sábado, 29 de diciembre de 2012


CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL PONCHE ES INFUSIÓN DE TEMPORAL

Querida Mariana: existen compas comitecos que deja uno de ver porque viven en otros lugares. En temporada de vacaciones asoman. Lo mismo ocurre con las palabras. Hay palabras que se esconden por un tiempo y luego aparecen. El otro día, el doctor Pepe Alfonzo Pinto llegó al programa de radio “Crónicas de Adobe” y soltó la palabra “chinaj”. Pucha, hacía años que no la escuchaba.
Pepe dijo que “chinaj” se aplica a una persona intolerante. Puso un ejemplo: “Mi abuelito ya está chinaj, todo le cae mal”. La edad hace que la gente se vuelva más intolerante. Bueno, no en todos los casos. Hay jóvenes y hombres de mediana edad que son chinajes. Yo, por ejemplo, no tolero eso que se llama “espíritu navideño”. Se me hace falso. Ahí tenés a todo mundo convertido casi casi en reencarnación del Espíritu Santo ¡deseándote amor y paz! La temporada de navidad y año nuevo me vuelve “chinajudo”. Me cuesta mucho trabajo recibir abrazos de medio mundo. Menos mal que el cuerpo no se desgasta con tanto abrazo, si no terminaríamos como vaca de desierto.
Lo bueno de esta temporada es que muchos comitecos y amigos regresan a casa. Uno entiende el gusto que sienten en su cuerpecito y en su espíritu al estar de nuevo en su tierra. Uno entiende el abrazo suspendido. Lo que uno no entiende, y menos justifica, es que los que te estuvieron jode y jode todo el año te abracen y te deseen una feliz navidad.
Sí, ya lo entendí. Soy “Chinaj”, tengo espíritu de Grinch, que es, por antonomasia, un espíritu antinavideño (debe ser porque el Grinch, personaje de ficción, apareció por primera vez en un libro publicado en 1957, año en que nací).
No me gusta el personaje de Santa Clós. No lo tolero. En lo personal no tolero a los que se ríen por cualquier cosa, con una risa fingida. No tolero a los que cuentan chistes sin chiste y se ríen; tampoco tolero a los que festejan a los que cuentan chistes sin chiste, sólo por compromiso. Me gusta la risa franca, espontánea. Disfruto mucho con la presencia de aquéllos que tienen la gracia para contar chistes. El doctor Pepe Alfonzo llegó como invitado al programa de radio y contó muchas anécdotas donde nos botamos de la risa. Pepe tiene la chispa, la gracia natural para contar anécdotas simpáticas. Uno advierte cuando el agua es como agua de río que fluye de manera natural y libre, y cuando el agua es agua estancada. Hay gente que cuenta los chistes como si fuese agua de represa. ¡No lo tolero! ¡Que Dios me perdone, pero no lo tolero!
Entiendo entonces que hay gente que se vuelve “chinaj” y que todo le molesta. Hay muchas cosas en el mundo que ¡son intolerables!
Por el contrario, celebro la vida natural. Celebro al amigo que, de manera franca y sincera, te da un abrazo, sin fecha especial, sólo porque quiere decirte que te quiere. Ah, qué bonita la vida cuando vuela como globo en el cielo. Me cae mal el Santa Clós con su risa boba de jojojojojó. ¿De qué se ríe? ¿Por qué? Es un comportamiento extraño que alguien ande a toda hora riéndose sin motivo aparente. Y encima de todo, aparece esa indefinición en su tratamiento. ¿Cómo decirle Santa a un hombre? En todo caso debería ser Santo. ¿Por qué santa? Y luego ¡su gordura! En naciones como Biafra su imagen suena a insulto; y en naciones como México, primer lugar mundial en gordura, suena a ¡insulto, también!
Esa tarde de programa radiofónico, Pepe recordó que los niños comitecos de los cincuenta y de los sesenta -y de años anteriores- no conocieron a Santa. Los niños de esos tiempos tuvieron al “Viejito de la Nochebuena”. Este viejito era el personaje mítico que dejaba los regalos en las casas. Era, poné vos, una versión tomada del Santa Clós, pero era más cercana a nuestros ideales. A mí siempre me pareció maravilloso que El Viejito no tuviera una imagen generalizada. Cada niño hacía su representación mental de tal personaje. Yo nunca lo imaginé gordo, ni cachetón. Ni tenía necesidad de andar volando por los cielos, acompañado de renos, metiéndose (como delincuente) por las chimeneas. ¿Cómo, si en Comitán nuestras casas no tienen chimeneas? Mi Viejito era un hombre con saco a cuadros, delgado, algo encorvado, con andar lento y con una bolsa llena de juguetes a la espalda. Nunca me pregunté cómo le hacía para recorrer todo Comitán y que le alcanzara el tiempo. ¡Ese era el prodigio de Dios, esa era la magia! Le daba tiempo para ir a todas las casas porque el día veinticinco en las casas de todos mis amigos amanecían juguetes. Juguetes sencillos. Pepe recordó que El Viejito le dejó pelotas, aviones hechos con hoja de lata y carritos de fricción. ¡Ah, qué prodigio! En esos tiempos no necesitábamos las pilas Duracel. Los carritos los jalábamos con un cordel, o los movíamos con las manos o, ¡maravilla de maravillas!, los impulsábamos con fricción. El carrito lo tomábamos con una mano y lo “repasábamos” sobre el piso, una, dos, tres, cuatro, cinco veces y luego, ya sobre el suelo, lo “soltábamos” y el carrito salía disparado a topetearse contra un pilar o quedaba llantas para arriba por haber encontrado una montañita a mitad del patio. ¿Cómo el carro guardaba la energía al friccionarlo sobre el piso? ¡No lo sé! La vida me sorprende y me maravillo ante ella, pero nunca preguntó cómo le hace el agua para correr sin tregua en el río. Me paro en la orilla y disfruto de ese movimiento. Incluso creo que un día el hombre descubrirá el secreto del Movimiento Continuo y no necesitará gasolinas y boberas para impulsar aviones y carros. Los seres de otros planetas (muy distantes del nuestro) accionan sus naves interplanetarias con la energía infinita del Movimiento Continuo. Bueno, nosotros, niños de antes, tuvimos el privilegio de manejar nuestros carritos sin necesidad de baterías.
Me da mucho gusto cuando encuentro a un amigo que vino a disfrutar de su familia y de las calles de su pueblo. Hay muchos comitecos que viven lejos de estas tierras. Un día, por cuestiones de estudio o de trabajo se trasladaron a otras ciudades y por ahí conocieron a su pareja, se casaron y se quedaron a vivir allá. Son felices, pero, de vez en vez, alguna niebla aparece en su corazón. No pueden evitarlo ¡extrañan a su pueblo! Lo extrañan mucho. Caminan otras calles, con gusto, pero algo en su interior les dice que les gustaría estar, en ese instante, recorriendo las calles de su pueblo. Por esto, cuando es temporada de navidad, aprovechan, trepan chunches a sus autos, camiones o aeroplanos y llegan a Comitán. Sé lo que se siente pasar por Chacaljocom y comenzar a bajar por la carretera y vislumbrar el Valle donde está suspendido nuestro pueblo: ¡Comitán! ¡Ah, el corazón brinca de más! Una sonrisa aparece en el rostro del viajero y pinta un sol en medio del pecho. Esto, digo yo, querida mía, es un espíritu navideño auténtico. Lo de ir a la Plaza de compras, lo de andar enviando postales a medio mundo deseando amor y paz ¡suena a falsedad! Está bien que a nuestros familiares y afectos les deseemos lo que siempre les deseamos: las tres cosas que recomienda el autor de la canción: ¡salud, dinero y amor!, pero, la mera verdad, ni modos que por andar con espíritu cristiano, andés prodigando mensajes de amor al cabrón que, durante tres veces en el año, estacionó su carro frente a tu cochera e impidió que sacaras tu carro. ¡Que se joda! ¡Que se le ponchen sus llantas! Sólo falta que yo saque una botella de sidra y le convide una copa. No, no, Marianita, creo que el espíritu cristiano pregona ser congruentes y amar a nuestro prójimo como a uno mismo. ¡El prójimo, Marianita! Al cabrón que durante todo el año te critica, te avienta lodo y te atraviesa el pie para que tropecés ¡no puedo andarlo abrazando de manera hipócrita! No le deseo mal, Dios me libre. Simplemente debo ignorarlo. Como ignoro esos cánticos y villancicos que durante toda la temporada nos embuten las casas y radios comerciales. Ya lo dijo el maestro Robert: “Recuerden que quienes beben y beben y vuelven a beber ¡son los peces!”. El padre Carlos J. Mandujano también era medio chinajito: ¡no soportaba esta cancioncita! Y es que, la neta, ¿quién es el guapo que tolera esa letra tan sosa? “… pero mira cómo beben por ver al Dios nacido…”. Dios mío. Deberíamos prohibir la pinche cancioncita. Tal vez por esto medio mundo anda bien bolo en esta temporada. Claro, hemos crecido con esta letra y para alabar al Dios nacido le metemos duro y tupido al trago. “¿Por qué bebés, ingrato?”, pregunta la madre llorosa, limpiándose los mocos con el chal. Y el hijo, cínico, butul de bolo, puede responder: “Lo hago por ver al Dios nacido”. ¡Pucha!
Disculpá, soy un chinaj. Y no es por la edad. Desde siempre lo he sido. No tolero El Día del Amor y de la Amistad; no tolero el Día de la Madre. No tolero esos cánticos navideños. “Noche de paz, noche de amor, todo duerme en derredor…”. ¡Por el amor de Dios, qué absurdo! No sé por tu casa, pero por la mía “nada duerme en derredor”. Mis pobres animalitos se pasan despiertos e inquietos toda la noche porque el desmadre de los triques y de los cohetes está a todo lo que da. A las dos o tres de la madrugada sigue el jolgorio. ¿Cuál noche de paz y de amor? Si a las tres o cuatro de la madrugada los primos ya se están surtiendo de golpes porque esa noche vomitan todos sus complejos y sus rencores.
No, no. No lo tolero. Disculpá. Bien lo sabés, soy un chinaj. Como dice el padre de la iglesia de Santo Domingo, olvidamos el motivo esencial. Cuando Cristo nació nadie echó trago ni hizo el desmadre. Entonces, ¿por qué hemos vuelto pagano lo sagrado? Bueno, lo mismo pasa en Semana Santa. Pucha, qué pocamadrez. El nacimiento de Cristo lo volvemos un guateque desenfrenado y su muerte ¡otro igual! Pucha, parece que don Jesús fuera Don Pedro. ¿Cómo no vamos a ser chinajes grinches los que lo somos? ¿O pinches chinajes?, diría el otro.

Posdata: Te quiero. Te quiero todos los instantes. Dios me concedió la gracia de no necesitar fechas especiales para decirte que te quiero y que deseo lo mejor para vos. Todos los días, cuando se levanta mi mamá la abrazo y le canto las mañanitas. Ella pone su carita medio remolona, como diciendo: ¡ahí vas otra vez!, pero me tolera. “Estas son las mañanitas que te canta el Rey David…”, le canto. No sé qué pitos tocó el Rey David, pero lo hago sólo para decirle a mi mamá que celebro estar con ella. “¡Bueno, bueno, ya!”, me dice ella. Y entonces dejo de abrazarla y cada uno se pone a hacer sus cosas. Ella a cortar la fruta para mi desayuno y yo a preparar las cosas para ir a la chamba. En ese instante pareciera que todo entra en suspenso y “todo duerme en derredor”. Los animalitos comen sus croquetas. El Misha, trepado en la máquina de coser, nos mira desde su altura, y la Pigosa mueve la cola mientras yo, simple mortal, con una bolsa de plástico levanto su caca y pongo una hoja de periódico en el lugar que orinó (no lo vayás a decir, pero a veces, coincide que un periódico donde aparece mi foto sirve para secar esos orines. Ese día soy feliz, porque me recuerda que todo es pura vanidad). Que en el 2013, Dios envíe bendiciones sobre vos y sobre tu familia. Cuidate.