miércoles, 23 de enero de 2013


Se trata de crear, dijo el Coordinador
del Taller de Cuento Brevísimo. Dios, el
alumno más aplicado, levantó la mano y dijo
que había escrito un cuento breve y leyó: “Short bang”.
Todo el universo aplaudió.

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL CUENTO ESTÁ ENCARAMADO EN UN ÁRBOL

Querida Mariana: Abelardo Hernández Millán es escritor de cuentos breves. La otra noche, él anduvo por Comitán. Contó que un día antes estuvo contento. En San Cristóbal, lugar donde reside, invitó a sus compas a un guateque. Y éstos llevaron marimba y juncia. Reside en San Cristóbal, pero anduvo mucho tiempo por Toluca. Me obsequió dos libros publicados en el estado de México. Uno de los libros se llama “Átomos literarios” y es un recuento de cuentos breves. ¿Mirás qué bonita palabra la palabra “recuento”? Como si dijéramos “volver a contar”.
La tarde que Abelardo anduvo por Comitán expuso una teoría muy interesante. Habló del famoso cuento de Monterroso: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.
Vos sabés que este “cuento” despierta comentarios encontrados. Unos creen que es una genialidad y otros dicen que es una “jalada”. Abelardo sostiene una teoría interesante. Dice que el micro relato es, en realidad, el final de un cuento más largo. Y entonces Abelardo, como si fuese el niño que completa el cuento, dijo que Tito Monterroso escribió (o pensó) el inicio: Un hombre se acostó y durmió. Soñó, soñó que era perseguido por un dinosaurio y, cuando despertó, “el dinosaurio todavía estaba allí”.
Te conté que una vez conocí a Tito Monterroso. Fue en Yucatán (creo). Él estaba en compañía de Bárbara Jacobs, su mujer (quien ahora es pareja de Vicente Rojo, gran artista plástico). Esa vez llamó mi atención que muchos compas escritores leyeron cuentitos breves, en honor a Tito (un poco como si hicieras una escultura frente a Miguel Ángel). Hubo escritores que dijeron: “este cuento es en homenaje a Usted, Maestro. Lo escribí ahora que venía en el camión con rumbo a Mérida”.
Don Tito, enconchadito, con cara de ardilla (Ana dixit), tomado de la mano de Bárbara (como si fuese el hijo menor de ella), sonreía, cada vez que un escritor, como niño en festival de fin de curso, leía un cuentito, en su honor. Al final, el maestro de ceremonias leyó una extensa ficha biográfica de Monterroso (tal vez para compensar la escasez de palabras con tanto cuento breve) y presentó a don Tito. Él colocó sus manitas en el borde de la mesa y se impulsó, pero no se paró, quedó a medias. Uf, pensé, hasta en el agradecimiento es breve. Volvió a sentarse y dijo que no nos fuéramos con la finta, ese cuentito del dinosaurio le había llevado horas y horas, días y días, meses y meses para escribirlo. Noches enteras se preguntó si al final escribía “estaba allí” o “estaba ahí”. Porque, esto lo debíamos saber los escritores, la palabra debe ser precisa. Y el cuento corto es una gema que no permite fallo. Vi cómo los compas escritores comenzaron a meter sus cabezas en conchas y terminaron siendo armadillos o tortugas, sólo con los ojitos mirando hacia arriba.
¡Qué cabrón, don Tito!, pensé. No creo que le haya llevado tanto tiempo escribir su cuento. Seguro que fue una de esas en que tomás una servilleta del restaurante y escribís, mientras afuera llueve. Seguro que su cuento lo escribió como escribieron sus cuentos los compas que leyeron. Fue algo al vapor, lo que yo llamo “una chaqueta mental”, un rapidín. Pero esto no podía decirlo, porque el mito exige colocar mil cubos de cristal a mitad del universo.
Mi maestro Pepe siempre descree de esta narrativa, dice que los cuentos breves son chistes. Una vez leídos ¡ya! ¡Nunca más los volvés a leer! No sé, algunos son extraordinarios y abren más avenidas. El de Monterroso ha abierto muchas ventanas. Se ha hecho más famoso de lo que le correspondía. Tal vez Abelardo tiene razón y es el final de un cuento más largo y Monterroso lo cortó sólo para hacerse el interesante, y ¡vaya que lo logró!
Abelardo estuvo contento en Comitán, en el Café Na’Canán. Lo vi contento. Contó que en San Cristóbal había estado al lado de sus amigos Javier Molina, Pancho Álvarez y Luz del Alba Belasko. Imagino que echó su traguito y movió los pies al ritmo de la marimba y del aroma de la juncia. Acá no le pusimos marimba, ni juncia, pero él se dio tiempo para tomar dos copas de vino. Vino a compartir un taller acerca de la teoría y práctica del cuento brevísimo. Fue bueno verlo.