sábado, 22 de septiembre de 2012

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL PASADO NO ESTÁ EN EL FONDO DEL POZO


Con un respetuoso abrazo a Socorrito Román,
por la ausencia física de su papá.




Querida Mariana: todo aquel enamorado que recuerda, camina por los caminos de la cursilería. No hay cosa más cursi que decir: “¡Ah, en mis tiempos todo era diferente!”, porque significa que añoramos el ayer y no nos disponemos a recibir, con brazos abiertos, la luz digitalizada del presente. Si ahora te dijera: Mariana, hojita de mi árbol, te quiero mucho, algún compa diría que soy un cursi. Para decir Te quiero el hombre común y corriente emplea palabras comunes que caminan por la cursilería. Por esto, a veces, es bueno recurrir a los poetas para hallar modos menos trillados, pero a veces también con la poesía caemos en el pozo de lo cursi. Neruda dice: “Puedo escribir los versos más tristes esta noche”. ¡Chin!, pues a fuerza de oírlo tantas veces, este verso ya se volvió cursilón. La tristeza que brota del amor es una tristeza cursi, algo como una tristeza pintada de rosa y esto es la cosa más artificial que puede existir en el mundo. ¿Una tristeza color rosa? ¡Qué absurdo!
El otro día, Mario me dijo que las reuniones de ex alumnos son una cursilería, por eso él no acude a ellas. Sí, le dije, eso son. Pregunté: ¿y? Lo hice porque me lo dijo con un tono de desacuerdo, como si dijera que el mundo debe ver siempre hacia el futuro y no hacia el pasado. Mi amiga Paloma Bello, oriunda de Mérida, pero que radica en Nuevo Laredo, Tamaulipas, me explica que la diferencia sustancial entre el Norte y el Sur del país es que los norteños miran hacia el porvenir, mientras los de Sur vemos hacia el horizonte con la mirada para atrás.
El otro día entré al facebook y hallé una tarjeta que Marco Antonio Moya subió. A los jóvenes, tal vez, esa tarjeta no les dirá mucho, pero a los de mi generación nos revolvió el polvo de los años. Cuando la generación de Marco realizó su graduación, la mía ya estudiaba el segundo o tercer años de profesional.
La generación de Marco Antonio procura reunirse una vez al año para recordar viejos tiempos. Los seres humanos tienen la costumbre de reunirse de vez en vez; se reúnen quienes compartieron el aula en la secundaria y en el bachillerato o en la universidad. Para que este tipo de reunión tenga validez es necesario que exista una distancia de veinte o treinta o más años. Esto es así, porque se trata de rascar en la memoria y hallar las anécdotas y travesuras de los años de adolescencia y de confusión. Los ex compañeros se reúnen en una casa particular o en un restaurante, algunos viajan muchos kilómetros, sólo para estar unas horas con los ex compañeros de salón. Sí, Mario tiene razón, estas reuniones bordean la cursilería, porque no falta el que se pone a llorar por los tiempos idos; no falta el que, de pronto, con dos tequilas entre pecho y espalda, recuerda al fulano que ya falleció, se pone de pie, saca una relación de nombres y comienza a pasar lista y cuando aparece el nombre del compañero muerto todos se levantan y gritan: ¡presente! Un nudo se enreda en la garganta de todos, dos o tres compañeras disimulan el llanto y sacan un kleenex y se limpian las manchas de rímel; otros compas agarran la botella de tequila, sirven un chorro en un vaso y, como si en eso se les fuera la vida o como si con ello devolvieran la vida al difuntito, toman tococh tococh y abrazan al compañero de al lado (o a la compañera) y, ya bolencones, dicen que esa generación es la más fregona de todas las generaciones de Comitán, y alguien que está al lado dice que sí, que son los más chingones y alza el vaso y todos lo siguen y alguien más grita: “¡Triquititrí, triquititrí, a la bio, a la bao, a la bim bom bá, nosotros, nosotros, ra, ra, rá!”. Sí, Mario tiene razón, las reuniones de ex compañeros son cursilonas, porque el llanto y el recuerdo de anécdotas pasadas tienen ese brillo. Un brillo que los jóvenes no entienden. No entienden que un día, en el futuro, buscarán reunirse y harán lo mismo que los viejos cursis, y también llorarán (¡Dios mío!) porque uno o dos de esos amigos ya no estarán.
Si lo ves bien, querida mía, la vida es cursi. ¿A poco no tiene algo de cursi la imagen de un compa que se sienta en un tronco y mira el atardecer? ¿No es cursi ver a una pareja de enamorados, tomados de la mano, mirándose a los ojos con mirada de tiucas desorientadas?
La etiqueta que subió Marco Antonio es bella. Es la invitación del baile de graduación de la generación del CECYT Preparatoria, que llevó el nombre de “Elías Macal”. ¡Dios mío, estos compas vieron hacia el pasado! Vieron hacia atrás porque al Doctor Elías Macal (ya te lo platiqué en una carta anterior) lo jubiló mi generación como resultado de la huelga que mis compas hicieron. ¡Dios mío, qué bueno que los comitecos miramos hacia atrás! Ellos reconocieron la trayectoria del doctor Macal, ellos que nada tuvieron que ver con él. El día de graduación, el doctor Macal debió estar contento y tal vez recordó cómo iniciaba sus clases de Biología: Bios: vida, logos: tratado y dejaba que sus alumnos dedujeran la definición.
La etiqueta que Marco Antonio subió es cursi. Tiene el color sepia de la cursilería; es una etiqueta de 1977 (¡Dios mío, más de treinta y cuatro años!). Vos, niña bonita, no eras ni anteproyecto de vida, pero la generación de Marco Antonio se probaba el traje o el vestido (tal vez traje con tela de terlenka) para sacarle brillo al piso del Motel Morales. ¿Motel Morales? Sí, así se llamaba, según la invitación. Ahora los Moteles son de paso, en ese tiempo eran espacios familiares donde se bailaba al ritmo de la Banda La Familia (Marco Antonio debe tener el dato preciso para saber de dónde era este grupo musical).
Ya te conté que el baile de graduación de mi generación fue en el Club de Leones y tuvimos como padrino de Generación al Licenciado Jorge de La Vega, él no vino, pero sí soltó la paga para que un grupo musical de la ciudad de México ambientara nuestro guateque. En esos tiempos las generaciones organizaban reventones que hicieron historia. Ahora ya no es así. Jóvenes preparatorianos me cuentan que asisten, por la mañana, a la entrega oficial de documentos y, posteriormente, cada uno celebra con su familia. Hemos extraviado la idea de grupo. Por esto, tal vez, los viejos tenemos la necesidad de organizar reuniones con ex compañeros, un poco como para decir que venimos de otro tiempo, de un tiempo en donde el concepto de grupo aún persistía. Y, por lo mismo, los jóvenes nos dicen viejos cursis cuando nos reunimos y ponemos un disco de Eydie Gormé y Los Panchos o un disco de Los Beatles. Esta música nos catapulta a los años sesenta o setenta. Buscamos, en esos años, algo que se nos extravió sin darnos cuenta. El tiempo es como el agua o como las nubes.
Así como ahora los telespectadores ven “La Voz de México”, en los años setenta, medio Comitán estaba pendiente del Festival OTI. En “Nevelandia”, en la barra de los helados, prendían una televisión en blanco y negro; ahí veíamos el concurso de la Canción Iberoamericana, mientras tomábamos café y fumábamos un cigarro (¡ah, burros!). La generación de Marco Antonio trajo a Gualberto Castro, triunfador del OTI 74 (Gualberto tiene una de las mejores voces de este país). En ese Festival conocimos a la niña bonita que se llama María Medina y al pelón pelonete de Sergio Esquivel, sólo por mencionar a dos buenos intérpretes. Sergio Esquivel es un buen compositor. A mí me gusta su historia, ya siendo famoso decidió regresar a su tierra, Mérida, a formar un taller de composición musical. Cambió la fama del reflector de la ciudad de México por la discreta luz de la siembra en el corazón de la juventud generosa de esta patria (te sugiero que entrés a Youtube y escuchés la canción “San Juan de Letrán” que Sergio le compuso a esa entrañable avenida de la ciudad de México).
En este 2012, los jóvenes de los años sesenta y setenta llevan en su corazón aquellos tiempos. Las camisas floreadas, los pantalones acampanados y el cabello largo definieron esos años. En ese tiempo, tiempo lejano de teléfonos celulares y de Internet, ellos construían su espíritu, a la vez que la patria también se iba construyendo. Era un tiempo de esperanza. A nivel mundial los hippies formulaban una manera de ser más natural, más en consonancia con la armonía universal. Si bien los poderosos (como siempre) fomentaban la guerra, los jóvenes propugnaban por el amor libre y su lema era Paz y Amor. Si ahora los tiempos son más liberales y los jóvenes no tienen empacho en decidir acerca de la práctica de su sexualidad deben reconocer que fueron esos jóvenes sesenteros los que dieron el primer paso. ¿Y ahora cómo ven la vida esos sesenteros? Parados sobre estas cumbres del siglo XXI la ven con incertidumbre, con cierto pesar, pero, aún, con gran esperanza. Y es que esos muchachos de ayer sembraron rayos de luz y, ante el grito de violencia, ellos respondieron con el ofrecimiento de una flor. Por esto es que el hombre de hoy vuelve la mirada, porque (la vida es así, mi niña bonita), en los años infantiles y de juventud es donde está la raíz de la esperanza. ¿No es válido ya el lema de Paz y Amor? ¿No será bueno que los jóvenes de hoy retomen esa prédica, hoy en que la violencia quiere enraizar en nuestra patria?

Posdata: el cine, a veces, también se instala en el pasado. En tiempos en que el color domina nuestras pantallas y nuestros deseos, en ocasiones algún director filma en blanco y negro. ¿Por qué lo hace? Porque en el blanco y negro está sustentado el inicio y, lo sabemos, sin reconocer su origen el hombre no puede definir su horizonte. ¿Por qué la Lista de Schlinder (película de 1993) está filmada en blanco y negro? ¿Por qué, ahora, los fotógrafos insisten, en presentar fotos en blanco y negro? ¿Por qué, en instantes, los hombres cerramos los ojos para visualizar un recuerdo? Lo hacemos, mi niña, porque queremos encontrar nuestro futuro. Los del Norte nunca entenderán, bien a bien, porqué los Sureños (y los comitecos, de manera especial) tenemos propensión a volver la mirada a cada rato. Lo hacemos porque los sabios, también, hora tras hora buscan, en las huellas del Big Bang, el origen del Universo.
Vi la invitación que Marco Antonio subió y un destello me iluminó. El pasado, a su modo, también tiene la vocación de generar luz, una luz medio opaca, medio cursilona. ¡Qué le vamos a hacer!