sábado, 4 de agosto de 2012

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LOS MENSAJES SON ETERNOS




Querida Mariana: cuenta la Mitología que Hermes era el mensajero de los Dioses. ¡Pucha! ¿Imaginás a Hermes en estos tiempos? ¿En estos tiempos en que el correo parece ser una institución casi extinta? Ahora, estoy seguro, los Dioses emplearían el Internet para enviar sus mensajes. ¿Para qué mensajero Hermes si tenemos celulares, facebook y Skipe? Tal vez Hermes, en estos tiempos, haría lo que Jaimito “El Cartero” y (para evitar la fatiga) enviaría mensajes electrónicos desde su aposento Divino.
Roberto Gómez Bolaños, el creador de El Chavo del Ocho, jamás imaginó que uno de sus personajes tuviese una estatua. En todo caso desearía una estatua para un personaje de los que él interpretó: El Chavo o el Doctor Chapatín o el Chapulín Colorado. Pero ¡no! El destino hizo que fuese el cartero nacido en Tangamandapio, lugar donde las autoridades y pueblo inauguraron la estatua en días pasados.
¿Vos conocés a algún cartero? Cuando yo era niño, el cartero era un personaje popular en el pueblo (también aparecía frecuentemente en revistas y en las caricaturas de la televisión). Ahora no creo que los jóvenes lo tengan como un referente inmediato. Ya la gente no acostumbra enviar cartas. Yo sólo uso el correo cuando envío libros por correo certificado (y a veces los envíos los realizo a través de una agencia de mensajería, porque el servicio, a pesar de que es más caro, es más rápido). Asimismo, cuando un cartero asoma a la casa es porque algún amigo me envía un libro. La semana pasada el cartero llamó dos veces (como en la sensual y misteriosa película interpretada por Jack Nicholson y Jessica Lange), la primera por un envío que me hizo mi amigo David Tovilla, con su libro más reciente: “Juguetes y ocasiones”; y la segunda por un envío que me hizo mi amiga y maestra Miriam Libhaber, con su libro más reciente: “Puntos de referencia”. Asimismo dos veces fui al edificio de Correos, para enviar ni novelilla: “Yo también me llamo Vincent” a dos afectos. ¿Vos usás el correo?
El otro día saludé al Director de Correos, mi amigo Jorge Daniel Tovar Avendaño, y me dijo que mi percepción es falsa, que Correos sigue siendo una institución muy demandada: en envíos por Mexpost y en venta de sellos para filatelistas. Yo le creo, pero tengo una ligera duda porque tiene años que mis amigos filatelistas abandonaron esa pasión (uno de ellos mejor se dedicó a coleccionar, en su computadora, fotos de muchachas bonitas que encuentra en el Internet. Cuando encuentra la foto de una muchacha que le gusta “la baja”, le inventa un nombre y una historia).
Las autoridades y el pueblo de Tangamandapio aprovecharon la popularidad del personaje e “invirtieron” en ello. Saben que ahora el nombre del pueblo anda rodando en medio mundo, gracias a ese reconocimiento que, de pasadita, le hicieron a la figura del cartero, y no faltarán los turistas que vayan al pueblo a tomarse una foto al lado de Jaimito.
Roberto Gómez Bolaños se sacó el personaje de la manga y lo hizo nacer en un pueblo con nombre extraño: Tangamandapio. En Michoacán muchos nombres son extraños porque están inspirados en lenguas purépechas (aún cuando el Internet dice que el nombre de Tangamandapio tiene origen Chichimeca). El autor del personaje (con la experiencia de todo el mundo) hizo que Jaimito contara que su pueblo natal tenía “crepúsculos arrebolados”. La fuerza de la repetición hizo que los millones de telespectadores identificaran al personaje.
El perfil del personaje no deja bien parados a los carteros de México, lo pinta como un viejo medio “güevón”, quien, para “evitar la fatiga”, no saca las cartas del bolso de cuero. No obstante, ahora, con la inauguración de la estatua en ese pueblo, la figura del cartero vuelve a tomar relevancia. Las historias de carteros vuelven a brillar. El otro día, Temo Santiago estuvo en el programa de radio “Crónicas de Adobe” (que se trasmite los martes, de tres a cuatro de la tarde, en radio IMER-Comitán) y contó que cuando trabajó de cartero le leía las cartas a una viejecilla de por el rumbo de El Cenicero, esquina con el Cerro de La Ametralladora. La mujer no sabía leer, así que Temo llegaba con la carta y le descifraba las historias que uno de sus hijos le enviaba desde los Estados Unidos. En recompensa, la señora a Temo le entregaba huevos de gallina.
¿Quién es el bueno que se encarga de recopilar las historias y anécdotas que conforman la Historia del Correo en Comitán? ¿Quién de los “mil” integrantes del Consejo de la Crónica se avienta el paquete vía terrestre? La güerita, María Antonieta Villatoro Córdova (mujer de Temo Santiago y nieta de ese personaje excelso de este pueblo: Maestro Bernardo Villatoro), también trabajó en correos y me contó que en los años sesenta “el campeón” del uso del servicio era don Ramiro Ruiz, dueño de La Proveedora Cultural. Las revistas y libros llegaban por correo a esta ciudad. Cuando los empleados miraban que por la esquina asomaba Jorge, empleado de don Rami, con el diablito lleno de devoluciones, los encargados de Correos se santiguaban y se metían un “pajuelazo” porque sabían que era hora de ponerse a chambear en serio. “¿Un pajuelazo?”, pregunté. Sí, me dijo María Antonieta, en ese tiempo había un cuarto de paquetería que llamaban “El cuarto negro” y ahí los empleados tenían una pachita para salvar cualquier contingencia. Como en esos maravillosos años laboraban de ocho a una y de tres a seis, a veces, los compas se ponían de acuerdo para ir a comer en El Restaurante Jardín, con doña Cata. A la hora que regresaban ya regresaban “inquietos” porque la comida la acompañaban con una o dos cervezas y una copita de comiteco. Así que un compa (nunca falta) iba, rápido, a comprar una pachita en la vinatería de don Luis Bonifaz y regresaba veloz, como si fuera de entrega inmediata en servicio aéreo.
María Antonieta también cuenta que no faltaban los parientes “imprudentes” que hacían caso a la imprudencia de los hijos que radicaban en los Estados Unidos. “¿Qué va usted a enviar?”, preguntaba, mientras pesaba la caja de cartón. “Es tzizim”. ¿Tzizim? Sí, una señora enviaba kilos de tzizim a su hijo que vivía en La Florida, Estados Unidos. Pero esto no era todo, también enviaba kilos de chorizo, carne salada, pan, quesos y tostadas. ¡Dios mío! El paisano era antojadizo y la mamá le hacía su gusto. Como la güerita, también, le hacía su gusto a la señora, ésta, una vez llegó y le dijo: “No sé si lo va’sté a querer un su regalito. ‘Toy con penas” y le dio una gallina zarada. “Se lo doy -dijo- porque has’té sido buena al mandar sus antojitos a mi hijo. Me mandó una foto y viera’sté qué galanote está”.
No creo que ahora exista el “cuarto negro”. Ahora el horario es corrido y ya van a comer a su casa y el cartero que quiere refinarse unas sus cheladas o micheladas pues ya puede entonarse sin cuidado porque tiene la encomienda de regresar hasta el otro día.
No creo que ahora el correo permita envíos de tzizim o de quesos.
La gente de mis tiempos recuerda con emoción y con gran incertidumbre a un cartero que sigue siendo una referencia para nuestra nostalgia: Ramirito Alfonzo. Ramirito tenía una cierta lesión emocional o nerviosa que lo obligaba a ir a recibir un tratamiento médico, de vez en vez, a Oaxaca. Una mañana, como lo hacía siempre, se despidió de todos y subió a la Colón, ¡nunca regresó! Luego el rumor indicó que antes de llegar a Oaxaca bajó en una estación de saber qué pueblo y no subió al camión. ¿Lo buscaron? No lo sé. Lo único que sé es que, desde entonces, los comitecos, al recordarlo, dicen: “Ah, Ramirito, se extravió. ¡Saber qué le pasó!”.
Le pasó un poco lo que le pasó al Premio Chiapas y excelente jazzista: Hilario Sánchez. Él, hace apenas dos o tres años, llegó a San Cristóbal de Las Casas, desde la ciudad de México. La compañera de toda su vida, Micky, ya había fallecido. Hilario entró a trabajar, como pianista, en un hotel de Las Casas, donde ocupaba una habitación. Una mañana tomó su sombrero, dijo que regresaba en la tarde para la actuación de la noche y ¡jamás volvió! ¡Dios mío, qué les sucede a esos seres que no dejan rastro, que, como si fuesen agua, se evaporan! Nuestro Ramirito, el cartero, también, como si fuese un grano de arena se deshizo en un ligero ventarrón y jamás volvimos a saber de él.
Hay un cuento de un escritor chino que tiene como personaje principal a un cartero. Él, todas las noches, mete los pies en una palangana con agua caliente, para que sus pies se desentuman. Mientras tiene los pies adentro del agua lee las dos cartas que siempre roba y nunca entrega a sus destinatarios. Uno entiende que los hombres comunes se cansan, se cansan físicamente y, a veces, también se enfadan con la rutina de todos los días. Sólo Hermes no tenía necesidad de masajes especiales.
Hace varios años que no recibo alguna carta. Ahora todo es por el Internet. Estas cartas que te envío las envío a tu correo de Hotmail. Las envío un minuto antes de que vos las recibás. Si vivieras en China las recibirías en el mismo tiempo. Las distancias se han acortado.
Antes las historias de amor sabían de pausas y crecían bajo el agua de la paciencia. ¿Ya te conté de aquella mujer solterona que, cuarenta años después, recibió la carta donde el enamorado le pedía si aceptaba casarse con él? ¿Imaginás tal tragedia? Hoy, la vida es instantánea. Si una noche tengo la urgencia de decirte que te quiero te envío un mensaje y segundos después vos recibís el ramo de mis deseos. Por esto, tal vez, hoy la gente es más apresuradita en todo. Los novios apenas se están tomando la mano cuando ésta ya está bajando a dónde, antes, sólo bajaba durante la noche de bodas.
Posdata: El otro día, saliendo del correo me topé con María Elena Jiménez. Ella, en cuanto me vio dijo: “¿Te cuento una adivinanza comiteca para que se la digás a tu Mariana?” ¡Sale!, le dije, y ella me dijo: “¿Qué le dijo un bosque a otro bosque?” No sé, no sé. ¡Cuántos palitos nos echamos! “No, no, qué mudo sos”, dijo. Pues no sé, no sé, me doy. ¿Qué le dijo un bosque a otro bosque?, pregunté y Malena dijo: “Y vos ¿qué?” Ambos nos hamaqueamos de la risa. ¿Te gustó? La adivinanza es muy comiteca, ¿a poco no?
¿Vos conocés Tangamandapio? Un día fui a Michoacán y conocí Tocumbo, lugar donde nació mi suegro y donde, cuentan, venden muchas paletas y nieves. ¿No se te antoja ir a ver los crepúsculos arrebolados del pueblo de Jaimito?
Jaimito, el cartero, ¿comía paletas de La Michoacana? ¿Qué dulces le gustaba a nuestro Ramirito, el cartero? Vaya ahora una oración para ambos, queridos carteros que tenemos enredados en nuestros corazones.