viernes, 4 de enero de 2013


Con un respetuoso abrazo a la familia Guillén Castellanos,
por la ausencia física de don Rubén.

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LA LUZ SE RETUERCE EN EL FOGÓN DE LA SOMBRA

Querida Mariana: mi tía Luz vive metida en la confusión. “Que me lleve El Sombrerón”, dice cada vez que encuentra apagada la luz de su cuarto. Es una joda llamarse como se llama, piensa ella. Es un poco como si viviera sólo la mitad de su vida. Sus nietos le han explicado que medio mundo vive así: en las noches, a la hora que llega la oscuridad, todo mundo va a la cama y duerme. ¿No lo entiende? Pues ¡no lo entiende! Dice que si, en efecto, la luz de su nombre sirviera para iluminar su camino debería estar de manera permanente. Un poco como la poeta se pregunta, ella se pregunta: ¿adónde va mi nombre cuando se hace la oscuridad?
Dice que nunca ha encontrado a una mujer que se llame Oscuridad, por qué, entonces, hay muchas mujeres que se llaman Luz.
No entiende que mamá Chinita, su mamá, trató de iluminarla al ponerle tal nombre. Parece que se equivocó porque, en lugar de llenarla de luz, la llenó de incertidumbre y de sombras. Una tarde la hallé en su cuarto buscando su hoja de registro. Estaba decidida a cambiar de nombre. Sí, tía, le dije, es posible hacer este trámite. Te costará una paga, pero si vas con un notario y luego al Registro Civil, es posible que se realice tal cambio. Ahora, la pregunta de los “sesenta y cuatro mil” es: ¿cómo te llamarás?
Ah, joder, dijo, eso es sencillo. Cualquier nombre está bueno. Lo que quiero es dejar esta luz de foco de quince watts que siempre me ha acompañado.
¿Qué nombre le pondremos, matarile rile ron? Una vez que halló sus documentos y que Feliciano (pucha, ¡qué nombrecito!) le ayudó a redactar el oficio de solicitud de enmienda de nombre propio, la tía se sentó, sacó su rosario, nos vio y dijo: “Parece que no es tan sencillo”. Las nietas se reunieron y comenzaron a decirle nombres para que eligiera uno: “Rosario”, no, no, dijo Eugenio (quien, dicho de paso, no tiene más genio que el ser un hombre apocado y tartamudo), su su suena a Osario, a re re recipiente donde gua gua guardan hu hu huesos. Así, a cada nombre propuesto, los nietos o ella misma le fueron encontrando deficiencias, casi casi tan graves como el mismo iluminado nombre de Luz.
Cuando llegó su comadre Panchita y se enteró del rebumbio cayó en la cuenta que su nombre también estaba muy jodido. Sí, dijo, limpiándose el sudor con su chal, ahora me acordé que el incordio de José me molestaba de niña diciéndome: me duele la panchita, me jode la panchota. Y, sin aviso previo, como si fuese un temblor, comenzó a llorar. Dios mío, pensé yo, niña bonita, qué jodas nos arrima la vida con los nombres no deseados. Conozco gente que está conforme con su nombre, pero sólo eso: ¡conforme! La conformidad es la que nos acompaña segundo a segundo. En Comitán, lo sabés, el nombre de Caralampio es repudiado como si fuese fiebre aftosa, y lo es porque el diminutivo se presta a albur: Caralampito.
Tu nombre, mi niña de césped, es bonito. A mí se me llena la boca de algodones de París cada vez que lo menciono: ¡Mariana, Mariana! El masculino de tu nombre sí está jodido: Mariano. ¿Dónde se ha visto un culo con aroma de sal?
El poeta, poetísimo, Quincho Vázquez, siempre me decía: Acercandro. Él jugaba con las palabras. A la tía Luz no le gusta jugar con las palabras. Total, para no hacerte el cuento largo, la tía arrumbó los papeles y siguió llamándose como se llama. Una tarde, mientras tomábamos café con pan de Comitán, le pregunté si ya estaba conforme con su nombre y me dijo que le había encontrado una solución: caso soy pendeja, ahora ya llevo siempre una lámpara de mano y no dejo que la oscuridad asome. ¡Bien!, le dije. Aún cuando me quedé con la duda: ¿qué hace cuando cierra los ojos?