sábado, 1 de septiembre de 2012

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO HUBO UN TIEMPO EN QUE LOS “132” ILUMINARON COMITÁN




Querida Mariana: hubo un tiempo en que la Escuela Preparatoria funcionó donde ahora está la Casa de la Cultura. ¿Sabrán los chavos preparatorianos de hoy que un grupo de los años 70 les consiguió mejores instalaciones? No, no lo saben. No hay ninguna placa que así lo consigne.
Lupita Nájera, quien fue mi compañera de aula, refrescó mi memoria. Dijo, con vehemencia y pasión, que nuestra generación fue la generación del cambio. Dijo: “¿Te acordás que fuimos la primera generación de preparatoria de tres años?”. Sí, dije. No me acordaba. Vos sabés que mi memoria es como carrizo. Dijo: “¿Te acordás que nosotros logramos la construcción del nuevo edificio de la Prepa?”. Sí, dije. No lo recordaba. Apenas recordaba que era el año de 1974; apenas que nuestro grupo de tercer año de prepa se escindió y -cosa insólita- hubo dos bailes de graduación: uno que fue amenizado por Luis Arcaraz (¡nada más y nada menos!) y otro que fue amenizado (si la memoria no me hace chuza) por Acerina y su danzonera.
Una mañana, yo jugaba en el billar de Nevelandia. En medio del humo de cigarro apunté a la bola número 8, iba a mover el taco cuando Jorge lo detuvo y me dijo: “Apurate. Vamos a hacer huelga”. Dejé el taco sobre el paño verde y salimos corriendo. Jorge dio tres toques largos y dos cortos en la puerta de madera del salón de la Prepa donde el grupo de huelguistas preparaba el movimiento. Armando abrió tantito y preguntó: “¿Quién?”. “Nosotros, pendejo. ¿Quién más?”, dijo Jorge. Armando cerró y, desde adentro, dijo: “¿Cuál es la contraseña?”. Jorge se enojó, empujó la puerta y le dijo a Armando que se dejara de pendejadas, maestro Rey se iba a dar cuenta. Adentro del salón, con las ventanas cerradas e iluminado con apenas un foco de sesenta watts, los líderes de nuestro grupo planteaban las estrategias. Raúl Jiménez (uno de los líderes principales, el otro fue Marco Antonio Constantino, hermano mayor de Jorge, quien fue Presidente Municipal de Comitán; por ahí también andaba Cándido Alfaro) dijo que un grupo se escondería en el auditorio y cuando todo mundo fuera a comer, ellos atrancarían, por dentro, la puerta principal. ¡Y así fue! A la hora que la mayoría de alumnos fue a casa, a comer, para volver a las cuatro de la tarde, a las dos últimas clases del día, un grupo de diez o quince o veinte compañeros (¡te digo que tengo muy mala memoria!) se escondió en el auditorio y esperó a que el maestro Reynaldo Avendaño y las secretarias cerraran la enorme puerta. A las dos y media (imagino) alguien avisó: “¡Ya, ya se fueron!” y la caterva de muchachos inquietos salió, fue por las tablas de madera de pino, los martillos y los clavos. Imagino que dos tomaron la tabla por los extremos y otro, con enjundia, con pasión, clavó (clavos de tres pulgadas) contra la puerta. Así, una tabla tras otra hasta dejar la puerta como cara de accidentado. Si alguien hubiese pasado por afuera habría escuchado el rebumbio. Pero, ¡ah, qué prodigio!, en ese tiempo, de dos a cuatro, Comitán se quedaba vacío, porque todo mundo andaba en su casa o en los aguajes, consintiendo el cuerpecito, con alguna cerveza bien fría, con alguna copa de comiteco y con un buen plato de cocido o de olla podrida. ¡Ah, qué bendición! Los otros andaban botados en sus camas en la siesta.
No sólo Lupita Nájera refrescó mi memoria. Un compa (saber quién, perdón) subió una foto al facebook, una foto donde están cinco muchachos de esos tiempos infinitos de 1974, de la gloriosa Preparatoria de Comitán. La foto tiene un color sepia huraño, como de camiseta muchas veces manchada y lavada. Por esto, la foto es más bien oscura, pero la luz de los cinco muchachos hace que la foto brille de más. Cuatro de ellos sonríen, el quinto ¡ríe con una risa de bosque de pinos! Quien ríe se llama Alfredo Gordillo Zamora (le decimos El Chino, los de más confianza le dicen Chino Bolas y yo nunca supe por qué le decimos así, más bien le podríamos haber dicho El Negro, porque su piel es morena y, en esos años de pantalones acampanados y collares al cuello, usaba una cabellera estilo Afro que le envidiaba medio Comitán. ¡Ah, que cabellera tan de árbol lleno de tzucumos, tan cielo lleno de nubes presagiando tormenta!).
En todos los grupos, de todas las escuelas, de todos los tiempos, siempre hay palomillas. La de esta fotografía era una buena palomilla. Acompañan a El Chino: Hugo Fritz, Hugo Ramírez, Rogelio López y Enrique Penagos (hermano de Víctor, el muchacho que apenas la semana pasada falleció ¡qué pena!).
Esta fotografía y lo que dijo Lupita fue como un balde de agua refrescante y limpia. Sí, Lupita tiene razón, fuimos una generación del cambio.
Yo no tenía mucho aprecio por la música (mis gustos no pasaban de lo que escuchaba en la XEUI: Ray Coniff, Leo Dan, Roberto Carlos (éste aún me gusta), José José (éste ya no tanto) y Paul Mauriat). Pero, la palomilla de la foto sí escuchaba música diferente. Recuerdo a otro integrante de esa palomilla, Roberto González, excelente baterista; lo recuerdo con un disco bajo el brazo, el disco era Philosopher, de Yellowstone and Voice. ¿Dónde conseguía, Roberto, esos discos? Seguro que no en La Casa del Ciclista. Tal vez sus primos, quienes eran músicos famosos, se los enviaban desde la ciudad de México. Ah, Philosopher, ¡ah! “All the children in the park, searching the sculpture to find where you are…” (Dios mío, ¿qué significa? Mi conciencia dice: “Bueno, bueno malmudo, por no poner atención en las clases de la Maestra González, sólo aprendiste a decir good by y so long”. En mi inglés elemental entiendo que los versos iniciales de esa canción dicen: “todos los niños en el parque buscan la escultura para saber dónde estás”) Te encargo, niña bonita, que me ayudés en la traducción completa.
Un día, muchos años después, caminaba por la ciudad de México, y en una zapatería sonaba esta canción. Me detuve, extendí mi brazo y lo apoyé sobre la pared. “¿Qué te pasó?”, me preguntó mi acompañante. Me sostuvo. “Nada”, le dije, pero luego rectifiqué, le dije: “¡todo!” Vos sabés, hay canciones que nos vuelven a tocar muchos años después y nos sacuden las piedras que cargamos y ellas se vuelven más pesadas o, por el contrario, se convierten en nubes.
El Maestro Rey llegó a las tres y media de la tarde. Siempre llegaba puntual a abrir la puerta de la Escuela Preparatoria. Ya las secretarias lo esperaban, reclinadas sobre un murete del corredor exterior que estaba frente a la famosa “manzana de la discordia”. El maestro metió la llave, le dio vuelta y empujó. ¡Nada! La puerta no se abrió. El Maestro hizo otro intento. Empujó más fuerte. Algunos alumnos que estábamos afuera, seguíamos apoyados en el murete. Algunos se tapaban la boca para ahogar la risa, otros, con pena, lamentaban el esfuerzo que hacía el Maestro que continuaba en su intento de abrir. Una secretaria se acercó y ayudó a empujar. ¡Nada! Uno de nosotros, no sé quién fue, se acercó y le dijo que la escuela estaba tomada por los estudiantes. El Maestro, entonces, pateó la puerta, pero el intento fue estéril. Maestro, le dijo el estudiante, la puerta esta clavada por dentro. Nadie podrá abrirla, hasta que una Comisión sea recibida por el Director (que era el Doctor Elías Macal).
Eva Morante señaló el otro día, en el facebook, que en esos años setenta el Café Intermezzo era territorio prohibido para las jóvenes y, agrega Pedro, el billar de Nevelandia lo era para los jóvenes. Ah, pobres padres setenteros. No sabían que en esos espacios estábamos a resguardo de peligros. Vivíamos el Centro como ahora lo viven los jóvenes preparatorianos que se reúnen en torno de la fuente. Cuando veo a los jóvenes de estos tiempos platicando, chanceando, riendo en el parque central me da gusto. Sé que están en un territorio seguro. Gracias a que el parque central era el lugar de reunión los jóvenes de esos tiempos seguimos en el camino menos irregular, el que tiene menos piedras.
Un día, el Secretario de Educación se presentó y los líderes (en el auditorio de la Prepa, cuyo edificio seguía tomado por los revolucionarios, por los padres y abuelos de los 132) le expusieron “nuestras” demandas (pongo entrecomillado el “nuestras” porque varios no teníamos mayor conciencia de lo que ellos estaban haciendo y logrando. Varios seguíamos jugando billar y gozando de la dulce vida, sin tener clases, porque en la puerta de lo que hoy es la Casa de la Cultura, ¡esa misma puerta!, estaba clavada la bandera con colores rojo y negro, símbolo de huelga). Los jóvenes preparatorianos exigieron ¡un nuevo edificio! No dejaron que las autoridades educativas del estado se fueran sin firmar el compromiso de cumplir con las exigencias del grupo de jóvenes preparatorianos. Ese movimiento logró la construcción de la Escuela Secundaria y de la actual Escuela Preparatoria. Por esto, cuando un día, hace tiempo, corrió el rumor de que el terreno de la Prepa sería catafixiado para que ahí construyeran un centro comercial, más de tres ex compañeros me llamaron y dijeron que no lo permitiríamos. Yo dije ¡no, no lo permitiremos!, pero yo recibí las llamadas mientras jugaba carambola en el billar que está frente al parque central. Ellos dijeron: que ni lo intente el Presidente Municipal, y yo dije: que no, que ni lo intente. Porque, agregaron, le haremos un movimiento de resistencia más fuerte que el de 1974, y yo dije que sí, que sería más intenso. Lo dije mientras hacía una carambola de tres bandas.
Posdata: querida mía. Este textillo sólo es un pretexto para decir a mis compañeros de esa generación que hoy ¡los admiro más que nunca! Admiro su coraje, su entereza y su decisión para hacer las cosas. Hoy sé que el movimiento tuvo aristas. Todos los movimientos políticos tienen una doble intención. Al final, el Doctor Elías Macal fue destituido de su cargo y entró el Arquitecto Roberto Zúñiga como Director de la Preparatoria. ¿Quién movió los hilos para ese cambio? Yo no sé. Yo no sé nada. Tal vez algún día, uno de los líderes se decida a contar esa maravillosa historia donde un puñado de valientes logró la edificación de un edificio más digno. La mera verdad es que nuestros salones eran más oscuros que los salones donde hoy estudian los preparatorianos, pero, parece, los corazones de esos preparatorianos del 74 estaban henchidos de luz.
No sé si logrés mirar bien la foto. Está un poco oscura. La robé del “facebook”. Jugué al ladrón porque cuando la vi fue como si caminara por aquella calle del Distrito Federal, me detuve en la pared y escuché la canción de Philosopher.
Y si digo que los chavos de aquellos años nos salvamos por andar en el parque no hablo a lo mudo. Los chavos de hoy llegan a ese espacio porque están seguros de lo mismo. Tal vez algún día se dieron cuenta de que tenían árboles, campos deportivos y salones dignos, pero les faltaba el lugar donde los “132” del 74 hicieron historia.