sábado, 19 de enero de 2013


CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LA NIEVE NO SÓLO ESTÁ EN LA CIMA DEL KILIMANJARO

Querida Mariana: no creo en eso que dice: “una imagen vale más que mil palabras”. El otro día tomé una fotografía en el parque central. Acá te la comparto. Te pido, por favor, que no avancés en la lectura de esta carta hasta ver con atención los elementos de la foto: un árbol, una banqueta, flores y el nevero (¡ah, y el sol de Comitán y el carrito verde!). Todos los elementos son importantes y son, qué duda cabe, elementos fundamentales de nuestro pueblo. La mezcla hace la unidad.
Esta fotografía la subí a mi muro del facebook y tuvo una estimulante respuesta. ¡Me encanta el face! Es como cuando aventás una piedra en el lago. Al instante se forma una serie de círculos concéntricos. Un minuto después no existe ni la piedra ni los círculos. Son como mandalas hindús. En el facebook todo es tan instantáneo que la piedra se va al fondo a los pocos segundos de haberla arrojado. Y digo piedra porque muchas de éstas se avientan en los muros a cada rato. Por esto me encanta, porque los muros de ese chunche son los modernos Muros de Lamentación. ¡Ah, cómo nos “la mentamos”!
¿Ya viste bien la foto que subí? ¿Ya viste con qué parsimonia camina el nevero? ¿La maravillosa escuadra que forma con sus brazos? Un pie está más adelante que otro, pero su cuerpo (chaparrón) tiene una verticalidad que no la alcanza el árbol. El hombre apareció de pronto (como si fuese un círculo concéntrico en el agua). Imaginé que había salido detrás de un árbol. Como si fuese un gnomo.
Ya te conté que la primera vez que me inscribí en el facebook diez minutos después me di de baja. Pero una amiga me dijo: “No te vayás, al rato viene la marimba”. ¡Me espantó el face! Dios mío, pensé, cuánta gente circula por acá, cuánta gente extraña mira el patio de tu casa y los cuartos y los baños. ¡Dios mío! En el face lo íntimo se convierte en plaza pública. Cuando vine a ver (diez minutos después de haberme suscrito) ya estaba viendo fotografías de desconocidos. ¿Por qué estoy hurgando vidas ajenas?, pensé. Me dio temor ese chunche maravilloso que se llama facebook.
No creo que el nevero tenga su muro en el facebook. No lo creo. Es más, estoy seguro que él no sabe que apareció su fotografía en mi muro. ¡No, no puede saberlo! Yo mismo, en ocasiones encuentro fotografías que “me etiquetan” donde aparezco. ¡Por el amor de Dios! El mundo se ha convertido en un comal donde todos somos tortillas que se pueden chamuscar.
El nevero no caminaría con esa dignidad si tuviese su muro en el facebook. El reloj que lleva, segurísimo, es metálico. Su porte tiene mucha similitud con la descripción que Carlos Gordillo Alfonzo realizó de Tío Agus. Recordá, niña bonita, que en Comitán tenemos la costumbre de llamar tíos y tías a las personas que ejercen diversos oficios: Tía Cholita es la señora que atiende la tiendita escolar; tía Petra, la señora que vendía tostadas con frijol; tío Chilo quien vendía los salvadillos con temperante y, bueno, tía Lola, la doña que regenteaba un burdel en los años sesenta. Todo mundo en Comitán recuerda un tío o una tía (sí, el Javier recuerda más a la tía Lola que a tío Agus).
“¡Nieve, nieve!”, era el grito que se escuchaba por las calles de Comitán (yo siempre oí “ñeve, ñeve” y esto es lo que registra mi memoria). Era un grito afectuoso. ¿Hasta dónde llegaba? Yo (no sé por qué) siempre imaginé que estos hombres venían del barrio de La Cruz Grande (el vendedor de la foto venía de por ese lugar, como bajando, como dejándose llevar por la inercia hasta el Centro). ¿Hasta dónde llegaban? ¿Cuál es la estrategia de estos hombres para saber en dónde son los puntos de mayor venta? Entiendo que aparecen frente a las escuelas, en los parques, en eventos deportivos y en las ferias de San Sebas o de Tata Lampo. En los lugares donde se concentran multitudes ahí están esos hombres. ¿Venden nieves en temporada de lluvias o de frío?
Te he pedido que no avancés en la lectura de esta carta hasta que tengás bien aprehendida la imagen de nuestro “vendenieves”. ¿Ya viste su sombrerito? ¡Seguro que no es un famoso sombrero “Tardán”! Es un modesto sombrero comprado allá por la bajada del Súper San Luis, ahí por donde está la sombrerería del señor Cancino (o tal vez, uno nunca sabe, lo compró hace años en la sombrerería de mi madrina Clarita Bermúdez, quien tenía su tienda al lado del mercado Primero de Mayo).
¿Ya miraste el prodigio del carrito? Todo diseñado como si fuese un BMW. Todo bien pintadito (claro, no faltará el que diga que lo mandó a pintar el Ayuntamiento, por lo del color verde, pero ¡no! Está pintado de ese color, porque el azul y verde parecen ser los colores favoritos de los “nieveros”). ¿Ya viste que tiene dos botes para la nieve? Tal vez en uno lleva nieve de vainilla y en el otro nieve de coco. Tal vez algunos niños le piden la mitad de vainilla y la mitad de coco. En el bote pequeño, el pintado de verde, lleva los barquillos.
¿Y qué pero le encontrás al letrero del frente? Con una estética sublime aparecen distribuidas las palabras y el dibujo (una bola blanca y una bola colorada). “Coloradote”, dijo Francisco Gordillo Alfonzo que era don Agus, en el face. Sí, coloradote, y Carlos completó la descripción de manera genial, casi casi como si fuese Murakami o García Márquez o Fernando del Paso: “flaco, correoso, con la piel tostada, con su sombrero, la camisa blanca arremangada, huaraches, ojos chiquitos y el bigotito perfectamente recortado”. ¡Pucha, qué maravilla! Carlos, además de buen anfitrión en “La Casita”, excelente fotógrafo, se revela como un muy buen escritor. Bueno, el talento le viene de familia.
Ahora, pregunto, vos y tu palomilla ¿tienen su don Agus? Enrique recuerda que, luego de andar por San Sebastián, don Agus se paraba en la esquina de “Las Ancheyta” y decía: un tostón y te doy tu nieve. Enrique recuerda que servía la nieve con una cuchara de peltre, azul, moteada de negro.
En el facebook, Jorge Guillén pidió apoyar a estos hombres que realizan un oficio modesto pero maravilloso. Ricardo Poery alertó que están en riesgo de desaparición. No sé por qué, pero, parece, que en este pueblo ¡jamás hubo una mujer vendedora de nieves!, así, de calle, de andar taloneando, en el buen sentido, las subidas y bajadas de este pueblo mágico.
Hoy, a las nieves les llaman helados. ¿Mirás la diferencia entre una y otra palabra? No sé a vos, pero a mí, la palabra helado me suena como a plástico congelado; en cambio, la palabra nieve me remonta a la naturaleza, al Kilimanjaro, al Popocatépetl, al Everest. Por esto, cuando el “nievero” aparece en las calles de Comitán, con su carrito verde, y grita: “Nieve, nieve, acá está su nieve”, es como si nos estuviera ofreciendo un poco del corazón lleno de escarcha del Pico de Orizaba. A la hora que levanta la tapa del bote aparece un vaho frío con aroma a esencia de vainilla. ¿Qué aroma aparece cuando la mujer abre el congelador de los helados Holanda? El otro día hice la prueba y mi corazón se heló al sentir un olor como de papel congelado. ¡Nunca lo había sentido!
Hay pueblos donde las nieves son tradicionales; existen lugares donde, año con año, realizan Ferias de la Nieve. Hay nieves de todos los sabores y todos los olores. Una vez probé nieve de tuna; otra vez, nieve de tequila; y una más ¡nieve de mole! Acá, nuestros neveros han sido menos imaginativos, a lo más que han llegado es a agregar pasitas a la nieve de vainilla. Pero, en compensación han sido generosos con nosotros, porque nunca se quedaron en su casa esperando a que llegáramos. Han seguido al pie de la letra el precepto bíblico y han traído la montaña a nosotros, pero no ha sido cualquier montaña, ha sido la más alta, la más encopetada, la más prodigiosa, la que tiene nieve en su cima y nos han ofrecido esta nieve en humildes barquillos.
¿A qué hora estos hombres se levantan para preparar la nieve? ¿Cómo, en medio del patio, logran hacer el prodigio sin enfriadores ni congeladores? ¿Cómo, en medio del calor del mediodía, logran mantener “fría” la nieve? Vos sabés que soy un hombre poco práctico. Imagino, sólo imagino, que los botes son como los termos que mi mamá compraba en La Mesilla. Esos termos mantenían caliente el café por mucho tiempo. Ahora, imagino, que esos botes mágicos siguen el mismo proceso que, tal vez, algún día explicó el maestro Güero, en clase de Física. Tal vez ese día mis amigos y yo no entramos a clase; tal vez nos fuimos de pinta; tal vez fuimos a comer nieves de don Agus, en la esquina de Las Ancheyta, contra esquina de donde ahora está Bancomer, del Centro.

Posdata: “¡Ñeve, ñeve, lleve su ñeve!”, era el grito afectuoso. El hombre parado en la esquina, al lado de su carrito de madera. Ahora he visto algunos neveros parados en el Parque Central, frente al Teatro de la Ciudad. Los que crecimos en los años cincuenta y sesenta crecimos en medio de pregones afectuosos. Ahora los ruidos de los carros de perifoneo y las cadenas de los carros expendedores de gas cancelan esos gritos que nos convocaban a la vida. Nadie, jamás, se tapó los oídos cuando escuchaba el grito de “¡Ñeve, ñeve!”. Los niños dejaban los soldaditos en el patio, corrían hasta la cocina y le pedían una moneda a la mamá; ésta iba a la alacena, abría el monedero y les daba un tostón a cada uno. Los dos niños, ella, con sus trenzas, y él, con el pantalón remendado, abrían la puerta y corrían hasta donde el nevero los esperaba. Ahora he visto a los neveros frente al Teatro de la Ciudad. Debajo del sol esperan que alguien se acerque. ¿Escribí debajo del sol? Sí, expuesto al sol está “el hombre de las nieves”.
Volví al facebook porque alguien me dijo que era bueno compartir mis escritos. El otro día subí esta foto que te comparto y mucha gente recordó a estos hombres que, como dice Enrique, les bastó una cuchara de peltre para entregarnos un poco de luz de la cima más alta del mundo.
¿Una imagen vale más que mil palabras? ¿No podemos, a través de una palabra, evocar mil imágenes? ¿Hacemos la prueba? Ahora digo “Nieve”, ¿cuántas imágenes evocás? ¿Cien mil? Te quiero, más de cien mil imágenes, más de un millón doscientas dos mil palabras.