viernes, 13 de enero de 2012

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL TROMPO DA MÁS VUELTAS QUE EL YOYO

Querida Mariana: a algunos les gusta jugar yo-yo, a otros les gusta el trompo. Acá en Comitán existió hace años un prostíbulo disfrazado de cantina de mala muerte llamado “El Trompo”. Era un nombre prodigioso. En ese espacio ¡todo daba vueltas! Quise preguntar a una muchacha de ahí cuáles eran los juegos que jugaba de niña. Nunca lo hice porque ella estaba tan apresurada en su oficio de grande que su vida era como una ruleta o como una rueda de la fortuna que nunca paraba. Hace falta el table dance comiteco que se llame “El yo-yo”. ¿Imaginás qué juegos se jugarían ahí? Siempre he lamentado que los nombres de los locales destinados al jolgorio del cuerpo no sean acordes a su personalidad. Siempre hemos copiado nombres que no van con nuestra idiosincrasia. Lo que fue el burdel de “Tía Lola”, un día se transculturizó y se llamó Crazy Horse, aunque sus mujeres, zambas y sapas, distaban mil años luz de las parisinas.
A mí, lo sabés, me gusta el juego de las canicas. Claro, me gusta jugarlo solo o con vos. No me gustan esos juegos que parecen romerías o entradas de flores. De niño, en la primaria “Fray Matías de Córdova”, nunca jugué trompo o yo-yo; pero sí participaba en la temporada de canicas (que nunca se sabía cómo un día comenzaba). Mi mamá me había hecho una bolsa con tela terciopelo y ahí guardaba mis canicas lecheras y morrocas (incluidas las tiradoras).
Si mirás bien, todo juego, así como tiene sus reglas y sus rituales, tiene su carácter. Esta personalidad es la que seduce a unos y provoca rechazo en otros. Lo mismo sucede con los libros y con sus autores. Siempre he deseado hacer un juego de entrevistas con escritores chiapanecos para que respondan cuáles fueron los juegos que definieron su infancia. Con tales respuestas tendríamos una visión de por qué eligieron los caminos literarios que hoy caminan. ¿Qué jugó Ricardo Cuéllar Valencia allá en Colombia? ¿Qué Laco Zepeda o Gustavo Ruiz Pascacio?
Los miembros distinguidos del bullying de mis tiempos, aquéllos que nos coscorroneaban y nos exigían un peso diariamente para no golpearnos, jugaban trompo y no lo hacían con los trompos normales que vendían en las zacatecas o en la tienda de doña Angelita, ¡no, no!, lo jugaban con ¡clavos de asiento! Su mayor goce era quebrar a la mitad el trompo del otro jugador. Eran expertos en partir a la mitad el espíritu de los demás niños.
Esos niños maldosos y los niños inocentes crecieron y ahora, segurísimo, siguen jugando los juegos que van con su personalidad.
A mí me gustaba el juego de las canicas de la timbirimba, donde un compa hacía una montañita con cuatro canicas. Era maravilloso ver cómo juntaba las tres canicas que formaban un triángulo y encima colocaba una canica que coronaba el edificio. Yo, atrás de la raya, a unos dos metros de distancia, tiraba en intento de derribar la construcción. Si le atinaba me llevaba las cuatro canicas; cada vez que fallaba, el dueño del negocio se quedaba con mi canica. Este juego, parece, sigo jugándolo: tiro y el otro se queda con mis canicas. No obstante, yo me divierto con el juego. Nunca llamó mi atención quedarme con las canicas de los otros. Jugaba sólo por la diversión. Lo sigo haciendo: vivo por diversión.
Vos, ¿qué jugaste de niña? He visto pocas niñas jugando trompo. Parece que algunas comienzan a jugarlo ya de grandes, seducidas por las vueltas que da la vida, confundidas en la confusión. Por esto doy gracias a Dios cuando vos y yo jugamos canicas. ¿Qué tarde de éstas jugamos timbirimba?