viernes, 6 de enero de 2012

NOCHE DE FESTEJO




Hernán Becerro y Alfonso Conejo llegan a la casa de Eugenia Gallina, en medio de la lluvia. Ella, al oír el timbre, se limpia las manos con el mandil, saca la rosca del horno y va a abrir. ¿Cuándo y cómo comenzaron con la tradición de comer la rosca?, ninguno de ellos podría decirlo. Parece que en un libro, propiedad de Artemio Tlacuache, Ramiro Cuervo, una noche de tormenta, había visto una ilustración a color donde, en una mesa adornada con un mantel bordado con hilos rojos y dorados, aparecía una rosca con un “niño” en el interior. De acuerdo con el pie de página, existía la tradición de comer la rosca en recuerdo de la visita que unos Reyes Magos, llegados del Oriente, habían realizado para venerar al niño Jesús.
Hernán se sienta en un butaque, forrado con piel de venado, y Alfonso va a la cocina, abre una gaveta del trinchador y toma el sacacorchos. Eugenia sacude los dos impermeables, los cuelga en la cuerda para que se sequen.
¿Cuándo y cómo comenzaron con la tradición de comer la rosca? No podrían asegurarlo. Ramiro, en ese tiempo, pretendía a Eugenia, y una noche comentó la ilustración. Hernán y Conejo pidieron más datos y, parece, fue en ese instante en que uno de los cuatro propuso que hicieran lo mismo. Eugenia dijo que podía preparar la rosca empleando una receta de la abuela; Alfonso prometió conseguir los huevos; Hernán, la harina; y Ramiro, para quedar bien con la pretendiente, dijo que él podía llevar al niño.
¿Pero el niño para qué sirve?, preguntó Eugenia, con un aire de ingenuidad. Ramiro explicó que a quien le tocaba “la suerte” del muñeco tenía que invitar una tamaliza el día de la Candelaria, ¡claro!, dijo, hay algunos que, para evitar el compromiso, tragan el niño. Todos rieron. Esa noche Eugenia sirvió ponche con piquete y caminó hacia el mueble donde estaba el aparato de música, puso “La chica de Ipanema”, con Roberto Carlos y Caetano Veloso. Ramiro la invitó a bailar, hizo a un lado la mesa, retiró las sillas y abrazó de la cintura a Eugenia. Fueron de un lado a otro de la estancia, mientras Hernán y Alfonso, tirados sobre sendas hamacas, reían y tomaban ron. En la ventana se reflejaban los rayos que caían escandalosos en medio de la noche lluviosa.
Ya no sabían cuántos años llevaban con la tradición, pero, desde la primera de su realización, lo celebraban con singular alegría y pasión. Ramiro, quien fue el primero que llevó el niño, había desaparecido. Una mañana, Eugenia se enteró que había cometido un fraude en la peletería donde laboraba y huyó con Rosaura Halcón, hacia quién sabe qué lugar, lejos del pueblo. Desde entonces, Hugo Venado fue el encargado de llevar el niño.
Ahora, los tres esperan a Hugo. Todo está ya dispuesto en la mesa, con el mantel blanco bordado con hilos verdes y amarillos, la botella de vino y un canasto lleno de manzanas y uvas. Eugenia ha caminado de la cocina al comedor varias veces y se ha acercado a la ventana con impaciencia. En una de las vueltas a la cocina ¡suena el timbre! Es él, piensa, se limpia las manos con el mandil de cuadros y corre a la puerta. Sí, ¡es Hugo! Él se quita el impermeable y deja al niño sobre la mesa. Mientras se seca el cabello con las manos, Hernán y Alfonso se levantan y van a ver al niño. Lo meten a la rosca, ríen, hacen bromas sobre quien será el suertudo de este año. Todos se relamen. El niño de esta noche, es rosadito, lleno de carnita, tiene apenas dos años. Afuera llueve más fuerte.