sábado, 15 de septiembre de 2012


CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO ES LA CASA DE MANUEL

Querida Mariana: ¿sabés cuántas casas tiene Gabriel García Márquez o Mario Vargas Llosa? ¡Más de dos, seguro! El escritor Carlos Fuentes pasaba una temporada en Londres y otra en México, en casas propias. Los escritores de fama tienen casas alrededor del mundo. A los hispanoamericanos les fascina tener casas en Europa, donde pasan buenas temporadas. La escritora española Rosa Montero no le perdona a Gabriel García Márquez haber aceptado el regalo de una casa que Fidel Castro Ruz le hizo en Cuba (dice Rosa que no es justo aceptar el regalo de una casa en un país con tantas carencias. Bueno, Rosa no conoce el caso de los políticos mexicanos corruptos que compran residencias en otros países, con la lanita que roban, y que, en términos exactos, es paga de los contribuyentes mexicanos o que proviene de la venta del petróleo, por ejemplo, y que en teoría es paga para el desarrollo del país todo).
Pero hubo un tiempo en que Gabriel y Mario (y los demás escritores) sólo tuvieron una casa: la casa de su infancia. Manuel de Jesús Aguilar Díaz es un artista que trabaja el barro y, por ahora, vive en la casa que fue la casa de su infancia (en la ranchería Yalumá). Su casa está (por un lado) en un terreno cercano a una escuela, y por el otro lado en terrenos donde la milpa, como si fuese bebé sietemesino, se obstina en sobrevivir y crecer (nuestras tierras de temporal nos acostumbran a vivir metidos en la esperanza). La tarde que fui a casa de Manuel, el viento gateaba en los surcos y apenas movía las cañas. En la lejanía (una lejanía que está cerca de Comitán) los montes se levantan como pechos en una niña de diez años. Nuestros montes son discretos, apenas se muestran sobre el horizonte. Hay lugares (los que Gabo y Mario han sobrevolado) donde las montañas son olas enormes llenas de tierra, tsunamis petrificados. Las montañas portentosas moldean el espíritu del hombre, lo hacen humilde o temeroso. ¿Qué ego resiste el baño de una montaña como el Pico de Orizaba? En cambio, los montes que Manuel mira, desde el patio de su casa, son discretos. Esta discreción de paisaje alimenta dos tipos de ego: uno que se incorpora al entorno y crea hombres también discretos y humildes; otro que se cree mucho y se siente más alto que el montículo y trata de elevarse al cielo para hablar de tú (o de vos) con los Dioses. Acá, en Comitán, tenemos personas con los dos caracteres. Hay hombres y mujeres que caminan como pavorreales y que se creen más altos que el Junchavín; hay otros (gracias a Dios) que se saben hoja sencilla del árbol y caminan humildemente, maravillados y maravillosos, por las bajadas y por las subidas de este pueblo. Por el momento, Manuel camina en medio del barro, con sus pies descalzos. Manuel camina, como recomiendan los sabios, con los pies bien puestos en la tierra, pero con el corazón y la mente enredados en los sueños de altura.
Ya conté el otro día cómo la obra de Manuel me sedujo en la exposición que montó durante el Festival Rosario Castellanos, en el lobby del Teatro de la Ciudad (me cuentan que ahora su obra está expuesta en el Museo de Arte Hermila Domínguez de Castellanos). Por esto, una de estas tardes me trepé al carro y lo fui a conocer. Lo conocí. Vestía chanclas, un pantalón de mezclilla y una playera que un día fue blanca y completa. Sus pies, manos, brazos y parte del rostro estaban llenos de barro. Fui (lo confieso) más que a conocer a Manuel ¡a conocer su casa! Un poco como si supiera que si conocía la casa conocería el espíritu del artista.
No es broma lo que digo. La gente sabe que el artista pepena la piedra de la creación en los años de infancia, en los corredores y patios de la casa donde creció. Crecemos mirando el suelo y el cielo, desde el patio de nuestra casa.
Una tarde antes anduve por el barrio de San Sebastián y por su parque (recién remodelado). Hallé algo novedoso: la gente mira hacia el suelo. A mí me gusta mirar hacia arriba. Cuando estoy en un parque busco los árboles, miro hacia arriba y miro los pedazos de cielo que se cuelan por en medio de las frondas. El contraste entre el azul y el verde, entre la luz y la sombra, es fascinante.
Manuel, sin duda, creció en medio de esa sombra y de esa luz. En el traspatio de su casa hay un árbol de nantzerol (¡Dios mío, qué nombre tan bello, qué fruta tan “azariada”!). Cosimo, el personaje principal de una novela de Italo Calvino, decide un día treparse a un árbol y no volver a colocar pie en tierra. Su mamá se alarma, pero el papá le dice a ella que no se preocupe, en cualquier rato ¡bajará! El papá se equivoca, porque Cosimo no baja nunca. Se queda a vivir en los árboles hasta que fallece. Manuel, sin duda, de niño trepó al nantzerol o al árbol de jocote que está al lado del patio de entrada. La mayoría de niños trepa a los árboles y luego baja. Parece que Manuel está en ese terreno que tiene mucha semejanza con el limbo, que es el terreno propicio para los creadores. Son niños que nunca dejan de subir al árbol (a veces lo siguen haciendo físicamente o lo hacen con el lazo de su espíritu).
¿De dónde las historias que cuenta Gabo? ¡Son terrones arrancados en el patio de su casa de Aracataca! El propio Gabo (de manera consciente) platica cómo su literatura está impregnada de las historias que le contó su abuela, cuando él era niño. Lo mismo sucede con todos los grandes escritores, lo mismo con todos los grandes artistas. Tal vez Manuel pepenó en el patio de su infancia el barro que ahora empapa su mente y su corazón.
¿Por qué los comitecos ahora miran al suelo en el parque de San Sebastián? La gente, como si buscara monedas o rondanas, mira hacia abajo. Luis David Ramírez (arquitecto encargado del proyecto “Ciudad Rosario”) invitó a Arturo Avendaño a intervenir el “suelo del parque” con fragmentos de poemas de Rosario. Como Arturo es uno de los más connotados artistas ceramistas del país (para orgullo nuestro), el suelo del parque ganó luminosidad. En Comitán, ahora, vemos al cielo y también al suelo porque ahí pepenamos la luz. La obra de Arturo es de excepción. ¿Cómo es posible que con simple barro logre tal textura, tal juego de nubes?
Los artistas que juegan con el barro (como Arturo y Manuel) tienen en sus manos los cuatro elementos: el agua, el fuego, el aire y la tierra. El corazón del ceramista está enredado en la fragua de Vulcano; cabalga sobre el lomo de la furia del aire y bebe del vaso donde el agua y la tierra toman el color del pozol de cacao. No hay (lo siento) artista más completo que el creador que juega con el barro. Por esto, ahora en el parque de San Sebastián, la gente se maravilla ante la obra de Arturo. No es más que tierra modelada, no más que tierra insuflada por el hálito Divino.
Los niños, antes que jugar con las palabras, antes que jugar con los colores, antes que tocar una pequeña guitarra o una marimba chiquitía, ¡mucho antes!, juegan con la tierra (el cabrón del Javier, dice que yo no jugué ni mi caca cuando era chiquitío). La tierra es el lugar de nuestro reconocimiento. Los hombres que hacen obras artísticas con la tierra no hacen más que confirmar su religión.
¿Qué hizo que Gabriel García Márquez, un día, en lugar de seguir jugando con la tierra decidiera jugar con las palabras para toda su vida? En el fondo, los escritores también, a su modo, siguen jugando con la tierra, porque la nombran y al hacerlo es como si escribieran sobre la arena del cielo, como si embarraran el barro sobre la pared del aire.
El otro día, Francisco Gordillo Alfonzo (en el facebook), mencionó que al oír la canción “La noche que Chicago murió”, su mente (y tal vez su corazón) lo remitía, de inmediato, a la casa de su tía Tere. Todo lo que vivimos después de niños no es más que un eterno regreso a la luz esencial: el patio de la casa de infancia y sus derivaciones: los patios donde corrimos, donde nos formamos. Por esto quise conocer la casa de Manuel, el artista de Yalumá, el hombre que juega con el barro y realiza piezas ala de aire. Quise comprobar cómo ese piso de tierra, que todavía existe en el patio de su casa de infancia, es aliento de su creación.
La casa de Manuel es una casa azul. El patio de su casa es como el patio de su corazón: lleno de tierra (¡ah, ya imagino los regaños de su mamá! “¡Muchachito de porra, dejá de jugar con el lodo! ¿No mirás cómo dejás la ropa?”. Imagino que, en cualquier instante, ella diría: “¿Quién creés que lava la ropa?”, y el cabroncito de Manuel, con una sonrisa de araña tejedora, pensaría: “¡Hoover!”, pero qué remedio, en la casa de Manuel no hay más que la batea para lavar la ropa y la suciedad de la corteza del tiempo).
Quienes saben dicen que debemos alentar los sueños de los niños. Tal vez Chicharito anduvo juegue y juegue al fútbol todo el día; tal vez Gabriel García Márquez anduvo escribiendo sobre los muros de cal de su casa en Colombia; tal vez Manuel metió tierra a la sala porque anduvo haciendo figuritas de barro. Vos, niña bonita, de niña fuiste igual que Cortázar. Julio pasaba el día leyendo, a tal grado que un médico le prohibió la lectura (¡médico bestia!). Soy un poco igual que vos: no le hago caso a quienes me sugieren que no lea tanto. Si Javier tiene razón y no jugué ni mi caca de chiquitío, entonces que el mundo, ahora que soy viejo, deje que juegue con los libros y con la palabra.
La Rosa Montero se enojó cuando supo que Gabo aceptó el regalo que le dio Castro. Bueno, estoy seguro que acá en Comitán más de dos compas, de esos que tienen mucha paga, no tendrían ningún inconveniente en regalar una casa a la Rosa Montero, quien es una excelente escritora española. Comitán se la regalaría con una condición: que pasara una temporada acá, cada año. También estoy seguro que la Montero aceptaría el regalo, porque vivir en un pueblo como éste es el mayor regalo que la vida podría otorgarle (estaríamos dispuestos a regalarle una casa a Gabo y otra a Mario, con la misma condición. Que Gabo y Mario vivieran unos meses acá. ¿Imaginás lo que eso sería? Seguro que los llevaríamos al Centro Comiteco de Creación Literaria para que compartieran sus conocimientos. ¡Uf! Disculpá a veces me cuesta trabajo bajarme del árbol. Estos escritores son como Los Andes, montañas que se hablan de tú a tú con el cielo, y nosotros: ¡simples mortales!).
Posdata: el jueves 6 de septiembre inauguraron la remodelación del parque de San Sebastián. Fui. Una tarde muy agradable, porque, a la vez, presentaron el segundo disco de la Marimba Municipal. El único arroz en el frijol fue la placa que develó el Presidente Municipal. ¡Dios mío! Espero que hoy ya esté corregido el error. Ahí consignaron el nombre de nuestro pueblo y, en lugar de colocar la tilde sobre la a, la colocaron sobre la i. ¿Comítan? ¡Dios mío, en qué cabeza cupo tal vómito! Insisto, niña bonita, espero que el día de hoy ya no esté dicho error y todo sea como son las obras de Arturo Avendaño y Manuel: vuelos casi de águila, caminos de tierra iluminada.