viernes, 27 de enero de 2012

PORQUE UN DÍA TODO MUNDO NACE




Todo comienza así: “Yo nací en…”. No es la hora ni el día del nacimiento el inicio de la biografía de un hombre sino el instante en que se dice: “yo nací en…”. De esta manera los hombres nacen mucho después de que nacen. Por esto los nacimientos verdaderos varían de un hombre a otro tanto como se tarden en estar conscientes de la frase y pronunciarla por primera vez.
¿Cuándo un hombre pronuncia por vez primera la frase? Puede ser en un salón de clases como respuesta a la pregunta de un maestro o puede ser en medio de una cita romántica con vela encendida sobre la mesa o puede ser en una entrevista de trabajo o puede ser al inicio de un discurso político.
Como el lector ya apreció, la respuesta depende de la circunstancia. No es lo mismo decir: “yo nací en…” ante un auditorio de diez mil personas que levanta pancartas y grita: “Sí se puede, sí se puede”, que hacerlo ante una hoja blanca de papel.
Pues bien yo nací en un pueblo donde todo mundo mira el nombre de Rosario Castellanos escrito en las paredes.
Yo nací en una ciudad donde las personas están dispuestas a decir su nombre por debajo del sobrenombre.
Soy de un pueblo donde una de sus poetas dice que no es del lugar sino que el lugar es suyo.
Nací en tiempo de cosecha, en medio de árboles llenos de flores blancas. Nací en un lugar que no tiene mar ni tiene estaciones donde llegue el tren. Nací en un pueblo que habla constantemente de ángeles sin haber visto alguno alguna vez.
Yo nací en medio de piedras y de polvo, por esto la historia de Sísifo me acompaña. Cada vez que me siento al parque o camino por las calles con rumbo a La Pila y miro a los pájaros o a las nubes pienso que me ha sido dado el don del vuelo, pero apenas intento levantar las alas una piedra cae desde el cielo.
Yo nací en temporada de lluvias, de lodazales y de tormentas; en tiempo que es necesario un impermeable o un limpiaparabrisas para ver el horizonte.
Nací envuelto en hojas de hierbasanta (momón, le dicen en el pueblo); al lado de un pasillo, frente a una puerta cerrada y con los ojos abiertos como si algo me asustara o me sedujera.
Yo nací en medio de las barbas de Dios, por esto a veces me siento liendre; nací sin guitarras eléctricas, sin barajas de póquer, sin casco de motociclista, sin piercing en la lengua; nací con una mano izquierda que no anda de chismes con la derecha.
Fue en un pueblo como auto con quemacoco. En un pueblo con vuelo de papalote, donde el viento cuenta cómo los ladrillos sueñan con hipopótamos y lagos.
Porque todo comienza cuando el hombre dice: “Yo nací en…”, digo que yo nací en la escalera de la Torre Eiffel, en la línea que divide los pechos de la Virgen María, en la arena que conserva la huella de Jesús, en el rescoldo del café, en la brasa del fogón, en el polvo de los libreros y en los granos de azúcar que se suicidan desde el borde de la cuchara.
Yo nací en medio de los barrotes de las jaulas y donde el viento es el aliento de mi padre y de mi madre. Yo nací en el corazón del árbol, en un pueblo donde el aire juega a inventar palabras y a brincar la cuerda. Y vos lector: ¿dónde naciste?