viernes, 14 de septiembre de 2012

PIEDRAS DE VIENTO




A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como un puente y mujeres que son como un dique.
La mujer puente siempre tiende los brazos en busca de la otra orilla. Sabe que la vida es un abismo. Nació bendita, porque reconoce en su corazón su oficio de constructora, por esto cuando sonríe su boca es como cielo lleno de nubes blancas. Cuando sonríe se le hacen dos hoyitos en el rostro. Esos hoyitos son como anclajes y sus labios son los cables que, como aves, vuelan para salvar el vacío. Su vocación es la del curita sobre la herida. Cuando asiste a un concierto se descubre, no en el clavicordio ni en la batuta, sino en la cuerda del violín, en la cuerda del piano. Se sabe instrumento de viento, porque para que el sonido aparezca precisa de una cuerda. De cuerda su espíritu, de cuerda cada parte de su cuerpo. Por esto, lo sabe, sus mejores amantes son aquéllos que, más que los labios, saben usar sus manos; aquéllos que la tocan como si sus pechos fueran un laúd y sus caderas un arpa.
A veces sueña con elegir su sueño. Sueña que es puente sobre el mar de su amado; sueña que es puente sobre el vacío y se sabe poderosa. A veces, qué pena, los hombres, sobre todo en tiempo de guerra, ¡la dinamitan! Los hombres lo hacen así para que ella no sea esa ventana donde se alcanza el horizonte. El hombre que ha tenido el prodigio de acostarse con ella sabe que es como el aire que toca la ventana en madrugada, sabe que ella es como el labio que besa la flor de la entrepierna.
A veces sueña con elegir su sueño. Se sueña capullo y luego mariposa y luego deseo del Espíritu Santo; se sueña persiana y luego ventana y luego gajo de luna en cuarto menguante.
No viaja en auto, siempre lo hace en tren, porque sabe que los rieles son sus ascendientes del siglo XIX. Cuando viaja en tren le gusta bajar en estaciones donde las montañas son como un promontorio de sal o de azúcar en la lejanía; le gusta comer en fondas con techos de paja, en lugares donde los gansos y patos andan de un lugar a otro sin que nadie los convierta en personajes de fábulas. Después de la comida prende un habano y llena de humo la estancia, lo hace sólo por recordar cómo la locomotora tose a la hora que sube por la Sierra Madre. Le gusta sacar los brazos y la cara por la ventana del vagón y sentir cómo el viento juega con su cara. Porque el viento también, a su manera, es como un puente: lleva aromas de un territorio a otro. A veces, el viento lleva nostalgias extraviadas, por esto, algunos hombres y mujeres, en madrugada, mueren de flato, se sientan sobre la cama, se llevan las manos al pecho y tuercen la cabeza como si fuesen pajaritos en medio de una avalancha. Quedan tendidos en sus camas. Los médicos dan el parte: ¡fue un infarto! No saben que esos hombres y mujeres murieron porque el viento les tendió un puente.
La mujer puente puede estar hecha de hormigón, de varillas de mil pulgadas, pero su esencia está en la cuerda, la misma que sirve para el ahorcado, la misma que sirve para ahogar las manos del preso. La cuerda es su esencia. Hubo un tiempo en que el vacío se tendió entre ella y su amado y ella atrapó a un cuervo, le amarró la cuerda a una pata y, como si fuese paloma mensajera, el cuervo llevó la cuerda hacia el otro lado y la amarró a una mesa. Éste fue el principio del puente. Ya luego, en Babilonia y, más tarde, en Nueva York, los hombres se encargaron de reproducir los puentes en cada una de sus paredes, en cada uno de sus muros, sólo para no olvidar que el mundo sería nada sin la mujer puente.
A veces, ella hace silencio. Nada dice. Lo hace por mucho tiempo. Cuando está a punto de asfixiarse ¡suelta algo que suena a lamento, que suena a una aria de ópera o suena al chillido que hace una bomba cuando cae en tierra! Esto también es un puente, ella lo sabe. Ese hilo de aire llega al oído del otro, al del amado. Es en ese instante que el amor se produce. Ella siempre tiende un hilo, como si fuese una mujer cardadora, como si bajase las nubes para bordar una claraboya.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como la leyenda del clavel rojo y mujeres que son como un edificio que se derrumba.