viernes, 17 de agosto de 2012

PARA DAR VUELTAS SIN SENTIDO ALREDEDOR DEL ÁNGEL DE LA INDEPENDENCIA




No sé mucho de fútbol soccer. Apenas sé algunas reglas: que el portero puede tomar el balón con las manos, pero los otros jugadores ¡no! Es un poco como el juego de los amantes cómplices: yo puedo tocar a mi amada, pero los otros ¡no! Y, sin embargo, a cada rato los jugadores (de fútbol) tocan la pelota con las manos y el árbitro los sanciona. Si un defensa toma la pelota con las manos en el área cercana a la portería, el árbitro decreta ¡penalti! Por desgracia, no sucede lo mismo con los amantes, cuando el infaltable amante advenedizo toca a la amada en zona peligrosa ¡no hay árbitro que sancione! Al contrario, la mano se desliza sutil. Parece que el fútbol soccer (un juego tan elemental, tan primitivo) tiene mejores reglas que los juegos prohibidos de los amantes. Parece (¡Dios mío!) que la humanidad le concede más importancia a un juego donde los jugadores patean un balón que al juego donde los participantes patean la vida (¡su vida!).
Y digo lo anterior porque ahora que México se desborda en elogios para la Selección de Fútbol que ganó el oro nos olvidamos que, como en el juego de la vida, hay ratos en que el burro toca la flauta. Los comentaristas (los que viven de ensalzar a los mediocres) se lastiman la garganta y gritan que ahora sí, que ahora sí la Selección anuló el “ya merito” convirtiéndolo en un maravilloso “¡sí se puede!” y los jugadores se convierten en “Niños héroes” y en ejemplo de lo que se debe hacer, de acá en adelante. Nos olvidamos de todos aquéllos, fuera de reflectores, que día a día construyen este México.
Pareciera que ahora los Gios y compañía están por encima de los Hidalgos y de los Morelos. Estos compas ¡sí nos están dando la patria!
Me da mucha pena decir lo que diré a continuación, sobre todo pensando en que soy uno más de los advenedizos. Me disculpan, pero el logro de esos jugadores no erradicó “el ya merito” para siempre. Apenas fue un deslumbre, una flama de cerillo que ya está apagada. De acá en adelante (ya lo verán) el nivel de juego de los muchachos volverá a tomar su cauce normal, el de un equipo de vanidades que representa a un país que no tiene vocación de ganador. Y esto es así porque el Gobierno y la sociedad siguen otorgando una absurda importancia a lo secundario. Seríamos un país de méritos y no de ya meritos si la sociedad volviera el rostro a lo importante.
¿Anularon el “ya merito” y lograron erigir el “sí se puede”? Lo dudo, lo dudo mucho. Disculpen ustedes, por favor, ustedes que celebran con bombo y cerveza Superior hasta llegar al vómito, el triunfo de la Selección. ¡No terminaron con el “ya merito”! El resultado de las elecciones federales pasadas nos demuestra que seguimos siendo los mismos. Lo que sí lograron los jugadores de la Selección fue advertirnos que, a veces, la lógica se queda detrás del azar. Fruto de la suerte fue el oro logrado por la Selección.
Me da pena decirlo, pero el nivel de juego de “nuestros muchachos” (según los ladridos del Perro Bermúdez) es de segunda categoría. Pateamos el balón sin mucha inteligencia, porque lo que hacemos, al estar sentados frente al televisor, emocionándonos de más, acompañados de un six pack y con el pomo de güisqui en espera, es ¡patear la vida!
Cuando menos, digo yo, en el juego de cama, los amantes disfrutan la ausencia de reglas escritas y se pasan de una cancha a otra sin mucho remordimiento. Pero, como todo en la vida, también en ese territorio seguirá existiendo el “ya merito” cuando el amante, qué jodido (no se puede evitar), no logra una buena erección para gritar, encuerado y lleno de sudor, corriendo por toda la recámara un grito de “¡Sí se pudo!”. Cuando se logra es gracias al azar, a la suerte. Si no, que lo digan los millones de muchachas bonitas, quienes, cubriéndose el cuerpo con la sábana húmeda, quedan con las ganas de gritar ¡gol, gol! La mayoría de muchachas bonitas dicen, con tono de reclamo y de frustración: ¡la tenía, era suya y la dejó ir! ¡Bah!