miércoles, 4 de enero de 2012

LA HAMACA DONDE REPOSA EL MARATONISTA




El tío Armando reunía a los sobrinos y nos contaba cuentos, al amparo del calorcito del fogón de la cocina. Todos los cuentos los comenzaba con: “Al correr del tiempo…”. Esa frase siempre me tintineó y provocó escozor en mi espíritu, sin saber bien a bien por qué. Ahora lo sé ¡era esa imagen de corredor de maratón! Conforme crecí, el tiempo se convirtió en un mejor maratonista y comenzó a apabullarme. Ahora, a la distancia, sé que, a medida que avanza, el tiempo corre con la rapidez de esos autos cohetes que, en el desierto, buscan romper el récord de velocidad. Veo a medio mundo alteradísimo porque “el tiempo se le va” y esto de la vida parece ser una absurda carrera para alcanzar el tiempo que nunca logramos apresar.
Tal vez, de manera inconsciente, el tío nos quería instruir para la “carrera de la vida”. Ya en la escuela secundaria, el padre Jorge se encargó de reforzar la idea de que esto era una desenfrenada e inexplicable carrera: “Si no aprovechan ahora el tiempo, cuando vengan a ver ya estarán viejos”, decía con una sonrisa de gato a punto de dar una tarascada al ratón en la trampa, y seguía llenando el pizarrón con ecuaciones de segundo grado, donde la X, la incógnita, se hacía más grande cada vez.
Pienso que, en lugar de apresurarnos a meternos en ese tobogán, los mayores debieron enseñarnos un camino para hallar la puerta al sosiego. Hoy entiendo que la vida no es treparse a la banda donde corre el tiempo, sino al contrario.
No sé en qué momento los mayores me treparon al barco. Sin saber nadar vi, con horror, cómo la barca navegaba sobre esos “rápidos” que son tan seductores para los jóvenes que les encanta el turismo de riesgo. Por suerte, mi padre, una bendita mañana, me lanzó una cuerda desde su orilla. Tomé la cuerda y, de forma prodigiosa, la barca recaló en su orilla, bajé y supe que la vida, si bien no era la inacción, era la pausa para comer un durazno o para subirse a una rama del árbol. La vida no es alcanzar al tiempo sino bordar los hilos del tiempo. ¡Que el tiempo pase como pasa el viento cuando alumbra la orquídea!
Hemos perdido el hilo de la vida porque lo hemos enredado en “la carrera contra el tiempo”. Ahora, me pregunto, ¿quién es el que se atreve a desafiar a este aliado tan escurridizo?
Y la frase del tío Armando me provocaba escozor porque era el opuesto de lo que él sembraba en nuestro corazón. Cuando él se sentaba nos metía en una burbuja en la que el tiempo también se bajaba de su tren y se dedicaba a soplar sobre la brasa del fogón para que el fuego nunca se apagara. Gozábamos ese instante en que él se sentaba en una silla pequeña, de madera, y llevaba su dedo índice a la boca, un poco como para decir que la sesión estaba a punto de comenzar. Nosotros, como si estuviésemos en una Sala de Concierto, nos acomodábamos en nuestros asientos, tosíamos por vez última para no interrumpir y esperábamos con ansia el momento en que el tío abría la boca y decía: “Al correr del tiempo…”. Esa frase abría una pausa de hamaca en nuestros corazones.
Es cierto, el tiempo corre veloz, no se detiene; por eso el secreto de la vida es ¡no correr a la par del él, porque nos ganará, sino descolgarse del tren donde los mayores nos colocaron! ¡Claro que el tiempo se va! Por lo mismo, nosotros, los simples mortales, debemos aprovechar la vida y no correr detrás del tiempo. ¡Nunca lo alcanzaremos!