nos dijeron nuestros mayores, se llama radio. Le damos vuelta a la perilla y escuchamos, como siempre ¡la nada! Heredamos ese armatoste con bulbos pero no sabemos para qué sirve. Nos dijeron que lo teníamos que encender y ¡así lo hacemos!, pero es un objeto aburrido porque nunca hace algo. Cuando menos, la cajita de música toca una canción y hace bailar a una muñeca, pero ¿el radio? No sirve para algo.
La ventaja del silencio de este aparato es que en lugar de oír la voz de un locutor con voz de vendaval de agua entre piedras o una canción de Arjona, la peor pesadilla que nos llegó de Guatemala, podemos escuchar el murmullo de la escoba que sacude el patio o el canto del cenzontle que aroma nuestras esquinas.
Como seguimos imaginando que la radio no existe tenemos que llenar nuestros tiempos con juegos, para no aburrirnos. Así vemos que los niños, en lugar de oír a Raymundo Zopilote, con su imaginativo programa de Radiombligo, salen a la calle y juegan obliga o burro castigado o chepe loco. A los niños no les queda de otra que hacer temporadas de trompo, balero, yoyo o canicas.
¡Ah, piensan los viejos, qué pena que la radio no existe! Porque, ellos, igual que los niños salen a la calle, sacan sus sillas y esperan a que pase algún compadre o comadre para que platique con ellos. Preparan, con las manos callosas, un papel amarillo donde colocan hebras de tabaco, lo enrollan, lo prenden y echan humo, en intento de ahumar la nostalgia.
Porque hubo un tiempo, nos platican los abuelos, en que la radio ¡existió! Los hombres, antes de ir a la huerta, prendían la radio y tomaban su café oyendo a Pedro Infante o a Jorge Negrete. Se valía, ¡claro que sí!, llevar al sembradío un radio de pilas. La yunta de bueyes como que se movía más rápido cuando los toros o vacas oían aquella canción que dice: “Han nacido en mi rancho dos arbolitos. Dos arbolitos que parecen gemelos…”, y las mujeres, lavando la ropa en el río, poniéndola a secar sobre las piedras blancas y lisas, escuchaban las radionovelas, soñaban con Marcela que, en brazos de Romeo Alejandro, anhelaba un paraje donde había un río limpio, con cielos llenos de garzas y loros.
Los abuelos platican que, al regreso a casa, cuando la tarde se escondía detrás de las montañas, ellos se sentaban en el corredor de la casa y miraban cómo los pájaros llegaban en bandada a refugiarse en las copas de los árboles. Mientras los pájaros hacían un revuelo y un bullicio de los mil cantos, ellos prendían la radio, para escuchar la música de los tríos y las canciones de Lola Beltrán. Cuentan los abuelos, que el bullicio de los pájaros acababa porque también los zanates escuchaban, maravillados, aquello que dice: “que una paloma triste, muy de mañana le va a cantar, a la casita sola, con las puertitas de par en par”.
Y cuando el insomnio aparecía y sólo el Dzulum asomaba sus ojos de brasa, los hombres encendían la radio. Porque la radio, cuentan los abuelos, les servía para ahuyentar la soledad y el tedio. Cuentan que, por todos los caminos, se miraban hombres llevando radios portátiles sobre el hombre derecho, al lado del oído.
Por eso dicen que es una pena que a nadie se le haya ocurrido inventar la radio. Dicen que es una pena que ahora esos objetos con marcas tan raras como philco o telefunken sólo sirvan para acumular polvo.
Los hombres de ahora hacen todo lo que los abuelos dijeron, pero, es en el último instante que el agua se evapora. Dicen los viejos que la magia radicaba en el instante en que la mano del hombre daba vuelta a la perilla y prendía dicho objeto. ¿Lo ven? Bastaba una simple vuelta y un sonido de clic para que las palabras y sonidos de todo el mundo entraran, como huracán, a los cuartos y patios de las casas de cualquier pueblo. Cuentan que en cuanto ese clic hacía el prodigio, la gente cambiaba su rostro de piedra, movía sus pies y su corazón bombeaba más fuerte.
Bueno, basta de imaginar la inexistencia de la radio. Cerremos los ojos un segundo e imaginemos que la radio ¡existe!, y que con un simple dar vuelta a la perilla ¡realizamos uno de los prodigios más grandes que el hombre ha inventado.
No sé cómo se llama el inventor de este chunche maravilloso, pero se me ocurre que fuera bueno enviarle bendiciones hasta el lugar donde se encuentre. Tal vez, en la muerte, también hay un objeto que entretiene el tedio de la paz eterna.
¿Cuál es la influencia de la radio en la sociedad? Es la misma influencia que provoca la luz en la sombra; la misma que provoca el aire sobre el vacío; la misma que provoca la sonrisa en medio de la niebla; la misma del fuego en la hierba seca; la misma de los ojos del hombre sobre el deseo de su amada.
Los hombres todos, del mundo todo, estamos formados por la radio. Esto lo saben los perversos y por eso nos obligan a oír al tal Arjona, para que nuestro gusto musical se reduzca a su mínima expresión. Los hombres de todos los tiempos llevamos en nuestra mente y en nuestro corazón nombres que conforman la historia de la radio. Los mexicanos sabemos que la W no es una letra del abecedario sino una estación de radio; sabemos que el corazón del hombre se formó con bulbos, transistores y microchips.
Por esto es bueno que exista la radio y que, sobre todo, exista la radio pública, como ésta que hoy cumple 8 años: Brisas de Montebello.
Es bueno porque, al no tener como objetivo el lucro y el afán comercial, su programación puede presentar otras alternativas, unas, sobre todo, donde no esté presente el Arjona y los cofrades de su abismo.
Al conocer y reconocer que estamos hechos con las ondas que transmite la radio, la radio pública puede incidir para que estas generaciones se formen con acordes de jazz, de blues, de rock y de otros ritmos mundiales; puede incidir para que los jóvenes de estos tiempos también estén hechos con palabras y con reflexiones que vayan más allá de lo banal y lo intrascendente. Uno siempre desea que la radio nos traiga voces mayores. ¡Uno anhela que la radio se llene de poesía!
Que la radio pública, la de gobierno, permita abrir otras ventanas. Que la radio pública deje que la radio privada sea la simple radio rocola que promueve, una y otra vez, voces tan simples como la de Paulina Rubio o la de Ninel Conde. ¡Dios mío! Que la radio pública deje que la radio privada sea la que promueva el desenfrenado comercialismo ramplón.
La radio pública, como Brisas de Montebello, tiene la enorme responsabilidad de salvaguardar las tradiciones del pueblo y preservar los valores supremos del hombre; tiene la responsabilidad de fomentar el aprecio de las artes, de la buena música, de la poesía, de la novela, del cuento y del teatro. La radio pública debe ser la llama que incendie el espíritu del hombre.
Cerremos los ojos por un segundo e imaginemos lo que sería el mundo, o cuando menos esta parte del mundo, sin la radio. Si bien no estaríamos incompletos porque el hombre es una unidad, sí es cierto que seríamos otros, tal vez tendríamos un alma de isla y un vuelo de pájaro atolondrado.
Abramos los ojos y demandemos una radio más inteligente; una radio más propositiva y seductora, a fin de que nuestro amor nunca decaiga. Muchas gracias.

CARTA DE PROTESTA QUE REDACTÓ EL POETA ROBERTO LÓPEZ MORENO

EFRAÍN BARTOLOMÉ Y LA AFRENTA DEL BÁRBARO

Entre más alto pegan (la cultura) más bajo caen (el lodo). Y -masacres aparte- no habían caído tan bajo los representantes de la fuerza pública. Vejar a un poeta en la forma que lo hicieron expande un tono siniestro sobre la atmósfera, agobiante ya, de nuestra cotidianidad mexicana.
La humillación, el agravio, la ofensa al poeta Efraín Bartolomé y a su esposa Guadalupe (“Pilla” como la nombra el cariño de los más allegados al matrimonio) no tiene medida. Es necesario que la gente sepa que esa noche, Efraín Bartolomé había sido homenajeado en el Palacio de Bellas Artes y que unas cuantas horas después vino el bofetón, que ensombrecido por el vaho de “muera la inteligencia”, versión mexicana, iba a golpear artero.
¿Qué debemos interpretar? No se puede hacer loa en el máximo recinto de nuestra cultura a un excelente poeta como Efraín Bartolomé y tan solo en un puñado de horas después cometerle un agravio de tales dimensiones, en un viaje vertiginio trazado del cielo al cieno.
Esta afrenta se alza sobre las muletas de la incongruencia total y desde ahí escupe su veneno. Como poetas, lo único que podemos asegurar, ya que en este lamentable acto todos los que nos dedicamos al oficio de la escritura somos los agredidos, que por cada humillado, que por cada ofendido, que por cada ultimado, se levantará un verso, aparentemente nada, pero al final, constatarán los que no tienen más recursos que la fuerza ciega, que cada verso quema.
Roberto López Moreno

viernes, 12 de agosto de 2011

SOLOS E INDEFENSOS


Medio mundo sabe lo que le sucedió a nuestro poeta Efraín Bartolomé. En este país y en estos tiempos, el alambre de púas también está ya enredado en los pozos de luz.
Efraín escribió una crónica del allanamiento de su morada y de su intimidad, contó el horror de ver cómo el instante, a veces, toma el rostro de la oscuridad.
En esa crónica, Efraín preguntó: “¿De verdad estamos solos?”. Sí, poeta, dijeron todos: “¡estamos solos!”. Todo es como si la barbarie del origen estuviera instalada en nuestras calles, como si nuestros hogares los hubieran convertido en cuevas, como si el hilo de la luz nos lo anudaran como soga al cuello. Sí, dijeron todos, ¡estamos solos!, pero además, estamos indefensos.
Hubo un tiempo en que los ciudadanos tenían el consuelo de las leyes, pero ahora las leyes las encontramos pisoteadas, como esas flores que caen en los chiqueros. Hubo un tiempo en que los ciudadanos tenían el consuelo de acudir a sus autoridades para solicitar auxilio, pero ahora las autoridades, por la ambición del poder y del dinero, se han puesto a favor de los delincuentes. De pronto, ¡Dios mío!, la pregunta de Efraín nos ha mostrado la realidad: ¡Estamos solos!
Hubo un tiempo en que la vida fue sencilla; un tiempo en que nos acostumbramos a ver telenovelas y películas bobas donde había dos grupos: los buenos buenos y los malos malos. Una tarde, la realidad se impuso y supimos que la vida era como en la buena literatura, los hombres estaban hechos de ambas sustancias, pero aún estaban definidos los grupos que buscaban el orden y los que querían imponer el desorden. El oprobio que sufrió Efraín ya nos instaló, de tajo, en la brutal realidad: los encargados del orden se han puesto del lado de los que nos infligen el desorden. Los ciudadanos de a pie, los que beben las madrugadas, los que juegan con sus hijos en los parques, los que leen poesía, los que trabajan en paz para la paz ¡ya no tienen para dónde hacerse!
Sí, poeta, dijeron todos: ¡estamos solos e indefensos! Las autoridades -en forma autoritaria- le quieren arrebatar las alas a los sueños y a las palabras; quieren cancelar la luz e infectar con virus los más altos cielos.
¡Estamos solos! Nos queda apenas la mano de solidaridad, el puño que no se vence, el aliento que no se rinde. ¡Estamos solos! Nos queda apenas el orgullo de la palabra, el pañuelo que no dice adiós sino que da bienvenida a la esperanza. ¡Estamos solos! Ya, medio mundo, se dio cuenta. Pero los otros, los confabulados, los que hacen la mafia, son pocos, muy pocos. Nuestra soledad e indefensión es grande. ¡Estamos solos, como nunca lo habíamos estado! Pero son muchas las soledades, muchas las indefensiones. Por esto, ahora comenzamos a darnos la mano para acariciar nuestra soledad conjunta; para ponernos entre todos un poco de ungüento; para decirnos que estamos solos y, por lo mismo, necesitamos esos puentes que Efraín comenzó a construir con su texto.
¡Como nunca estamos solos! ¡Más de cien millones de mexicanos lo estamos! Esto será bueno recordarlo ahora que los conjurados vendrán a ofrecernos su mano en el 2012.
Indigna lo que le sucedió a Efraín, pero como todo Alma Grande, él ya convirtió en luz la mierda y nos abrió la mano con esta certeza ¡estamos solos!
Gracias, Efraín, porque en medio de tu estupor tuviste las agallas suficientes para decirnos que esos que se dicen nuestros son de otros y otros sus propósitos y otras sus miserias.
Nosotros somos la patria y sí, qué pena, nuestra patria ¡está sola! Está en manos de los otros.

jueves, 11 de agosto de 2011

EL POZO DE LA LUZ


Con un abrazo cariñoso a la familia Bermúdez Molinari, en San Cristóbal de Las Casas,
por la ausencia física de Aurorita y Lucita.




Medio mundo ha sido tocado por la luz de Luis Aguilar. Luis es el artista creador de la escultura del poeta Mayor de Chiapas que da la bienvenida a los visitantes del Centro Cultural Jaime Sabines, de Tuxtla Gutiérrez.
El pasado 7 de agosto, aniversario luctuoso de Rosario Castellanos, se develó, en el parque central de Comitán, una escultura realizada por Luis, cuyo motivo es la palabra y el cielo de Rosario.
La obra de Luis está llena de vacíos, pero no son los vacíos del saco roto, ¡son los vacíos inspiradores del origen del universo! Los vacíos de las obras de Luis no son los vacíos de los ojos de los ciegos o de los pozos sin agua; los vacíos de Luis son los vacíos de los agujeros negros, de esas ventanas primigenias que absorben la energía y la convierten en el gran misterio de la creación. ¿En dónde retoza la energía absorbida por un agujero negro? ¿Es tan intensa la soledad del color negro que le gusta jugar con el color blanco a las escondidas? ¿De qué se llenan los vacíos que toca la mano de Luis a través del agujero?
El espectador de las obras escultóricas de Luis se para enfrente y, como si fuese un alud, siente que se le viene encima una masa de bronce. No es sencillo quedar absorto e indiferente ante esa avalancha sólida e inalterable que se desgaja como se desgaja la furia de Atila o de Sansón. Pero basta un segundo para que la mirada se transforme en una línea de mercurio que se vuelve dúctil y se derrite como se derrite el Sol ante la presencia de lo Divino. ¿Qué línea logra el prodigio de convertir en gajo de manzana la alteridad de la roca?
Como en juego infantil, el espectador llena su mirada con lo que está “detrás” de esos vacíos, con lo que se llenan esos vacíos ¡jamás tan llenos como llenos los anhelos del hombre! A veces son cielos con aves, cielos con árboles, árboles con flores, flores con colibríes, colibríes con alas, alas con vientos, vientos con nubes, nubes con cielos, cielos con palabras, palabras de hielo, de brasa, de tiempo y de arena. Los vacíos de Luis están llenos del Todo y más allá. Abren esos universos alternos en donde el tiempo es otro y otro es el otro.
Los espectadores jamás volvemos a ser los mismos. Desde siempre nos dijeron que el mundo se palpa y que mientras más sólida es la construcción más certeza tenemos de nuestra casa. Ahora ya dudamos. Dudamos porque los vacíos de Luis nos advierten la posibilidad de que lo real no sea esto que, como Santo Tomás, ¡tocamos!, sino aquello que está rodeado de aire y de viento. Tal vez el universo, más allá de éste que palpamos, sea la ventana dúctil que nos indica el camino para la utopía y para el sueño.
Luis toca el viento y, niño travieso, nos invita a ser cómplices de su juego, porque -ya lo demostró- el viento es un cristal con color de algodón donde la vela, además de impulsar el barco, prende la llama del alma y de lo que rodea al corazón del hombre.
¿De qué está lleno el universo? ¿Cómo Dios modeló esto que está lleno de huecos y de pasadizos secretos? ¿Qué Minotauro se divierte en este fantástico laberinto que construyen los “dédalos” de Luis?

URGENTE FAVOR DE DIFUNDIR DENUNCIA DE EFRAIN BARTOLOME. NO ES EJERCIO LITERARIO. ES LA DESPIADADA REALIDAD QUE VIVIMOS EN MEXICO

Varios escritores y poetas están difundiendo el texto que colocamos a continuación. Es una crónica escrita por el poeta Efraín Bartolomé de un acto deleznable que le sucedió.

¿DE VERDAD ESTAMOS TAN SOLOS?
Son las 4:43 de la mañana del día 11 de agosto de 2011.
Hace aproximadamente dos horas un grupo de hombres armados irrumpieron en mi casa
ubicada en Conkal 266 (esq. Becal), Col. Torres de Padierna, 14200, México, D. F.
Comenzamos a escuchar golpes violentos como contra una puerta metálica
y me extrañó porque se escuchaba demasiado cerca y no hay ninguna puerta así en la casa.
Prendí la luz.
Los golpes arreciaban ahora como contra nuestras puertas de madera.
Quité la tranca que protege la puerta de nuestra recámara y me asomé al pasillo:
hacia el comedor veía luces (¿verdosas? ¿azulosas? ¿intermitentes?)
acompañando los golpes violentos contra el cristal que da al sur.
Mi mujer me gritó que me metiera.
Así lo hice apresuradamente y alcancé a poner la tranca de nuevo.
Oí cristales rompiéndose y pasos violentos hacia nuestra recámara: rápidos y fuertes.
“¡Abran la puerta!” era el grito que se repetía antes de que empezaran
a golpear con violencia mayor nuestra puerta con tranca.
Nos encerramos en el baño y busqué a tientas un silbato
que cuelga de un muro sin repellar: comencé a soplarlo con desesperación, unas diez veces, quizá.
Mi mujer está llamando a la policía.
Les dice que están entrando a la casa, que vengan pronto por favor, que nos auxilien.
Yo sigo soplando el silbato con desesperación.
En la oscuridad, mi mujer se ubicó tras de mí mientras
oíamos que la tranca de la puerta se quebraba y los hombres entraban.
¿Tres, cuatro, cinco?
Quise cerrar la puerta del baño pero ya no alcancé a hacerlo.
Empujé unas cajas hacia dicha puerta y en algo estorbó los empujones.
“¡Abran la puerta! ¡Abran la puerta, hijos de la chingada...!”
gritaban mientras empujaban y metían sus rifles negros hacia el interior.
Quise detener la puerta con mis manos pero no tenía sentido: vencieron mi mínima resistencia y entraron.
Policías vestidos de negro, con pasamontañas y lo que supongo que serían “rifles de alto poder”.
“¡Al suelo! ¡Al suelo! ¡Al suelo, hijos de la chingada! ¡Al suelo y no se muevan!”
Uno de los hombres me da un manazo en la cabeza y me tira los lentes.
Alcanzo a pescarlos antes de que toquen el suelo.
Me quita el silbato.
−¡No golpee a mi esposo! –grita mi mujer.
−¡El teléfono! ¡Déme el teléfono! –le responde y pregunta si no tenemos otro teléfono o un celular.
Ella y yo nos arrodillamos primero y después nos medio sentamos en el suelo de cemento de este baño sin terminar.
Policías jorobados y nocturnos, como en el romance de García Lorca.
Quién lo diría: aquí, en nuestra amada casa donde cultivamos y enseñamos la armonía.
Aquí...
Justo aquí estos hombres de negro, con pasamontañas, con guantes, con rifles de asalto,
con chalecos o chamaras que tienen inscritas las siglas blancas PFP, nos apuntan con sus armas a la cabeza.
Uno de ellos, siempre amenazante, nos interroga.
Dos más permanecen en la puerta.
− ¡Las armas! ¡Dónde están las armas!
− Aquí no hay armas, señor, somos gente de trabajo.
− ¡A qué se dedica!”
−Soy psicoterapeuta y escribo libros.
−¿Desde cuándo vive aquí?
− Desde hace treinta años...
−Cómo se llama.
−Efraín Bartolomé.
−Cuántos años tiene.
−60.
−A qué se dedica.
−Ya se lo dije, señor, soy psicólogo y escribo libros.
−Usted cómo se llama... –se dirige a mi mujer.
−Guadalupe Belmontes de Bartolomé.
−A qué se dedica.
−Soy arqueóloga y ama de casa.
−Cuántos años tiene.
−54.
−Tranquilos. Respiren profundo... Voy a verificar los datos.
El hombre sale.
Oigo ruidos en toda la casa.
Están vaciando cajones, abriendo puertas, pisando fuerte sobre la duela de madera.
Oigo ruidos afuera, en el cuarto de huéspedes, en la torre, en el estudio de abajo.
Nos cambiamos de posición.
Mi mujer pone algo sobre el frío piso de cemento.
Cinco o siete minutos después regresa el hombre y repite su interrogatorio.
Si recibimos gente en la casa, con qué frecuencia, cada cuánto salimos de viaje, quién cuida entonces.
Respondemos a todo brevemente.
Dice nuevamente que va a verificar los datos y que volverá a decirnos porqué están aquí.
El tiempo pasa.
Oímos que abren nuestro carro en el garage.
Voces ininteligibles en el patio del norte.
Más tiempo.
Varios minutos después se oyen motores que se prenden y carros que arrancan.
Mi mujer y yo seguimos en la oscuridad.
Comenzamos a movernos.
Sólo silencio.
Nos incorporamos con cierto temor.
Salimos del baño hacia la recámara iluminada.
Desorden.
Cajones abiertos.
Cosas volcadas en el buró.
La chapa de la puerta en el suelo.
Restos de la tranca destrozada.
La puerta de tambor machacada y rota, pandeada en su parte media.
Salimos al pasillo: un cuadro en el suelo y abiertas las puertas de lo que fueron las recámaras de mis hijos.
Desorden en el interior: maletas y cajas abiertas, cajones vaciados.
Vamos hacia el comedor: uno de los vidrios roto en su ángulo inferior izquierdo, muchos cristales en el piso.
La puerta de la sala está rota de la misma forma en que rompieron la de nuestra recámara:
la chapa en el suelo y fragmentos de duela en el piso.
Está abierta la puerta de la torre y prendidas las luces del cuarto de huéspedes.
Salimos por la puerta de la sala y nos asomamos con cierto temor.
Nada.
Mi mujer llama por segunda vez a la policía.
Es en vano: piden los datos una vez más.
Dicen que ya enviaron una unidad.
Llego a la barda y me asomo: no hay carros.
El portón del garage está intacto.
Bajamos las escaleras hasta la puerta de acceso: rota igual que las de adentro.
El estudio de abajo está con las luces prendidas.
De por sí desordenado, ahora lo está más.
Vamos hacia la torre y entramos al cuarto de huéspedes: cajones volcados, revistas en el suelo,
cosas sobre la mesa, puertas del clóset colgando, zafadas de su riel inferior.
Subo al tercer piso: una esculturita de alambre volcada pero no se nota demasiado desorden.
Subo a los pisos superiores: no hay daño en la salita de arte.
En el último piso dejaron abierta la puerta a la terraza.
Volvemos al interior: queremos tomar fotos pero no está la cámara de mi mujer que estaba sobre el buró.
“¡Tampoco está la memoria de mi computadora!”, grita.
También se la llevaron
Quiero ver la hora y voy al buró por mi reloj: ha desaparecido mi querido Omega Speedmaster Professional
que me acompañó por casi cuarenta años.
Tiene mi nombre grabado en la parte posterior: Efraín Bartolomé.
Oímos que un auto se estaciona y nos asomamos.
Mi mujer llama una vez más a la policía: lo mismo.
Ya tienen los datos pero nunca enviaron apoyo.
Indefensión.
Del auto blanco baja un joven y avanza hacia la esquina.
Se asoma y regresa.
Lo saludo y responde.
Le preguntamos qué pasa y responde que viene en atención a una llamada de su amiga
que vive a la vuelta y a cuya casa también se metieron.
Mi mujer pregunta de qué familia se trata, cómo se apellida.
Magaña, responde el joven.
¡Es Paty!, dice mi mujer.
Salimos a la calle y voy hacia allá.
Encontramos a Patricia Magaña, bióloga, investigadora universitaria, acompañada de su papá, en la calle.
Entraron a ambas casas la de ella y la de sus padres, con la misma violencia que a la nuestra.
Patricia y su hija estaban solas.
Sus padres octogenarios también estaban solos.
Volvemos a nuestra casa vejada y con la puerta rota.
Atranco la destruida puerta de la calle.
Con todo, mantenemos una sorprendente calma.
“Pudieron habernos matado”, dice mi mujer.
Yo imagino por unos segundos nuestros cuerpos ensangrentados en el baño en desorden.
¿Sabe el presidente Calderón esto que pasa en las casas de la ciudad?
¿Lo sabe Marcelo Ebrard?
¿Lo sabe el procurador Mancera?
¿Ordenan Maricela Morales o Genaro García Luna estos operativos?
¿Sabrán quién fue el encargado de este acto en contra de inocentes?
Antenoche volvimos a casa levitando, en la felicidad más plena, tras la amorosa
y conmovedora recepción del público ante nuestro libro presentado en Bellas Artes.
Un día después, en la atroz madrugada, la PFP irrumpe violentamente en nuestra casa,
quiebra nuestras puertas, destruye los cristales, hurga sin respeto en nuestra más íntima propiedad,
nos amenaza con armas poderosas a mi bella mujer y a mí, a la edad que tenemos...
Y pensar que también son humanos los que hacen esto contra su prójimo.
Subo al estudio a escribir esto.
Allá, abajo, la ciudad parece embellecida por la calma.
Arriba la impasible Luna de agosto, casi llena.
Son ya las 6:35 de la mañana.
La luz de oriente comienza a colorear y a inflamar el horizonte.
La policía nunca llegó.
¿De verdad estamos tan solos?

miércoles, 10 de agosto de 2011

DE ENERO A DICIEMBRE




A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como días de calendario y mujeres que son como calendarios para el día.
La mujer calendario tiene los meses en su entrepierna y en su mirada. Es como un calendario perpetuo con todos los lunes que han sido y los que serán hasta el fin del universo. En círculo rojo señala los días de luna llena y los días de amor menguante. Da a conocer los días de los santos y de los no tan santos; en cada línea de sus versículos (sin albur) presenta la conmemoración cívica o religiosa a celebrar.
Algunos ingratos (nunca faltan), la colocan sobre su escritorio o la cuelgan en la pared de la oficina. Los más inteligentes la llevan en la bolsa de la camisa, muy junto al corazón. Los hombres sabios saben que la mejor mujer calendario es la de bolsillo, la que rechaza el olvido y nos recuerda a cada instante que los martes son para ir al parque, los miércoles para leer a Marirrós Bonifaz o a Efraín Bartolomé, los jueves para jugar carritos, los viernes para subir a una montaña, los sábados para tomar agua de chía y los domingos para ir a volar papalotes. ¿Los lunes? Los lunes son como esas materias de la universidad que se llaman optativas. Uno puede optar por ir al trabajo para justificar la quincena o por ir a visitar al Señor Secretario (aunque esto último confunde el río con un simple charco).
He visto a la mujer calendario en el taller del zapatero; la he visto pegada con tachuelas sobre la pared, con el torso desnudo, con una mirada confundida; también la he visto, ya en tono sepia, en la cocina de la abuela.
La mujer calendario puede ser de cartón sencillo o plastificada. La primera se consume con el fuego y se agota con el agua; la segunda soporta el paso de los años, pero no permite acariciar su corazón (todas las mujeres plásticas poseen este defecto).
Ella tiene muy bien definido sus ciclos. Su agua está dividida en siete vasos. Los hombres inteligentes saben que hay que probarla poco a poco, así como está dosificada. Los estúpidos que la beben de un solo golpe la dejan vacía, sin su luz. Por esto hay tantas mujeres, en cafés, plazas y cuartos, buscando a otros hombres que les llenen sus odres.
A la mujer calendario hay que consentirla con la pasión del que conoce los secretos del cielo. Su luz está regida con los movimientos del universo.
Se reconoce que no es una creación de Dios sino del hombre, pero del hombre culto, de quienes saben que todo, en la vida, responde al plan supremo de Dios. Por esto, no es exagerado decir que de todas las mujeres que existen en la tierra, la mujer calendario es la consentida del destino. A cada instante nos recuerda que somos simples marcas sobre su cuerpo, sencillos proyectos a futuro.
Conozco hombres a quienes les encanta marcarla, con plumones, con lápiz o con plumas de colibrí. Me dan pena porque esas señas son citas de trabajo, cumpleaños de los tíos, comidas con los compadres o compromisos con los jefes. Me dan pena porque las marcas tendrían que ser marcas de agua sin más destinatario que ella misma. Los hombres deberían honrar a esta mujer reconociendo la bendición de estar junto a ella y dejar todos los pendientes para un día antes del fin del mundo. Mientras tanto, destinar los lunes para pintarle estrellas en su pecho; los martes para beber del cuenco de su vientre; los miércoles para escribir poemas en su cintura; los jueves para hacer el inventario de sus ojos; los viernes para contar los ríos de sus tierras aún no descubiertas; los sábados para soñar con las lianas de sus dedos; y los domingos para dormir con ella, al lado de una laguna.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como el asta de la bandera y mujeres que son lavanderas hasta que dicen ¡basta!

domingo, 7 de agosto de 2011

NUEVOS TIEMPOS




El 1 de agosto se realizó la presentación de los dos primeros títulos de la Serie Editorial: “La lectura, más cerca de ti”, en el Teatro de la Ciudad, en Comitán. El poeta Roberto Rico presentó el libro: “Duelo contra el fusil de la tarde”, de Mario Escobar; y a mí me correspondió el honor de presentar el libro “Puros cuentos”, de Guadalupe Alfonzo Albores. Paso copia del textillo que leí:

Esta reedición del libro de Lupita Alfonzo es un mínimo homenaje en su memoria. Ella siempre dijo: “Soy de las mujeres que no caben en Comitán”. Y es que hubo un tiempo donde las mujeres sumisas eran las únicas aceptadas en este pueblo, y quienes se atrevían a ser fieles a su vocación de papalote eran proscritas.
Lupita fue una mujer rebelde, ante la sociedad y ante la naturaleza. Por esto sembró ríos desbordantes en las calles y avenidas de su alma y de su cuerpo. Incendió espíritus porque su vocación era ser un trozo de madera seca, ser un pomo de alcohol, ser la chispa que provoca la flama.
El proceso de combustión no se logra en el vacío, es necesario el oxígeno que invoca el fuego. Por esto, la maestra Lupita, desde pequeña, fue una niña viento, una adolescente flama, una mujer brasa.
Hoy, presentamos la reedición de su libro de cuentos. Rescatamos su nombre, lo colgamos al aire, ahí donde puede suceder el milagro de la flama. El libro fue impreso hace muchos años, en una edición más que modesta, apenas un cuadernillo hecho en mimeógrafo. Era injusto que este cuadernillo estuviera como árbol seco en un anaquel de la Biblioteca Pública. Ahora lo sacamos a orear, a que le dé el viento, a que el viento de este pueblo se renueve con el aire de la Maestra Lupita Alfonzo.
Se rescató para que los lectores encuentren en él textos luminosos. Lupita fue rebelde, pero tuvo un corazón de agua. Tal vez, por esto, sus cuentos son cristales que conmueven y que apelan al espíritu lúdico y solidario del lector.
Es un libro sencillo con textos sencillos como sencilla fue ella, como sencillo es este pueblo de casas con corredores y patios de ladrillos y gente dispuesta a ser el cernidor de luz de la creación.
La pretensión de esta propuesta editorial es poner en las manos de los lectores algunos hilos de luz. José Antonio Aguilar Meza, nuestro presidente municipal, reconoce la brevedad de su encargo gubernamental; no obstante, está empecinado en ser lo que hoy está comenzando a ser: ¡el mejor presidente municipal que Comitán ha tenido en fomento de la literatura y del arte! Esta propuesta no tiene parangón en la historia de nuestro municipio y se convierte en ejemplo para los demás municipios de Chiapas.
Acá está el libro de cuentos de Lupita, acá está, como un feliz pretexto para decir que estos tiempos son otros y que ahora las mujeres como ella ¡tienen cabida! Las mujeres que aportan al desarrollo de este pueblo ¡son bienvenidas!, como bienvenidas las iniciativas de los gobernantes que fomentan el arte en este pueblo.
Por favor, en memoria de Lupita, de Lupita cuentera, de Lupita teatrera, Lupita cuentachiles, cuentagotas, cuentarríos, cuentacuentas de granos de luz, pido ¡este aplauso!

jueves, 4 de agosto de 2011

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO A VECES NOS LLEVAN AL BAILE




Querida Mariana: Hernán León Velasco vino a Comitán. Lo hace con cierta regularidad.
Lo saludé con respeto en la Casa Museo Dr. Belisario Domínguez, la noche en que su tocayo Becerra Pino presentó su libro “Chiapas entrevistado”.
León Velasco se acercó, me dijo que leyó “Conjuros” y me dio su opinión, como lector. El doctor León Velasco obtuvo el Primer Premio del Concurso Estatal de Poesía Enoch Cancino Casahonda. Vos sabés que yo pegué de brincos cuando supe que el Jurado me había otorgado una Mención. Me asumo como narrador y no tanto como poeta.
Al doctor León Velasco le comenté mi extrañeza porque la Mención ya estuviese publicada y su obra ¡no! “¿Cuándo -le dije- dejará de ser un poeta inédito?” (Aunque el narrador Miguel Ángel Godínez asevera que publicar en Chiapas significa seguir siendo inédito). Don Hernán dijo que pronto estaría listo su libro.
El pasado 22 de julio, en la presentación del programa editorial 2011, de Coneculta, se presentó su libro, junto a otros textos. Sabés que me invitaron, pero no acepté la amable invitación, primero, como dijera don Jaimito, “para evitar la fatiga” y, segundo, para evitar un posible nuevo desaire. Desde Comitán estuve pendiente del acto (supe, por ejemplo, que la Directora de Coneculta-Chiapas no asistió, tal como estaba anunciado). Le supliqué a Óscar Bonifaz, quien sí asistió, me trajera un ejemplar del libro de poesía de Hernán León y, ya de pasada, también uno de la poeta Yolanda Gómez Fuentes, quien fue mi compañera en el Centro Chiapaneco de Escritores. Don Óscar, a su regreso, me dijo que no había podido conseguir los libros (sólo me obsequió un ejemplar de su libro, que reúne toda la obra poética publicada). De igual manera, la Directora de Publicaciones de Coneculta-Chiapas no hizo caso a mi atenta solicitud.
Así entonces, estoy en desventaja con el Doctor León. Él ya leyó mi librincillo y yo no he podido corresponderle leyendo su obra. ¿En dónde puedo conseguir su libro?
Del doctor León sólo he podido leer dos poemas. Los dos están en Internet. El primero es parte de la obra premiada y el segundo es un poema que se titula: “Sabines le diría a Benedetti”. Un título donde el poeta lleva a don Jaime al baile sin solicitar permiso, porque, ¡segurísimo!, Sabines no le hubiese dicho esas palabras a Benedetti, ni las hubiese dicho con esa forma. En todo caso son palabras que Hernán León le dedica al poeta uruguayo.
En fin. Espero un día poder leer la obra de don Hernán y expresar mis comentarios, de simple lector. El ejercicio de la crítica, por mínimo que sea, es un pendiente de nuestras letras. Acá, en Chiapas, por desgracia, confundimos la obra con el autor y nos da muina que alguien exprese su pensamiento en total libertad, sin más compromiso que la fidelidad hacia la lectura que hacemos del mundo.
Pd. El doctor Hernán, muy amable, esa noche, me dio su tarjeta de presentación y dijo que estaba a mis órdenes, luego, con una sonrisa, agregó: “ojalá no lo necesites”. ¡Es urólogo! Espero, también, no necesitar de sus servicios; espero que cuando vuelva a saludarlo sea sólo por cuestiones de palabras por encima de los cielos.

miércoles, 3 de agosto de 2011

CADA VERANO




Medio mundo se fue a la playa. Mariana y yo nos quedamos solos en casa. Las casas, en verano, toman otro color, como si la espiga de la tarde se apoderara de ellas. Mariana despierta temprano, cuando todavía está oscuro, prende una vela y recorre todos los pasillos, revisa que ninguna aldaba haya sido forzada. Después del baño, salimos a regar las plantas, a componer la cerca de madera, a dar alpiste a los pájaros y a escuchar los insistentes reclamos que un pájaro carpintero le hace al árbol (tal vez él también se quedó solo y protesta porque nadie le abre la puerta).
A las ocho llega doña Licha y comienza a preparar el desayuno. Mariana toma el primer libro, lo abre al azar y subraya la línea que llama su atención. Las líneas o versos de los libros servirán para nuestros juegos de la tarde.
Esta mañana, Mariana me jala hacia el balcón, pone su mano sobre mi corazón y me dice: “No te alterés, pero anoche forzaron la aldaba de la cocina”. Le hago caso. Con parsimonia le pido el libro que tiene en la otra mano: “¡Bendita mañana, borra el miedo de la manzana! ¡Pobre montaña, no recuerda la metáfora de la memoria!”, dice la línea que acaba de subrayar. El libro es un libro de poemas de Szymborska, poeta polaca. La línea pareciera sintetizar el instante que vivimos. Mariana y yo miramos la montaña, mientras el olor del tocino inunda nuestra conciencia. Vemos la montaña, detrás de ella está el mar, donde vacacionan los demás integrantes de la casa.
Mariana me preguntó anoche por qué no me gusta salir, si allá afuera ¡está la vida! Allá, en la falda de la montaña, o en su cima o detrás de ella, están las casas de campaña llenas de muchachos que prenden fogatas, tocan la guitarra, cantan, beben y juegan a las escondidas detrás de las dunas o detrás de las palmeras; allá, tan al alcance de la mano, las muchachas que se quitan el sostén y retan a sus amigos a seguirlas mientras corren y se meten al mar. ¿Por qué no voy con los demás si allá –donde ahora están ellos- escuchan música de Bob Marley, fuman, ríen, rozan sus cuerpos, se besan y juegan a que una caricia es el principio de todo?
Doña Licha nos llama. Sobre la mesa, con un mantel blanquísimo, la mujer ha colocado dos servicios: jugo de naranja, huevos revueltos con tocino, frijoles, queso, pan integral, mantequilla, mermelada de zarzamora y café. Al lado de cada plato una pila de libros de poesía. Mientras desayunamos cada uno de nosotros lee, en un tono de voz que sólo nosotros podamos escucharlo, los versos que brincan como salmones hacia la corriente de nuestro corazón. Los que más nos gustan ¡los subrayamos!
En la tarde nos recostamos sobre unas tumbonas que están en la veranda. Doña Licha, antes de despedirse, nos deja jarras con limonada sin azúcar y unas galletas de avena.
A la hora de acostarnos, apago todas las luces de la casa. Mariana prende la vela y echa aldaba a todas las puertas. Esta noche me lleva hacia el balcón y me señala hacia el extremo derecho del jardín. Vemos una silueta que corre y se esconde detrás de la buganvilia. “¿Creés que sea él quien, anoche, quitó la aldaba de la cocina?”. Pongo mi dedo índice sobre sus labios, mientras pienso que esa silueta puede no ser un hombre, sino una mujer. Ella besa mi dedo, lo besa como si estuviera en busca de la metáfora de la memoria, como si yo fuera la montaña y ella, frente a mí, ¡el mar!
¿Para qué salgo?, le digo a Mariana. Acá tengo el alpiste y el pájaro carpintero que alimenta las líneas de estos libros donde ahora te leo.