lunes, 2 de enero de 2012
ENTRE EL MILAGRO Y LA FELICIDAD
Con un abrazo a todos mis lectores, deseándoles un venturoso 2012.
Todo mundo hace uso de las palabras sin distingo. El Rey de España dice caca con la misma tranquilidad con que lo hace el niño que vive en una vecindad de colonia miserable. Esto es así porque nadie ha acudido a la oficina de Derechos de Autor para abrogarse la propiedad intelectual de una palabra. Las palabras son del pueblo y son las herramientas de comunicación más demócratas.
Hay canciones que se denominan del dominio público, porque se desconocen los autores. Las palabras, ¡todas!, son del dominio público. ¿Quién inventó la palabra totoreco?
Me resulta difícil imaginar a alguien que exigiera la propiedad intelectual de la palabra arenilla o Chiapas, por ejemplo y que tuviésemos que pagar por el uso, de la misma forma en que se paga el uso de una canción.
El otro día un afecto me preguntó: “Alejandro ¿eres feliz? ¿Qué es la felicidad?”. ¡Ah, qué preguntas más difíciles! La palabra felicidad me gusta, casi casi me provoca felicidad cuando la escucho o la digo. Pienso que es una palabra muy bien elegida para definir lo que trata de definir. No sucede lo mismo con la palabra triste. Oír la palabra triste me provoca alegría. Cuando algún afecto me dice: Estoy triste, pienso en “¡tres tristes tigres!” y me divierto. La palabra nostalgia me provoca un sentimiento más gris, de lluvia en un callejón. De ahí que una persona triste la imagino como payaso con una careta; por el contrario, una persona nostálgica me causa una grieta.
Me gusta saludar a don Eugenio, porque cuando le preguntó cómo está, me responde: “¡Benedetti!” y luego agrega: “…puedes contar conmigo, no hasta dos…”. Usa un verso de Benedetti y nunca ha pagado algún derecho. Lo mismo sucede con todos los chiapanecos que, ante la menor provocación, dicen: “Que Dios bendiga a Dios”.
Ayer salí de casa y fui al parque. Mientras caminaba por la bajada de Guadalupe, con cuidado para no resbalar con las banquetas de lajas, pensé en las preguntas de mi afecto. Un camión de Coca Cola pasó a mi lado, echaba humo en demasía. Leí en la parte trasera: “Destapa la felicidad”. De inmediato tomé el celular y marqué a mi afecto, le dije que comprara una Coca, la destapara y que tomara el agua negra, porque ahí hallaría ¡la felicidad! Ella rió (cuando menos le provoqué un instante feliz).
A esta empresa refresquera habría que demandarla en los tribunales del mundo para exigirle que no se apodere de conceptos como felicidad, familia y alegría. Recuerdo que hace años había un anuncio que definía tal refresco como la chispa de la alegría.
La publicidad realiza un uso perverso de las palabras. De manera subliminal se apoderan de palabras que tienen una cercanía con nuestros sentimientos más íntimos. Ahora que comenzará la contienda electoral para ocupar la Presidencia de la República y de la Gubernatura del estado de Chiapas veremos usos indignos de palabras luminosas.
Habría que sancionar a todos los publicistas y políticos que malgasten palabras como luz, amor, cariño o bienestar. Los políticos deberían emplear sólo las palabras que estén a la altura de sus pantanos.
Después que hablé con mi afecto fui a una tienda departamental y en el estante de los licores hallé una botella de tequila que se llama “¡Milagro!”. Y esto se me hizo el colmo de la degradación de esas piedras transparentes que se llaman palabras.