viernes, 13 de enero de 2012

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL TIEMPO ES UN RESIDENTE PERMANENTE




Querida Mariana: ¿para qué necesitamos licencia? La necesitamos para conducir un auto, por ejemplo; aunque, acá en Comitán, hay muchos jóvenes de catorce o quince años que manejan, sin tener derecho a licencia, contraviniendo con ello al reglamento.
Durante nuestra vida andamos por un lado y otro sacando licencias: licencias para construir, licencias para manejar… Por fortuna, para manejar nuestra vida no se necesita licencia alguna. Por esto ¡todo mundo hace lo que quiere con su vida! A veces, esta vida licenciosa hace que nos topemos con muros y ¡choquemos! Quienes manejan rápido tienen más secuelas en los choques de la vida.
Don Concho, en cuanto llegó a Comitán, buscó un local en renta y ofreció sus servicios: “Se hace todo tipo de trámites de licencias”. La primera vez que le pregunté cuál era el tipo de trámites que realizaba, me dijo: “¿Has oído cuando alguien pide licencia sin goce de sueldo? Bueno, pues yo tramito licencias con goce de vida”.
No siempre hubo necesidad de sacar licencias. Antes, en Comitán la gente construía y no sacaba licencias de construcción; asimismo, cuando llegaron los primeros autos nadie le pidió licencia a los choferes. Fueron tiempos en que todo fue más simple: la vida era menos licenciada y más licenciosa.
Ahora, como ejemplo de actuar licencioso, medio mundo puede hablar frente a un micrófono en una estación de radio, sin necesidad de tener licencia de locutor. Basta prender el aparato y sintonizar cualquier estación de la república para toparse con voces de contenido realmente patético. En Comitán hay varios ejemplos. Si querés, en la tarde jugamos el juego de: ¿Quién es el locutor que tiene más piedras en el cogote y en el cerebro? Comenzamos con Exa, seguimos con la XEUI y podemos terminar con radio IMER. Tengo mis candidatos (yo mismo puedo estar incluido en la relación, porque no canto mal las rancheras en el programa que conduzco: “Crónicas de Adobe”, los martes, de tres a cuatro de la tarde, en radio IMER).
En algún momento se extravió el respeto por la palabra. Fijate que esto no sólo sucede en la radio, sucede en todos los ámbitos (también en el periodístico. Acá en este periódico también podés encontrar varios ejemplos que mueven a risa o a disgusto).
El domingo pasado fui a San Sebastián y me topé con un altar al aire libre donde el cura ofició la misa (¿quién les otorgó la licencia para oficiar fuera del templo? No lo sé). Cirito, el sacristán de siempre, colocó el vino y el pan, bajo la bóveda del cielo luminoso. En el kiosco estaba un grupo coral religioso acompañado por varios guitarristas, ensayaba la canción que se titula “Comiteca”. No sé si la has oído, es muy bonita. Dice más o menos así: “Comiteca de ojos lindos y de labios de coral y tararara tarará…”; hay una línea donde menciona el árbol de tenocté. Sólo para ver si poseían el conocimiento de lo que cantaban pregunté a una muchacha bonita cantora qué era el tenocté, lo hice como si yo fuese un turista. ¿Sabés qué me dijo? “Parece que es un pájaro”. Te digo, nos hemos vuelto irrespetuosos ante la palabra. Me dio tristeza constatar que ella cantaba como lorito, así como cantamos las estrofas del Himno Nacional Mexicano, sin saber qué significa “…el acero aprestad y el bridón”. ¡Dios mío, qué es bridón! A mí me sucede, de vez en vez, escribo palabras cuyo significado desconozco. Menos mal que luego una señora corrigió: “No, no -dijo- el tenocté es ese árbol que da florecitas blancas y que florea en primavera”. Bueno, querida mía, ¡floreaba!, porque ahora, en pleno invierno anda floreando el tenocté que está sembrado en el parque de La Pila.
Hoy todo mundo tiene licenciaturas, maestrías y doctorados; todo mundo está licenciado para impartir clases y, sin embargo, los mirás y mirás que los maestros son medio mudos, porque parece que redactaran con las patas. Los textos que escriben están plagados de errores ortográficos, pasás por el salón y mirás el pizarrón lleno de errores. ¡Dios mío, por eso los alumnos están como están! De nada les sirve el título de licenciados. Antes no era así. Los catedráticos de español de la Escuela Preparatoria, sin tener los grandes títulos, tenían un conocimiento preciso acerca del uso del lenguaje. Fui alumno del Maestro Reynaldo Avendaño y puedo dar fe de su conocimiento y de su generosidad a la hora de compartir.
Y digo que antes el sistema era más estricto porque los mismos alumnos se expresaban con más dignidad. Ahora, ¡Dios mío!, basta abrir el facebook para leer mensajes como: “T kiero”. Parece que los chavos usan la “k” como sucedáneo de la “q” y yo no entiendo porqué es así. ¿Acaso cuando escriben “caca” ponen “qq”?
Antes, los locutores presentaban un examen en la ciudad de México para obtener la licencia. Los pioneros de la radio comercial en Comitán cuentan el esfuerzo que realizaron al prepararse para presentar un examen rigurosísimo (por ahí están los maestros de la locución: Jorge Gordillo, Romeo Torres Ventura, Hermilo Vives, Juan Manuel González, Roberto Gordillo, Luis Felipe Gómez Mandujano y algunos más, que poseen ese documento que los certifica como maestros de la locución. Ya quiero ver que este muchacho caebien de apellido Regalado, de Exa, nos presente su licencia de locutor, por ejemplo). Ese examen garantizaba el mínimo de cultura general. La mayoría de quienes en los años sesentas laboraron en las estaciones de radio de todo el país tuvo conciencia de la responsabilidad que implicaba dirigirse, a través de un micrófono, a miles de oyentes. Los locutores de la ciudad de México tenían voces educadas que se convirtieron en modelos a seguir. El bachiller Álvaro Gálvez y Fuentes fue ejemplo del buen decir y del buen hacer. Realizó muchos programas de excelencia que elevaron el nivel cultural del pueblo. ¿Y ahora, en dónde están los continuadores de ese camino de luz? ¡No me digan que el modelo de locución es el tal Yordy Rosado! ¡Dios mío, qué bajo hemos caído!
El negocio de don Concho no tardó más de tres meses. Una mañana lo encontré en el local guardando sus objetos personales adentro de cajas de cartón. ¿Se va?, le pregunté. “Sí -dijo- parece que en Comitán mis servicios no son necesarios”. ¡Era un negocio innovador! Esto no se permite en este pueblo. Acá estamos acostumbrados a los negocios tradicionales y cuando alguien pone un negocio exitoso, al día siguiente cuatro más abren el mismo negocio en la misma calle. Hubo un tiempo en que las farmacias estuvieron de moda; luego fueron las zapaterías; ahora están de moda las tiendas de ropa. ¡Por el amor de Dios, para donde miremos hallamos dos o tres tiendas de ropa!
La tarde en que don Concho trepó al camión con destino a San Cristóbal de Las Casas fui a despedirlo. Le dije que nunca había entendido bien a bien qué era lo que ofrecía en su negocio. Le sugerí que en San Cristóbal fuese más explícito, que repartiera trípticos y se anunciara en la radio, para que tuviera éxito. Él, con una maleta personal, me vio y dijo: “En El Vaticano venden cédulas con indulgencias. Yo consigo licencias para soñar, por ejemplo. En El Vaticano obtienes más indulgencias mientras más dinero das. Yo tengo una tarifa única, tu capacidad de soñar, por ejemplo, depende de ti, lo que yo hago es tramitar la licencia para que puedas volar sin restricción”.
Te juro que en ese momento no entendí lo que don Concho me explicaba, casi casi coincidía con el sentir general de los comitecos: ¡don Concho está loco! Él subió al camión y desde la ventanilla movió la mano, no me veía, miraba las calles y las casas de Comitán. Supe que no se despedía de mí sino del pueblo.
Ahora, treinta y tantos años después comienzo a entender lo que don Concho nos ofrecía y veo que su trabajo era muy importante. De igual manera que los chavos no saben manejar autos, porque creen que manejar es subirse a los autos y acelerar; la mayoría de seres humanos no sabe soñar, porque también son muy acelerados. El trámite de la licencia implica presentar un examen y acreditar dicha prueba garantiza un mínimo de conocimiento. La gente no sabe soñar porque no hay escuelas que enseñen la práctica del vuelo. No sé, de veras no sé, querida mía, si don Concho se quedó a trabajar en San Cristóbal. Puede ser que sí. Parece que los coletos sueñan más que los comitecos; y como saben soñar tienen más proyectos enriquecedores de su sociedad.
Pd. Ahora, en Chiapas, podemos tramitar una licencia vitalicia para conducir. El trámite cuesta más de cuatro mil pesos, pero vale la pena. Sacar una licencia para conducir, en Comitán, es un calvario. Habría que proponerlo para el Concurso del Trámite Más Engorroso del Mundo. Vas a la oficina de Tránsito y hacés fila por más de dos o tres horas, luego tenés que caminar más de diez cuadras para hacer el pago en Hacienda (donde hacés fila otras dos horas) y luego debés regresar a la oficina de Tránsito. ¡Todo para que te entreguen una simple licencia de conducir! Te digo, Marianita de mi corazón, acá en el pueblo no sabemos soñar, mucho menos planificar.
Ahora me cuentan que un día llegaron a pedirle a don Concho tramitara, ante el Ayuntamiento, una Licencia para Venta de Vinos y Licores y él, después de diez días, les entregó un documento que decía: “Licencia que autoriza la conversión del agua en vino”. Por esto, niña mía, en Comitán dijeron que a don Concho le faltaban dos tornillos.