miércoles, 12 de diciembre de 2012


GRIETAS QUE SON COMO BEBIDAS SIN HIELO

A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como una raya azul en camiseta y mujeres que son como una grieta en la pared.
La mujer grieta en la pared se camufla como si fuese lagartija. Sus hendiduras le vienen de una alfombra roja a mitad del desierto, de un nido sobre una rama rota. Sus hendijas le vienen de una mujer que vende Esperanzas envueltas en papel de estraza.
Cuando baja la niebla ella la usa como bufanda, la usa como lipstick para conjurar el gris del alma. Las piedras le sirven como almohada, como rasgueo de guitarra para un solo de sax.
Le encanta asistir a conciertos donde la voz es como un par de notas sobre la banqueta. A veces, ¡qué pena!, se echa como vaca en los callejones, abre la mano y pide limosma. Pide un poco de sol, un poco de pie para la marcha, un poco de agua para el estío y para la hora del frío en la madrugada.
Sabe que la palabra “conocimiento” es como una mano que tentalea la oscuridad y el miedo. No hay certezas, en el mundo ¡no hay certezas! Apenas lámparas para la hora en que el dedo busca el timbre o el pomo de la puerta.
Si cierra los ojos piensa en la sangre que recorre sus carreteras, piensa en la montaña que deshace el cristal del sol, piensa en las vías del tren de las piernas de su amada, piensa en las palmeras que son como casas para el calor y para la playa.
Si cierra la posibilidad del deseo piensa en los tambos de basura de un parque de diversiones, piensa en las llantas que pierden su vocación y terminan siendo columpios, piensa en las cabelleras que se extraviaron en los años setenta.
Si cierra la puerta antes de abrirla piensa en las estaciones de gasolina a mitad del desierto, piensa en las manos que no encuentran el deseo, piensa en cómo los postes tienen vocación de alambre, de cuerda para guitarra del cielo.
Si cierra la boina que enamora al sombrero piensa en el perro que mueve la cola, piensa en el cinturón que ciñe la mitad del mundo, piensa en los arbustos que delimitan los predios.
Sabe que, como dice la Biblia, hay un tiempo para todo. Hay un tiempo para prender las luces; un tiempo para subir las escaleras de incendio; un tiempo para poner series de luces a los árboles; un tiempo para bailar a mitad de la calle; un tiempo para cerrar el ojo a la pasión; un tiempo para tomar el café en la cafetería favorita de Julio Cortázar, de Joyce o de la Yourcenar.
Usa lentes oscuros porque, también, el alma necesita cubrirse del sol o pasar de incógnito a mitad de la plaza.
Usa blusas escotadas porque sus pechos son como esponjas que necesitan la humedad de los tejados. Cuando los hombres la ven sueñan que ella se abre la blusa y ofrece sus cervatillos a la boca del lobo y de la mano que es como una luciérnaga.
Odia a los hombres que tienen el carácter de tubos sobre cabellera de mujer de vecindad a las seis de la mañana; odia los hombres que saltan como si fuesen chapulines o como si midieran los pasos para cobrar en ventanilla de un asilo o de una tienda de raya.
Por el contrario, le encantan los hombres que son como un lunar al lado de los labios, que son como una hamaca para la hora del sueño.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como la mano que extraña el pie y mujeres que son como el nudo que nunca llegó a ser parte de la corbata.