viernes, 24 de agosto de 2012

TEMPERANTE PARA TU SALVADILLO




Busco en el diccionario y encuentro: “Temperante: que posee la virtud de la templanza”. ¡Ah, pucha, qué definición tan sobria! Y digo sobria porque quien posee templanza es, por definición, una persona ecuánime.
¡Muchos comitecos se paran en la panza de la templanza y la somatan con sus pies, porque, la mera verdad, son de todo, menos sobrios! (y no me refiero a que a veces se embolen, porque también le entran al comiteco y al “charrito” con alegría). Muchos comitecos que aman la vida caminan por el filo del exceso. Esa prédica de “Todo con medida ¡nada con exceso!”, no va con nuestro carácter. Esto lo advierten quienes llegan a nuestro pueblo. Los ajenos encuentran que la mayoría de comitecos es querendona al extremo; los comitecos abrimos nuestro corazón y, de inmediato, a los otros les abrimos la puerta de nuestra casa y los metemos al patio lleno de luz.
El clima de nuestra ciudad es templado, pero el clima de nuestro espíritu es cálido y no se diga el alma de nuestras muchachas bonitas. No por algo se cuenta aquella anécdota de que cuando el tenocté florea nuestras muchachas bonitas rápido rápido hacen su maletía para “juirse” con el amado. No es mera calentura es el natural de nuestro espíritu.
Por esto, cuando en Comitán oímos la palabra temperante nos botamos de la risa, porque sabemos que quien lo dice no alude a la templanza. ¡No, no! Quien pronuncia temperante está hablando de un líquido hecho con agua, azúcar, canela, clavo y un color rojo vegetal. Este temperante lo regamos abundantemente en un pan llamado salvadillo. Todo mundo, a la hora del postre o del antojo, invita: “¿Querés un tu salvadillo con temperante?”. De inmediato el invitado prepara el dedo índice para abrir el hoyo, porque habrá que decir (para las personas que no saben de esta vocación), al pan debe abrírsele un hoyo justo a la mitad en la parte superior para que el temperante entre y empape el interior del pan. Por esto, para que el pan absorba de manera generosa el líquido rojo rojo, el comensal juega con el índice y escarba el interior del pan. Yo he visto a algunos que lo hacen como si hurgaran con delicadeza el pétalo de su amada. Debo decir que el temperante también sirve para preparar una bebida: un chorro de temperante en un vaso de agua produce una bebida que se toma con un pan llamado cazueleja y que debe ser “sopeado” para óptimos resultados.
Pero a partir del viernes pasado (¡Dios mío, paren las prensas!), los comitecos no sólo aludiremos a la templanza o al líquido rojo rojo cuando escuchemos la palabra temperante. A Daniel Saborío y a Antonio Barro se les ocurrió embarrar de temperante las plazas y las calles y el corazón de este pueblo. Ellos laboran en el DIARIO C (un diario de aparición reciente en Comitán) y (supongo), jóvenes con corazón de tiuca y ánimo de león precoz, presentaron a su jefe el proyecto de hacer una revista de esas llamadas culturales. ¡Por San Caralampio bendito! ¿Una revista cultural en México, en Chiapas, en Comitán? ¿Qué creen estos jóvenes? Pues sí, lector, estos jóvenes creen que una cruzada por el arte ¡es posible! Creen que, desde una vitrina de papel, puede formularse un mejor mundo; creen que es posible, a través de la palabra y de la imagen, lograr la transformación del hombre, tan necesaria en estos tiempos de nubes estériles, de nubes radioactivas, de nubes de cartón, de mares aguados. Y por esto, desde entonces, en Comitán circula la revista quincenal “Temperante”.
Ah, cuántas iniciativas similares han fracasado en este pueblo. Espero, por el bien de todos (de verdad, ¡por todos!) que este proyecto lleno de color rojo rojo, de dulce esperanza, de clavo sin Cristo, de canela con vela, vuele como papalote y se embarre en el corazón salvadillo de los comitecos y demás espíritus circunvecinos.
Sólo de los jóvenes se esperan los grandes logros, sólo de ellos puede ser posible advertir un mejor hueco en el aire. Ojalá que Temperante dure mucho y sea el signo de la templanza de éste, que es un pueblo chingón, pero que no vuela porque, a cada rato, él mismo se flagela y se corta las alas.