miércoles, 12 de septiembre de 2012

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL AIRE TIENE BOLSAS




Querida Mariana: el tío Paquito es simpático. El otro día me preguntó: “Oí, vos, en la última invitación escribiste que ofrecerían vino de honor al término de la presentación de un libro. ¿Por qué vino de honor? El vino de honor ¿está hecho de uvas honorarias? O ¿es alguien que vino de una ciudad que se llama Honor? ¡Vino de Honor! ¿Cuál es el gentilicio de los nacidos en Honor? ¿Honoríficos?
Pucha, es de lo que no hay. Siempre que viene a la casa anda remilgando por palabras más, palabras menos. Me recuerda al personaje de Derbez, el que exige que alguien le explique.
“Luego, cuando vas en el avión, dicen que el zangoloteo es porque entramos a una bolsa de aire. Ya me quiero ver, el día del cumpleaños de tu tía Andrea, entregándole una bolsa de aire, como regalo. Lo que tu tía quiere es una bolsa de esas que usa la Elba Esther Gordillo, o ya de perdida, una hecha con piel de cocodrilo, de esas que venden de contrabando en la peletería de don Juan”.
Sonrío, porque luego pienso en una bolsa de trabajo, pero nada digo, porque sé que algo le encontrará. Y luego pienso en el Bolsón de Mapimí y me quedo callado, porque ¡saber qué diría!
El tío, a veces, llega a casa con una botella de ron. Mi mamá saca la poltrona y una mesa para que el tío eche su traguito. Mi mamá coloca un mantel blanco y, en platitos, sirve cáscara de chicharrón, queso, tostaditas, rodajas de butifarra y aceitunas. El tío, remilgando en contra de “las ideas que no llegan”, abre la botella y se sirve un “tutanazo” que bebe de un solo trago.
¿Por qué no llegan las ideas?, pregunta en voz alta y me ve. “Ya les he dicho a las mudencas que no se suban a las combis, por esto no llegan. ¿Por qué no viajan en la ADO?”, pregunta, enojado de verdad. Este enojo sólo le sirve de pretexto para servir más ron en su vaso y, de igual forma que hizo con el primer trago, tomarlo de un solo envión, como si fuese practicante de halterofilia y le estuviese prohibido detener el movimiento a la hora de levantar la pesa, el vaso.
Siempre compra una botella de litro, aunque jamás la termina. Antes de que el contenido llegue a la mitad él duerme y parece péndulo sobre la silla de madera. Una vez mi mamá le preguntó por qué no compraba una botella más pequeña, no sé, dijo ella, una de tres cuartos por ejemplo. ¡No, no!, gritó el tío. ¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? Entonces explicó que sólo debían existir las botellas de medio litro y las de litro. ¿Cómo era eso de botellas de tres cuartos? ¿A poco las botellas eran casas para tener cuartos? Explicó que, una vez, siendo joven, en compañía de amigos, bebió de una botella y cuando un amigo le explicó que era de tres cuartos, él, por una asociación extraña (relacionada, sin duda, con su propensión a buscar torceduras al lenguaje), imaginó a la botella como un motel y su cuerpo comenzó a arder de más, se puso rojo, rojo y su pene se agrandó. Tuvo una necesidad imperiosa de fornicar. Cuando el dueño de la casa lo halló en la cocina, bajándole el calzón a la cocinera (que era la nana de la casa) lo corrió y lo amenazó con que si volvía a poner un pie en la casa lo castraría. ¡Cochino! ¡Habrase visto! Desde entonces tiene mucho cuidado con las pesas y medidas. Le gusta comprar, por ejemplo, treinta centímetros de tela, pero nunca, ¡jamás!, diez pies de tela. ¿Cómo -pregunta- voy a comprar pies de tela? ¿Son telas caminadoras? ¿Las usan los maratonistas?
A veces nos exaspera la visita del tío Paquito, pero, otras veces, disfrutamos mucho los caminos de desahogue que camina.